¿Cómo hemos utilizado este medio durante el confinamiento al que nos hemos visto sometidos a raíz de la pandemia de la COVID-19? ¿Hemos hecho un uso descontrolado de Internet? ¿Son ambientalmente sostenibles las nuevas formas de trabajar y de relacionarnos a través de la red? ¿El teletrabajo puede ayudar a reducir la contaminación ambiental?
Estas son algunas de las preguntas que nos surgen cuando intentamos relacionar el impacto ambiental de la movilidad y del uso de Internet. Datos difícilmente comparables, pero que nos ayudan a volver a poner conciencia en el coste energético y ambiental que tiene el uso de la red de forma desmesurada y los beneficios que tiene propiciar la movilidad sostenible.
El uso de la red de forma desmesurada tiene un coste energético y ambiental
Durante los cuatro meses de confinamiento, han viajado por la red reflexiones en turno a los beneficios que ha comportado para el medio ambiente esta parada forzada a raíz del decreto del estado de alarma. Ciertamente, ha habido menos emisiones de gases contaminantes por la bajada radical de la circulación de vehículos terrestres y aéreos; los animales y las plantas han llenado bosques y parques recolonizando el espacio público mientras se producía un aumento sin precedentes del uso masivo de Internet y el tráfico de datos, en parte debido al teletrabajo y en las clases on-line, por ejemplo, pero también por el consumo frenético de datos quizás sin preguntarnos la huella ambiental que supone.
Una desescalada sostenible: más teletrabajo, menos coches = más beneficios por el ambiente
“Es contradictorio hablar de beneficios cuando la motivación de esta mejora está producida por una pandemia que, inicialmente, empezó a afectar sobre todo a las personas que tenían algún tipo de afectación cardio-respiratoria agraviada seguramente por la mala calidad del aire que respiramos”, comentaba a inicios del confinamiento lo ecofeminista Yayo Herrero en un webinar organizado por el Observatorio de la Deuda a la Globalización (ODG). También es contradictorio hablar de beneficios cuando mucha gente se ha quedado sin trabajo y buena parte de la población sigue sin tener un techo donde confinarse o sin tener acceso a los recursos básicos.
Dicho esto, los datos que recoge el informe de Ecologistas en Acción, publicado a finales de abril, sobre los efectos de la crisis de la COVID-19 en la mejora de la calidad del aire, sirven para tomar conciencia de qué podría pasar si cambiáramos nuestras formas de movernos por medios que no tienen un coste ambiental.
Los niveles de NO2 (dióxido de Nitrógeno) se han reducido un 58% en comparación con los del mismo periodo de hace diez años como resultado de las medidas de confinamiento social y la limitación de la movilidad. En Barcelona, por ejemplo, la reducción fue del 62%, en Madrid, del 59%, en Valencia del 69% y en Palma del 67%. En las grandes ciudades, la reducción del tráfico ha conseguido porcentajes del orden del 77% en la Zona de Bajas Emisiones (ZBE) de Barcelona y del 75% en el interior del M-30 de Madrid.
De hecho, el NO2, principal indicador que se ha tenido en cuenta al informe, es un contaminante asociado a las emisiones de los coches y a las calderas industriales y domésticas. Se trata de una sustancia nociva que, según el Instituto de Salud Carlos III y la Agencia Europea de Medio Ambiente, provoca cerca de 7.000 muertes prematuras en el año en el estado español (pág. 17 del Informe).
Nuria Blázquez, coordinadora de transporte de la organización Ecologistas en Acción y una de las autoras del informe, apunta que la reducción de emisiones de CO₂ durante el confinamiento también ha sido muy notable y que, en parte, ha sido gracias al teletrabajo y al hecho que nos tuviéramos que quedar en casa.
Consciente que el uso de Internet no es inocuo y que habría que ver el teletrabajo como una posibilidad combinable con el trabajo presencial, insiste que el “confinamiento del coche” ha sido un regalo para el ambiente. De hecho ya se ha puesto en marcha una campaña en esta dirección, ¡Confinemos los coches, recuperemos la ciudad!, a la cual se han adherido ya 318 entidades y 3.283 personas. También se ha reducido la demanda de transporte, el número de trayectos y ha permitido disminuir las emisiones de gases contaminantes, de CO₂. Según Blázquez, todos estos factores muy gestionados pueden ayudar a mejorar la calidad de vida: “A menos tráfico, más espacio público por las personas”.
