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El techo de los grupos de consumo agroecológico

Malgrat que batallem per posicionar davant l’opinió pública els autèntics referents, seguirà sent inevitable que apareguin supermercats com Veritas o Casa Ametller.
26 de julio, 2017

Los que hemos seguido y vivido de primera mano la implantación de las propuestas de producción y consumo agroecológico en Cataluña –en especial efervescencia en la década del 2000– presenciamos el debilitamiento de lo que era una de las principales puntas de lanza del movimiento: el cooperativismo de consumo ecológico. El modelo de grupo de consumo autogestionado, basado en el trabajo voluntario de sus miembros, ha pasado de un crecimiento exponencial a un cierto estancamiento (e incluso declive).

Eso no quiere decir, no obstante, que el clima social favorable a lo agroecológico haya disminuido, sino al contrario: el substrato de valores que apelan a la producción de proximidad, ecológica y saludable está ahí. Es un síntoma de ello la emergencia de propuestas empresariales nada vinculadas a las redes activistas para la defensa de la soberanía alimentaria y las prácticas agroecológicas. Propuestas que han leído el contexto de receptividad social y han traducido lo que el mundo agroecológico está poniendo sobre la mesa –a contracorriente y con mucho esfuerzo– durante años, en su idiosincrasia particular.

Esta traducción, en algunos casos (como Veritas o Casa Ametller), se hace prescindiendo de la dimensión de valores transformadores e instrumentalizando la cultura ecológica y de proximidad para la búsqueda de lucro privado. Otros, como el caso de las Colmenas, se sitúan en un espacio más difuso y con hibridación con el turbio campo de la economía colaborativa. En todos estos casos, se alejan también de las exigencias militantes y de cualquier espacio político de referencia y se enfocan hacia el utilitarismo total para los usuarios.

Si llevamos la reflexión al mundo del consumo agroecológico consciente, de cómo hacerlo llegar a grandes capas de población, me pregunto si es realista que las mayorías sociales, en lo cotidiano, lleven a cabo complejos procesos de razonamiento y toma de decisiones para tener estilos de vida alineados con los valores de la transformación social. Lo que planteo es que quizás es más efectivo –y menos frustrante– asumir la aparición de productos ecológicos en supermercados o la proliferación de Colmenas como una victoria parcial, no tanto por el hecho en sí, sino como un síntoma de que la cultura colectiva se está contagiando de valores impulsados desde abajo. La tergiversación de las ideas originales promovidas desde ámbitos militantes en nuevos productos de consumo es, muy probablemente, un proceso inevitable, y seguramente es más sano que asumamos desde los movimientos la sensación de pérdida de control.

Eso no significa que los movimientos tengamos que renunciar a denunciar los usos instrumentales de las proclamas y valores de las economías transformadoras. Al contrario: tendremos que tener siempre los mecanismos activos de denuncia y de reivindicación de los significados, porque es precisamente aquí donde se gana o se pierde la lucha. Será necesario, entonces, movilizarnos e incidir sobre la administración pública –como gran árbitro de los significados– para que deslegitime los usos instrumentales de los valores transformadores. A pesar de que batallemos e incidamos para posicionar ante la opinión pública los auténticos referentes, seguirá siendo inevitable que aparezcan supermercados como Veritas o Casa Ametller –con la instrumentalización de la cultura ecológica elitista o de comercio de proximidad, respectivamente– donde hay una oportunidad de generación de rendimientos económicos; la cuestión es poder relegarlos a la marginalidad.

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