En anteriores artículos he escrito sobre propuestas como las de la vida lenta (slow food, slow cities), la vida sencilla, el downshifting o el Buen Vivir. O sobre Vida lenta y consumo consciente.
Me faltaba un artículo eminentemente práctico. Y aquí está, organizado en 5 ideas que podemos aplicar en nuestro día a día.
1- Suelta lo que no funciona
Solemos sentir miedo a soltar. Un trabajo, una afición, un hábito, una idea, una relación de amistad o pareja, objetos acumulados en nuestras casas… A menudo no queremos “soltar una liana” hasta tener bien agarrada la siguiente, lo que nos evita enfrentarnos al vértigo y la inseguridad que nos produce el vacío. Y el miedo a asumir riesgos bloquea el cambio en nuestras vidas, ya que muchas veces es necesario transitar algunos tramos de desierto para poder llegar a nuevos oasis. Y para ello hace falta salir de un viejo oasis que, aunque es “seguro”, ya no nos nutre como antes.
Porque una vida más coherente y gozosa seguramente requerirá, sobre todo al principio, de algunas dosis de valentía, y de alguna ruptura, que en ocasiones puede resultarnos trabajosa o incluso dolorosa.
Así que un primer ejercicio puede ser dedicar espacios a sentir qué aspectos de nuestras vidas podemos dejar atrás para dejar espacio a lo nuevo.
Para inspirarte puedes buscar algún artículo, libro o vídeo sobre minimalismo. El trabajo de la popular Marie Kondo, y otros semejantes, pueden ayudarte en la tarea de simplificar espacios y deshacerte de objetos que no usas.
2- Busca pausas y momentos lentos
Uno de nuestros escudos más habituales para no vivir el vacío es tener nuestro tiempo lleno de “deberes” y actividades (sean académicas, profesionales, sociales…). Y el “tiempo lleno” no nos deja espacio para introducir cambios, para que puedan pasar cosas diferentes, inesperadas, para abrirnos a nuevas inspiraciones…
Aunque la velocidad cumple una función, que es no dejar espacios a la soledad y la conexión con nosotras mismas. Conexión que en ocasiones puede hacer que salgan a flote dolores, miedos o emociones antes “tapadas” por la acción permanente. Bajar el ritmo puede traernos muchas satisfacciones, pero también retos y sorpresas inesperadas. Por suerte tenemos reciente el “ensayo general” de los recientes confinamientos y restricciones, que nos han aportado algo de experiencia al respecto.
Algunos de las “tapaderas” más habituales son el ocio o el turismo, que muchas veces usamos como válvula de escape o compensación de las insatisfacciones que nos producen un trabajo que no nos gusta o que nos ocupa demasiadas horas, o una vida cotidiana demasiado estresante (premiándonos con un “super viaje” para poder desconectar, necesitando salir muy a menudo a destinos naturales “muy vírgenes”…). Ojo si nos damos cuenta de que ponemos mucho el foco en las satisfacciones que nos darán el fin de semana o las vacaciones. O si sentimos que necesitamos que nuestro ocio sea especialmente intenso o “muy especial”, y nos frustramos si no es así. Porque pueden ser señales de alerta sobre carencias e insatisfacciones en nuestro día a día, que puede necesitar algunos cambios y ajustes. Por ejemplo dedicar al menos media hora al día a pasear o hacer ejercicio al aire libre (puede ser en cualquier parque, playa o bosque cercano a nuestra casa). Una práctica que, además de aportarnos numerosos beneficios, es de lo más sencillo y sostenible.
Una clave importante es, cuando dudemos si aceptar una propuesta o compromiso, intentar responder por defecto que “de entrada no”. No es un hábito nada fácil de adquirir y mantener, pero puede ayudarnos a aligerar nuestra agenda a medida que consigamos incorporarlo. Agenda para la que sería inteligente tener como objetivo que no se llene más allá de un 50%, para reservar un espacio a las sorpresas que la vida siempre trae. De lo contrario, los “extras” e imprevistos frecuentemente harán que vayamos estresadas y desbordadas.
En resumen, se trata de ir incorporando algunos ratitos al día, algunos espacios a la semana, algún fin de semana de vez en cuando, más vacíos de lo habitual.
Como inspiración nos podemos ayudar de alguna lectura o algún vídeo, por ejemplo alguna entrevista o charla de Robert Poyton (autor del libro “Pausa. No eres una lista de tareas pendientes”) o de Carl Honoré (autor de“La lentitud como método”). O este podcast de Carne Cruda con ideas para no trabajar más de la cuenta.
“Si quieres que pase otra cosa, tienes que hacer una pausa” Robert Poyton.
“En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder” Carl Honor.
3- Amplía tu tiempo offline
La hiperconexión secuestra nuestra atención. 1 de cada 3 personas miramos el móvil más de 100 veces al día, una media de 1 vez cada 10 minutos. Y una de cada 4 menores de 25 años lo mira una media de 150 veces al día, 1 vez cada 7 minutos.