Durante el confinamiento se ha estigmatizado el transporte público sin que se demostrara que fuera un foco de contagio. Potenciar el uso y repensar las horas de entrada al trabajo de forma escalonada para evitar aglomeraciones, junto con la opción del teletrabajo, pueden ser algunas de las medidas que se adopten por un futuro inmediato más sostenible. De hecho, tal como recoge una encuesta realizada por YouGov en 21 ciudades europeas, la mayoría de la población (un 74% de la ciudadanía en el Estado español) no quiere volver a los niveles de contaminación previos al confinamiento y estarían dispuestos a reestructurar el espacio público dando más espacio a los peatones y a las bicis y ampliar las zonas de cero emisiones. Por lo tanto, parece que sí que hay base social para tomar medidas, pero no podemos olvidar que hacen falta cambios urbanísticos e infraestructuras seguras para potenciar la movilidad. Blázquez reflexiona también en torno a quedarnos con el aprendizaje del consumo local, con la priorización de las formas de transporte más sostenible (andar, bicicleta y transporte público).
Es necesario explorar el teletrabajo como forma de reducir el transporte y el tiempo de desplazamiento. Pero es un debate aún por perfilar
En cuanto al teletrabajo, insiste que como organización ecosocial, lo defienden y creen que hay que priorizarlo, pero hacerlo de forma ordenada, no obligatoria y compatible con la vida familiar y las opciones de espacio en las casas para ejercerlo. “Internet gasta, pero el teletrabajo nos permite hacer reuniones internacionales sin coger aviones. Es cierto que deshumaniza un poco pero habría que compatibilizarlo. Durante la emergencia por la pandemia hemos tenido que estar 100% conectados y ahora quizás toca armonizar y tomar conciencia que ni todo es teletrabajo ni todo tiene que ser presencial”.
Alfons Pérez del ODG comenta que en un momento de emergencia climática hay que explorar el teletrabajo porque es una buena manera de reducir el transporte y el tiempo de desplazamiento. También permitiría sacar los centros de trabajo de los cascos urbanos y poder repoblar territorio con trabajadoras que puedan ejecutar el trabajo desde cualquier lugar: “Teletrabajar y encontrarse un par de días en la semana presencialmente para hacer reuniones de coordinación sería una buena posibilidad siempre y cuando el equipo esté consolidado, si no se corre el peligro de perder la cohesión”. Pérez insiste que es un debate que está por perfilar y que no podemos olvidar las realidades familiares y los espacios de los que cada cual dispone en casa.
Se paran los motores y aumenta el tráfico en la red
Mientras que el transporte motorizado se reducía durante el confinamiento, el de datos ha aumentado exponencialmente en Internet, un tránsito y un espacio (la red infinita) que también contamina, y mucho (como explicamos en el Cuaderno 50 de Opcions). Subir una foto a Instagram, guardar archivos en la nube o tener la bandeja de entrada del correo electrónico llena genera una huella ecológica que necesita el 7% de la energía mundial. Estos datos, recogidos en el informe Clicking Clean de Greenpeace del año 2017, ya apuntaban al uso descontrolado de datos de forma innecesaria en la red sin tomar conciencia de las consecuencias de este tipo de consumo. “Si Internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo”, afirman en el informe Clicking Clean.
Si Internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo
Existen cooperativas que promueven una telecomunicación consciente. Es el caso de Somos Connexión, que reflexionen sobre los gastos que puede tener, por ejemplo, acumular correos de forma innecesaria: “Cada correo que tenemos guardado en nuestra bandeja de entrada genera 10 gramos de CO2 cada año. Si esto lo multiplicamos por el número total de correos que se envían cada día en el mundo, unos 293.000 millones, nos da una cifra que supera la contaminación de los aviones de pasajeros que cada día conecten puntos alejados del planeta”. También recogen los datos del think tank francés The Shift Project que en un informe concluía que todas les descargas de vídeo realizadas durante el 2018 a nivel mundial habían producido unos 300 millones de toneladas de CO2: lo que equivale a toda la contaminación que emite el Estado español. A todo eso, le añaden un dato que, si lo ponemos en el contexto del confinamiento que hemos vivido, toma dimensiones estremecedoras: ver 4 horas de vídeo en alta calidad a través de Internet emite 12,8 Kg de CO2, que equivale a hacer un viaje de 50,4 Km en coche.
