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El menú de Navidad en tiempo de emergencia climática

¿Cómo contribuye el menú de Navidad a la emergencia climática? ¿Por qué hay que evitar la piña tropical, el marisco asiático y el exceso de proteína animal?

La Navidad es tiempo de encuentro, celebración, buenos propósitos y mucha comida, incluso demasiada. Pero, en tiempo de emergencia climática, ¿hasta cuando podremos seguir comiendo aquello que consumimos estos días? Dentro de veinte años, ¿los platos típicos de Navidad seguirán siendo los mismos? ¿Qué impacto tiene el calentamiento global en el menú navideño? Lo vemos a continuación a partir de algunos ejemplos.

Mariscada navideña

En Navidad, marisco en la mesa. Langosta, gambas y langostinos son algunos de los clásicos de estas fiestas. Pero, ¿de donde vienen? ¿Qué camino han hecho hasta llegar a nuestro plato? La mayoría provienen del trópico latinoamericano o asiático, de países como Ecuador, Honduras, Tailandia o Vietnam. Son alimentos que recorren miles de kilómetros hasta llegar a nuestra mesa y producirlos tiene un importante coste medioambiental. La captura en alta mar, utilizando técnicas de arrastre, acaba con los fondos marinos y la cría que se hace en piscifactorías provoca la deforestación de bosques, la contaminación de acuíferos y la desaparición de ecosistemas costeros de alto valor ecológico como son los manglares.

La producción en piscifactorías implica, también, el uso sistemático de productos químicos y antibióticos, para garantizar la conservación y un aspecto impoluto, lo cual tiene efectos en la salud humana. A pesar de que nosotros nos los comemos alegremente, sin ser conscientes de ello. Además, hay que tener en cuenta la precariedad laboral de quien trabajan en el sector, cobrando salarios de miseria y en muchos casos sin poderse organizar sindicalmente.

 

Canelons de Sant Esteve

¿Qué seria de Sant Esteve sin un buen plato de canelones, que la mayoría come rellenados con carne de ternera, pollo y cerdo? Pero, ¿hasta cuando podremos seguir comiendo tanta carne?

Para producir un kilo de carne de ternera hacen falta 15.500 litros de agua, sobre todo para cultivar el forraje y el pienso que el animal consumirá en el transcurso de su vida; mientras que para conseguir un kilo de trigo hacen falta 1.300; y para un kilo de patatas solo hacen falta 255, según datos del Atlas de la Carne. Entonces, ¿merece la pena usar el equivalente a una piscina pequeña llena de agua para obtener cuatro bistecs? Además, un 33% de las tierras cultivables están dedicadas al cultivo de forrajes y se calcula que el 18% del total de emisiones mundiales anuales de gases de efecto invernadero son producidas por el sector ganadero, según un exhaustivo informe publicado por la FAO.

Los animales y los productos que se derivan de ellos viajan miles de kilometras desde donde se engordan y se sacrifican hasta donde se consumen. En el Estado español, hay 50 millones de cabezas de cerdo, según datos del Ministerio de Medio Ambiente, y la mayor parte de la carne que se obtiene se destina a la exportación. A parte, los cerdos, los pollos, las terneras… se alimentan con pienso transgénico, con el consiguiente impacto que esto tiene para el medio ambiente y nuestra salud. Y un dato que no podemos olvidar, en la actualidad se suministran más antibióticos a animales sanos que a personas enfermas, según indica la OMS, lo cual provoca la aparición de agentes patógenos resistentes a numerosos medicamentos, un grave problema de salud pública. El consumo de carne parece imprescindible en estas fiestas navideñas. Aun así, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar para seguir comiendo tanta?

Si bien hay que señalar que no toda la ganadería tiene el mismo impacto ambiental. La ganadería extensiva, a pequeña escala, local y campesina tiene, contrariamente a la ganadería industrial que antes analizábamos, un efecto positivo en el territorio y la comunidad, al tratarse de un modelo que cuida la tierra, respeta los animales, aporta beneficios a la economía local y produce alimentos saludables. Hay que comer mucha menos carne y que la que se coma sea de calidad. A pesar de que para vivir no se necesario consumir proteína animal.

La piña omnipresente

La piña en estas fiestas sirve casi por todo, para acompañar un primer plato, un segundo o como postres. Algunos dicen que da un toque de exotismo, otros que mejora la digestión. Aun así, no hay que recurrir a las frutas del Trópico para ser originales o ayudar el sistema digestivo. Tenemos alternativas locales y sostenibles, como por ejemplo servir de entrante una buena ensalada de escarola acompañada de granada y naranja que dará un toque creativo a la mesa.

Pero volviendo a las piñas: de donde vienen? La mayoría de las que se comercializan en Europa provienen de Costa Rica. Unas cuántas multinacionales, encabezadas por Del Monte y Dole, monopolizan la producción e imponen unas condiciones laborales precarias. Los trabajadores de las plantaciones tienen problemas importantes de salud como consecuencia de la inhalación de sustancias tóxicas aplicadas a los cultivos y la organización de la plantilla es casi inexistente por culpa de la política antisindical de las empresas.

Se calcula que el cultivo intensivo de piña necesita hasta 20 kilos de pesticidas por hectárea, con la consiguiente esterilización del suelo, pérdida de biodiversidad e impacto en la salud de las personas. Se trata de agrotóxicos legales en Costa Rica pero de lo más controvertidos a escala mundial, como indica el documental Piñas: el precio oculto de la fruta tropical. Cómo asegura el film, “cuánto menos paga el consumidor en Europa, más grande es el precio que tiene que pagar Costa Rica”.

 

Un problema que tenemos todo el año

El caso del marisco, la carne o la piña son solo algunos ejemplos del lado oscuro de unos alimentos navideños globalizados. Pero el sistema de producción, distribución y consumo que los caracteriza es extensible a otros muchos productos que consumimos en el transcurso el año. El problema es el modelo agroalimentario hegemónico, un modelo generador de cambio climático e incompatible con la emergencia ambiental que vivimos.

A medio plazo, y con un aumento de la temperatura global del planeta imposible de parar si no se toman medidas contundentes para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, no será factible consumir cotidianamente alimentos que vienen de la otra punta del planeta, que tienen una dependencia intrínseca del petróleo por su producción y distribución. La alternativa pasa por consumir productos de temporada y locales, con casi 0 emisiones de gases de efecto invernadero; alimentos campesinos, resultado de cuidar el suelo, lo cual permite la captura de CO2 por la tierra; comida ecológica, que no utiliza pesticidas ni fertilizantes químicos de síntesis que desprenden gases contaminantes. Cómo dice el movimiento internacional La Vía Campesina, “la agricultura campesina enfría el planeta”.

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