cinta métrica en artículo sobre crecimiento alternativas de consumo

El tamaño sí que importa (para transformar la economía)

El reto actual de las alternativas de consumo es impulsar iniciativas de mayor escala, capaces de abrirse un hueco en los mercados.
15 de junio, 2018

 

El siglo XXI comenzó con una fuerte expansión del consumo consciente, con especial protagonismo de las economías comunitarias y las iniciativas empresariales de pequeña escala, y con el decrecimiento como uno de los paradigmas más influyentes.

En los últimos años, en cambio, los debates y relatos más candentes hablan de cambio de escala y profesionalización. Y se han consolidado alternativas de consumo que dan servicio a miles o, en algunos casos, decenas de miles de personas.

A ello han contribuido tanto la madurez y experiencia acumuladas por las iniciativas, como el nuevo ciclo político. Veamos cómo se ha dado esta evolución.

 

Decrecimiento y autogestión

El siglo XXI comenzó con una ebullición de iniciativas en diversos campos. Huertos comunitarios, grupos de consumo y otras muchas opciones para la compra agroecológica, experiencias de finanzas éticas, escuelitas autogestionadas y grupos de crianza, experiencias comunitarias y ecoaldeas, centros sociales…

En Cataluña las cifras hablan de un auténtico baby boom de experiencias. El número de escuelas libres se multiplicó por cinco entre 2005 y 2016, y el total de pequeños grupos de consumo se cuadruplicó desde los 40 existentes en 2007 hasta los 160 de 2013 –cifra que parece no haber aumentado desde entonces.

Evolución del número de grupos de consumo agroalimentario en Cataluña

Fuente: “L’Economia Social i Solidària a Barcelona” (Anna Fernàndez i Ivan Miró, 2016).

Muchas de las alternativas más populares en los primeros tres lustros del siglo XXI se han inspirado en la filosofía económica de que Lo pequeño es hermoso (ensayo popularizado en 1973 al calor de la crisis del petróleo y reeditado en 1999). De hecho, el “decrecimiento” era de los paradigmas más influyentes en nuestro ámbito en aquellos años, con numerosas publicaciones, debates e iniciativas al respecto. Para muestra, un botón: Ecologistas en Acción declaró al 2009 “año del decrecimiento con equidad”.

Salto de escala, profesionalización y políticas públicas

En 2016, el título del II Congreso de Economía Social y Solidaria era ambicioso: “El despliegue de la ESS ¡Es hora de transformar la economía!” Y su descripción afirmaba: “Llevamos años preparándonos, haciendo pruebas, consolidando proyectos. Miles de iniciativas, en todos los ámbitos de la vida, respaldadas por cada vez más personas […] Ha llegado el momento de dar el salto, de dejar de creernos una alternativa para constituirnos como una nueva realidad.”

Uno de los ejes de trabajo del Congreso lo abría Ruben Suriñach, de Opcions, con una charla titulada «Estructuras de largo alcance: el reto de la escalabilidad en la economía social y solidaria«. Y comenzaba así: «Si, como versa el lema del congreso, es hora de cambiar la economía, hay que pensar en grande. Es decir, tenemos que ser capaces de imaginar qué propuestas […] desplegamos para llegar a grandes capas de población […] y demostrar que se pueden generar espacios de satisfacción de necesidades para las mayorías sociales desde los principios de la cooperación y la democracia económica […] ¿somos capaces de seducir e interpelar al gran público con nuestros productos y servicios de mercado social?»

Y en el programa del Congreso se anunciaba de manera destacada un seminario sobre políticas públicas de impulso de la economía solidaria, en franca expansión desde 2015. Como hemos explicado otras veces, el compromiso de las administraciones públicas es un ingrediente clave para facilitar y acelerar el cambio de escala de las alternativas económicas.

 

Supermercados, cooperativos !y grandes! (agroecología 2.0)

En 2018 el debate que está pegando fuerte es el de las alternativas de consumo agroecológico de gran formato. Lo explicábamos hace unas semanas en el artículo “¡Que vienen los supermercados cooperativos!”.

Alternativas de consumo

Los pases de la película sobre la cooperativa Park Slope Food Coop -un supermercado de Brooklyn con 16.000 personas socias- han ayudado a nacer decenas de proyectos en Francia, y recientemente se han constituído grupos promotores de proyectos similares en Madrid y Barcelona.