Desde la comunidad Guifi.net y Exo.cat, Efraín Foglia nos dice que ha habido un aumento de más del 50% de lo que consumíamos antes de la pandemia debido al traslado a la red de muchas tareas que antes no la utilizaban y la potenciación del teletrabajo y de les clases online (lo que ya se conoce como teleescolarización). Las grandes telecos hablan de un aumento de entre el 35 y el 60% y hasta reconocieron, en el inicio del confinamiento, que se estaba desbordando el uso de Internet y exigieron a las Smart TV (tipo Netflix) que bajaran la calidad de sus productos audiovisuales porque el consumo de datos estaba saturando los servidores mientras ellas hacían grandes ofertas de consumo ilimitado y prometían a la población megas “gratis”.
El streaming de vídeos, videoconferencias y los webinars han sido las estrellas del confinamiento. Además, les videoconferencias eran habituales no solo durante las horas de teletrabajo y la teleescolarización, sino también para “vernos” con la familia y los amigos. Ya en 2015, el streaming representaba un 63% del tráfico global de Internet, y se esperaba que llegara al 80% en 2020, según el informe Cliking Clean.
El tráfico de datos tiene un elevado impacto energético
Mercè Botella, de Somos Conexión, asegura que no somos conscientes del impacto energético que tiene el tráfico de datos y que el mercado nos lleva a consumir de forma ilimitada. Insiste que se trata de poner conciencia en cómo consumimos y recomienda consumir por cable que a través de tecnología móvil. “Todo lo que está subido en una página web y que está accesible siempre, genera un gasto. No solo ocupan espacio sino que suponen un mantenimiento energético. Tampoco somos conscientes de los km2 de servidores que guardan los datos en lugares recónditos del mundo (hasta 130.000 m2 en Tokio), ordenadores gigantes que necesitan refrigeración constante.”
Según publica Visual Capitalist, cada minuto se envían, en todo el mundo, 38 millones de mensajes de WhatsApp, se visualizan 266.000 horas de Netflix y 4,3 millones de vídeos en YouTube y se realizan 3,7 millones de búsquedas en Google. Cada búsqueda que hacemos en Internet libera en el medio ambiente 0,2 gramos de CO2, dato que, según Google, significa que el llamado efecto invernadero provocado por mil búsquedas equivaldría a conducir un coche durante un quilómetro.
Internet también es las infraestructuras que funcionan de forma conjunta
Efrain Foglia, de Guifi.net, nos recuerda que Internet no es solo “la red”, sino también una cantidad de infraestructuras que funcionan de forma conjunta y de la mano de toda la infraestructura eléctrica. “Son muchas infraestructuras combinadas las que generan la red de redes que se ha desarrollado siguiendo un modelo económico de generación de dinero y publicidad engañosa y que llaman a consumir más y no solo lo que necesitas.” Históricamente, solo los movimientos de tecnologías críticas o de redes libres lo han cuestionado. También es necesario poner el foco, según Foglia, en el aumento del uso del espectro radioeléctrico: “Algunos consumen Internet a partir de un cable conectado a su router, pero muchos otros (y así lo propicia el mercado) lo hacen a través de redes inalámbricas exigiendo, así, más participación en el espacio radioeléctrico (4G, redes inalámbricas, Wifi, etc.). A todo eso, cabe sumarle el gasto energético de la infinidad de dispositivos -promovidos por la excitación artificial del mercado de consumo- que están conectados a Internet y forman el fenómeno del “Internet de las cosas” (“Internet of The Things”), la red de objetos de la vida cotidiana interconectados, como relojes o Alexas.”