Algunas prácticas pueden ayudarnos a reducir nuestro uso de los dispositivos móviles: reducir el número de notificaciones que nos llegan (por ejemplo las de las redes sociales), y silenciar las que mantengamos; dejar el móvil menos a mano y fuera de la vista (no encima de la mesa, por ejemplo); alejar las apps más adictivas de la pantalla de inicio…
Otra clave es usar el modo avión, por ejemplo cuando trabajamos, vemos una película o leemos un libro; o cuando paseamos o conversamos con alguien o en los encuentros sociales.
Además de fijar horarios de desconexión: por ejemplo podemos intentar apagar el móvil a las 10 de la noche (e ir avanzando poco a poco ese horario), y no encenderlo, por ejemplo, hasta media hora después de despertarnos. O dejar el móvil en casa si salimos un rato a pasear. O no llevárnoslo a la cama (para escuchar música o ver vídeos puede ayudarnos tener una tablet en la que no instalemos apps de mensajería, o redes sociales de las que tendamos a abusar).
En la red podemos encontrar numerosos artículos y vídeos que nos ofrecen ideas prácticas y nos aconsejan apps que nos ayudan a reducir nuestra hiperconexión.
4- Sueña sin barreras, y fíjate metas realistas
Para comenzar a imaginar y dibujar la vida que queremos puede sernos útil “pensar fuera de la caja”. Regalarnos momentos para “soñar sin barreras”, sin las limitaciones que el realismo nos impone.
Este ejercicio puede ayudarnos a marcar horizontes de vida que, por utópicos que puedan parecernos, marcan direcciones hacia las que caminar. Y este “pensamiento estratégico” es clave porque, como escribió Séneca, “no hay viento favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige”.
Podemos ayudarnos revisando nuestra vida por áreas como salud, familia, amistades, pareja, vivienda, ocio, trabajo, economía, consumo, propósito vital, espiritualidad… o cualquier otro ámbito que para nosotras sea significativo.
Una segunda parte de la tarea consistiría en convertir los sueños en pequeñas metas concretas y alcanzables. Planteándonos, por ejemplo un pequeño cambio o hábito asumible y consolidable al mes, o al trimestre, en cada una de las áreas de nuestras vidas que hayamos revisado.
Es importante que, en este proceso, nos permitamos hacer cosas nuevas, y probar a hacer las mismas cosas de maneras diferentes. Irnos acercando a una mayor armonía entre lo que pensamos, decimos y hacemos nos puede aportar un sentimiento de satisfacción muy profundo. Y, a la vez, requiere asumir algunos riesgos, y atrevernos a equivocarnos (¡muchas veces!) en el camino.
En la red podemos encontrar explicaciones de ejercicios como “la rueda de la vida”, que podemos seguir o adaptar a nuestra medida para facilitarnos nuestro trabajo.
Y un último apunte para este ejercicio. En 2001 asistí a un curso: “como organizarte para vivir la vida que quieres”. Que me encantó, y fue decisivo en mi vida posterior. La profesora, Yolanda Sáez, nos proponía una máxima: “que sea bueno para mí y bueno para el mundo”. Lema que hago mío para animarnos a encontrar ese equilibrio entre sostenibilidad personal y colectiva del que hablábamos en el artículo sobre Vida lenta y consumo consciente.
5- Apoya iniciativas colectivas
No debemos perder de vista que nuestro cambio de mirada y nuestra fuerza de voluntad no lo pueden todo. Nos influyen decisivamente factores socioeconómicos que muchas veces escapan a nuestro control. Me refiero, por ejemplo, al precio de la vivienda, los hábitos sociales en los usos del tiempo, las inercias en la división sexual de las tareas de cuidados, o la duración de la jornada laboral y su escasa flexibilidad (a nivel de teletrabajo, excedencias, conciliación o reducciones de jornada).
Son factores que no facilitan llevar a la práctica la idea de gastar menos, para poder trabajar menos, y poder dedicar más tiempo a otras cosas que nos importan o nos motivan. Y que, como comentamos antes, fomentan dinámicas consumistas (“ya que tengo que trabajar tanto todas las semanas, al menos, si puedo, me regalaré unos fines de semana y unas vacaciones sin escatimar en gastos”).
Por ello, como no nos cansamos de recordar, no se trata solo de lo que podamos cambiar a nivel individual, sino que necesitamos también apoyar las iniciativas que favorezcan cambios estructurales como la reducción y flexibilización de la jornada laboral, un acceso más asequible a la vivienda, o diseños urbanos con más espacios verdes y de convivencia que nos hagan más fácil el cambio hacia vidas más lentas y sostenibles.
Para ampliar información te recomiendo este vídeo de una charla teórico-práctica sobre “Vida lenta y simplicidad voluntaria” que ofrecí en 2020.