El director de la película, Thomas Boothe, explica que la puesta en marcha de pequeñas tiendas parece no funcionar: “tienes que competir con los supermercados convencionales, tienes que estar abierto tantas horas como ellos, y para hacer eso, se necesita una cierta cantidad de gente. Si abres seis días a la semana, empiezas a recibir el género a las seis de la mañana y terminas a las diez de la noche, al tiempo que necesitas tener a gente trabajando en las cajas, colocando cosas en las  estanterías, limpiando… […] Estamos hablando de alrededor de 1.200 o 1.500 personas como mínimo para que funcione.»
Un dato a tener en cuenta: es curioso que el debate lo esté despertando una película francesa sobre un proyecto en Brooklyn cuando tenemos experiencias de gran escala mucho más cerca: en Pamplona –Landare–, Vitoria –Bio Alai– o Oiartzun –Labore–. Y es que al calor de la fascinación por la experiencia del Food Coop (que sin duda merece porque aporta mucho elementos innovadores) estamos obviando un análisis, al que he llegado casualmente haciendo sencillas multiplicaciones y reglas de tres ¡Las 3.600 unidades de consumo socias de Landare, las 1.400 de Bio Alai o las 400 de Labore Oiartzun superan con diferencia, comparadas con su población de referencia, el alcance del Park Slope Food Coop! (Brooklyn tiene más de 2 millones de habitantes). Solo Landare agrupa a 3.600 unidades de convivencia en una comarca, la Cuenca de Pamplona, de 350.000 habitantes. Las consecuencias que está teniendo el “efecto Food Coop” deben hacernos tomar buena nota de la importancia de las producciones audiovisuales para la extensión de las alternativas.

Estas cifras, de paso,  ponen en cuestión el modelo más habitual en Cataluña de pequeños grupos de consumo, donde 160 grupos con un promedio de unas 30 unidades de consumo agrupan a “solo” 5.000 familias en una población catalana que supera los 7 millones de habitantes. En impacto socioeconómico, el modelo vasco-navarro de iniciativas de mayor tamaño parece ganar por goleada.

En unas recientes jornadas sobre cambio de escala y profesionalización del cooperativismo alimentario, Valero Casasnovas, de Landare, explicaba que la mayor escala no solo sirve para crecer en alcance sino también en coherencia. Argumentaba que los pequeños grupos de consumo acaban, por falta de capacidad, comprando a distribuidoras, mientras que Landare puede permitirse, gracias a su tamaño y a una buena gestión profesional, comprar directamente a 110 productoras. A su vez, Míriam González de La Magrana Vallesana describía cómo la profesionalización permite a las personas socias liberar su aportación voluntaria -en otros grupos absorbida en tareas de gestión- para labores de sensibilización y acción social, cuidados, lazos comunitarios…

 

15M y Procés, dos buenas levaduras (el contexto también importa)

Hace no mucho explicábamos la influencia del movimiento 15M y las crisis de legitimidad de las eléctricas en las altas tasas de crecimiento de la banca ética y las cooperativas eléctricas verdes en los últimos años. En los últimos meses ha sido el Procés y el cambio de sede social de algunas grandes empresas catalanas el que ha vuelto a disparar el interés ciudadano por empresas más comprometidas con el territorio. Un ejemplo es Som Energia, que ha visto en los últimos meses multiplicarse ¡por tres! sus demandas de nuevos contratos (que ya superan los 72.000), y con ello su necesidad de incorporar profesionales a su equipo, que no deja de crecer. Por su parte, Somos Conexión ha pasado en poco más de un año de 3.000 a casi 5.000 contratos, una tasa de crecimiento muy alta.

Conclusiones (provisionales)

Nos enfrentamos a nuevos retos. Y no se trata de olvidar los imprescindibles aprendizajes de décadas de trabajo “subterráneo” y “contracultural”, de desmerecer las valiosas aportaciones del archipiélago de pequeñas iniciativas, ni de negarles su utilidad aún hoy en día. Pero sí de destacar que toca salir de la zona de confort y adentrarnos en terrenos menos conocidos.

En este sentido, si queremos influir significativamente en nuestra realidad, sería positivo entender la necesidad de integrar algunas de las claves de los éxitos del modelo empresarial capitalista, algunos de ellos innegables. Es el momento de que las economías cooperativas y comunitarias debatamos sin complejos sobre crecimiento y economías de escala, y sobre la mejora en la competitividad, profesionalización y especialización de nuestra oferta de productos y servicios.

No es fácil porque, como explicaba Ruben Suriñach en el texto citado líneas atrás, nos saltan numerosas alarmas:

“¿Seremos capaces de que no se diluya el fondo político de transformación social de nuestras empresas a medida que crezcamos? ¿Dónde quedan los cuidados y la perspectiva feminista en las organizaciones cuando creamos macro-estructuras abriéndose paso en un mercado más allá de los círculos de confianza y afecto? ¿Somos capaces de imaginar y desempeñar una nueva cultura empresarial que integre el sentido cooperativo, decrecentista y feminista en la gestión de grandes estructuras? ¿Cómo afrontamos y sobrepasamos los tabúes y miedos a las incoherencias que tantas veces nos impiden avanzar?”

Por mi parte, ante la imposibilidad de responder con firmeza a tantos nuevos retos y preguntas, solo se me ocurre recurrir a la poesía y canturrear, a ritmo de Serrat, los sabios versos de Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar / golpe a golpe, verso a verso”.

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