Cómo consumimos Internet y cómo regalamos los datos
El aumento del uso de Internet durante la pandemia ha puesto encima de la mesa la necesidad de plantearnos cómo consumimos los datos en la red. Si los usáramos solo para teletrabajar y racionalizáramos el resto de usos, dejaríamos, sin duda, mucha menos huella. Quizás podríamos comenzar a recuperar los buenos hábitos para no malgastar energía, como por ejemplo apagar el televisor, el routers, los aparatos que se quedan en stand by y después comenzar a plantearnos cómo consumimos Internet.
Mercè Botella de Somos Conexión insiste que no tenemos suficiente información para comparar datos y saber si el uso de Internet que hemos hecho durante el confinamiento compensa los traslados que no hemos realizado. Pero, aun así, debemos aprovechar la ocasión para plantearnos un consumo consciente de la red. “En general, el teletrabajo, si se hace desde la conciencia que solo compartimos lo necesario y solo durante el tiempo que lo tenemos que compartir, para que así deje de ser un peso que está perpetuamente en la red, haremos un consumo más eficiente y seguro. El problema es hacerlo de forma inconsciente y dejar cosas registradas para siempre en Internet”.
En este sentido, Alfons Pérez del ODG remarca que Internet es “una cosa desmaterializada” y que puede parecer que el único impacto ambiental que tiene utilizarlo es el de nuestro ordenador. “Tener todos los datos disponibles en todo momento implica disponer de una cantidad ingente de servidores con toda esta información en algún lugar del mundo, como por ejemplo, naves industriales en la China, que necesitan mucha energía”. Pérez cree que no podemos perder de vista el impacto del recorrido del consumo de esta cadena de suministro de datos, así como lo hemos ido haciendo con otros temas, como los alimentos que vienen de la otra punta del mundo. Pérez nos recuerda que empresas grandes como Google, Amazon o Facebook, debido a las cantidades de energía que consumen, hacen sus propios proyectos de energías renovables e intentan compensar sus emisiones de CO2 con el uso de las llamadas energías limpias. Son, a la vez, las empresas que más utilizan el sistema de les PPA (Power Purchase Agreement), acuerdos entre las comercializadoras y las generadoras, contratos de potencia eléctrica entre las dos partes, la que genera la electricidad (vendedora) y la interesada en comprar la electricidad.
Botella defiende que no hace falta que nos traslademos para transmitir conocimiento o información, que evidentemente hay conocimiento experiencial que no es sustituible por Internet, como el que se aprende en la escuela, pero que el teletrabajo o los cursos online son una muy buena oportunidad para reducir traslados.
Internet se ha convertido en un territorio geopolítico
Pero no olvidemos, como comenta Efrain Foglia, que ahora, la gallina de los huevos de oro será el control de los datos y que todos pasan por la red, “sea con la excusa de conseguir la vacuna de la COVID19 o sea porque las grandes empresas obtienen información de forma fácil y gratuita”. Internet se ha convertido en un territorio geopolítico y como apunta Naomi Klein, a medida que el coronavirus continúa matando miles de personas cada día, las empresas tecnológicas aprovechan la oportunidad de ampliar su alcance y poder.
Según Foglia, en este sentido «tendríamos que intentar encontrar una balanza entre lo que perdemos y lo que cedemos y los derechos humanos fundamentales y, al mismo tiempo, ser conscientes del consumo energético intentando hacer una hibridación con las iniciativas de software libre».
Consumo responsable y consciente de datos
Después de recoger las opiniones y perspectivas de Ecologistas en Acción, Somos Conexión, el ODG y Guifinet y compilar algunos datos de los informes a los cuales hemos podido acceder, parece que el primer paso sería tomar conciencia que el consumo de datos no es inocuo, pero que lo más contaminante es el transporte con carga. Si armonizamos el teletrabajo con la presencialidad, ganaremos puntos en contaminar menos, siempre que evitemos la acumulación de datos innecesarios en la red.
Curiosidad
¿Tenéis curiosidad por ver a tiempo real cuántos kilos de CO2 emite Google en el medio ambiente mientras navegáis por la web? Lo recoge el proyecto CO2GLE, de la investigadora digital Joana Moll iniciado en 2015. Si hacéis clic aquí, lo podréis ver (unos 500 kg de emisiones por segundo).