De los 25 primeros números editados por Opcions (2002-2008), diez estaban dedicados primordialmente a productos alimentarios. La alimentación nos toca muchas fibras sensibles cuando vamos a comprar con la perspectiva del consumo como herramienta de cambio.
“Somos lo que comemos”, decía el lema una campaña de hace unos años. Sostenibilidad, salud, condiciones dignas de productores/as, un medio rural vivo, precios transparentes, proximidad, comunidad… ¿Es posible tener todos estos ingredientes en la receta de los supermercados cooperativos?
Cuando en los años ochenta del siglo pasado, los pioneros del movimiento agroecológico estatal empezaron a proponer un modelo diferente al agroindustrial, el panorama era bastante desolador. Ya saben: “¿Volver al pasado renunciando a la revolución tecnológica, con el hambre que se ha pasado en este país?” Hoy en día, sin embargo, después de décadas de movimiento agroecológico y por la soberanía alimentaria, y cabalgando a lomos de escándalos alimentarios y de los estragos que produce en nuestros cuerpos la alimentación agroindustrial, vivimos una explosión global de producción y consumo de alimentos ecológicos. A pesar del avance espectacular en la producción ecológica en los últimos años (tanto las ventas como la superficie se han multiplicado por cinco entre 2000 y 2015), hay deberes pendientes: a día de hoy, la mayoría del consumo de alimentos ecológicos certificados lo realizan personas de renta media-alta en países del Norte, mientras que grandes producciones de países del Sur se destinan fundamentalmente a la exportación a Europa y Estados Unidos. En contrapartida, a menor cantidad de ingresos personales, más se consumen alimentos industriales procesados, altos en calorías, grasas, azúcares o sal.4 El mercado propone, el salario decide.
Consum agroecológico transformador
Esta geografía económica global del consumo de alimentos ecológicos no impide que haya miles de iniciativas populares, de tamaño pequeño y mediano, en la producción y el consumo, que atienden a los valores de la agroecología y soberanía alimentaria. La cuestión preocupante es que los números no mienten: en su desarrollo reciente, el sector ecológico se ha ido amoldando a las estructuras económicas existentes, con sus lógicas de generación de beneficios como elemento central. Hemos agitado el árbol, sí, pero es la gran distribución la que a día de hoy recoge los frutos.
Las señales recientes de estancamiento en grupos de consumo (que representan el compromiso, desde el consumo, con la agroecología como movimiento transformador) y el aterrizaje del fenómeno Food Coop, gracias al documental sobre el supermercado cooperativo Park Slope Food Coop de Nueva York, han removido este panorama.
Hemos agitado el árbol, sí, pero es la gran distribución la que a día de hoy recoge los frutos
El momento coincide, además, con un sorprendente crecimiento de iniciativas cooperativas de cierta escala en otros sectores y con el apoyo institucional a la economía social y solidaria y la soberanía alimentaria en el marco del ciclo político 2015-2019. Así que, haciendo de la necesidad virtud y con la inspiración del ejemplo neoyorkino, se vive cierta efervescencia de proyectos en torno a la idea de supermercados cooperativos.
La propuesta de los supermercados cooperativos y su aplicación a nuestra realidad local tiene un elemento clave: la aspiración de hacer llegar alimentos de calidad a capas más amplias de la población. La fórmula pasa por la creación de estructuras de mayor escala que puedan facilitarlo, para llegar a un público menos militante que el consumidor medio de un grupo de consumo ecológico. Idealmente, un supermercado cooperativo combinaría lo mejor de los valores del movimiento agroecológico con la gestión profesional de cooperativas de distribución para poder llegar a miles de familias, recuperando así espacio socioeconómico al capitalismo eco. El modelo de Park Slope nos aporta algunos elementos inspiradores a tener en cuenta, de los cuales destaco dos que parecen, al mismo tiempo, claves de su éxito y retos en su aplicación a nuestro contexto sociocultural: el trabajo obligatorio (y masivo) de las personas socias y la heterodoxia declarada en los criterios de aprovisionamiento de productos.
Respecto al primero: que más de 15.000 personas socias colaboren unas pocas horas al mes en la buena marcha del proyecto, sólo puede ser calificado como un éxito de organización. Además, resulta un factor clave para hacer los precios más asequibles, a día de hoy la barrera más importante que frena a los potenciales consumidores de alimentos ecológicos del Estado español. Los miembros del Food Coop neoyorkino realizan un 70% de las horas que el supermercado precisa para operar y por lo tanto la cooperativa sólo soporta económicamente el 30% de las horas en forma de salarios.
Los miembros del Food Coop neoyorkino realizan un 70% de las horas que el supermercado precisa para operar
Economías aparte, no hay que obviar los aspectos no monetarios de este sistema. En primer lugar, el trabajo aportado por los miembros (obligatorio y en grupos regulares) forma parte de la experiencia de la cooperativa a nivel social-comunitario, y tiene un valor como tal, de manera parecida al de los grupos de consumo, pero a una escala mayor. En segundo lugar, el hecho de que esta aportación sea obligatoria (y no canjeable por una cuota, por ejemplo) implica lanzar un mensaje claro: todos los miembros de la cooperativa son iguales, independientemente de los ingresos de cada uno. En cuanto al aprovisionamiento, hay que destacar tanto los criterios de compra como los aspectos logísticos. El Park Slope Food Coop realiza una valoración sobre seis variables de interés a la hora decidir si incluye en el catálogo un producto: su precio, si la producción es ecológica, la proximidad geográfica, el sabor, si es de comercio justo y la satisfacción culinaria del vecindario. Ninguna de estas variables supone una línea roja. Por ejemplo, a menudo hay versiones no ecológicas de un producto si el equivalente ecológico es demasiado caro. Si nos paramos a pensar en el caso de una tienda ecológica donde compramos algunos productos, pero los que nos parecen fuera de presupuesto los compramos en otro sitio, tiene sentido ofrecer producto convencional en estos proyectos: evitamos trayectos, ganamos tiempo y aportamos recursos a la cooperativa. Un modelo heterodoxo, desde los postulados agroecológicos, pero muy pragmático a nivel socioempresarial, e inclusivo para el consumidor.
Productores y supermercados cooperativos
Por otro lado, el Park Slope Food Coop renuncia (salvo excepciones) a la premisa de la relación directa con los productores, que suele estar muy presente como paradigma de la agroecología ibérica. El motivo es, de nuevo, puramente práctico: no se puede tener relaciones directas con tantos proveedores, de hecho sería ineficiente en la escala de un supermercado. Por lo tanto, necesitan mayoristas de distribución que puedan mutualizar la logística (a ser posible) de manera cooperativa. Son consecuencias lógicas de apostar por el volumen, y de la necesidad de alimentar la metrópolis del siglo XXI.
¿Es adaptable el modelo de supermercado de Park Slope a nuestro contexto? La intuición apunta a algunas fricciones, dado que es un modelo muy centrado en llegar a más consumidores, pero en el cual no hay un lugar claro en el organigrama para incluir los pequeños productores y las problemáticas del campo.5 La cuestión no es menor, y algunas voces6 ya alertan de la importancia de poner en el centro del debate de modelos, cuán importante es el colectivo de los consumidores y cuánto el de productores.
El modelo Park Slope no encaja del todo en el imaginario agroecológico
Un modelo de supermercado cooperativo pensado desde la metrópolis, sin cuestionar cómo ni por qué ésta ejerce el poder que ejerce sobre el territorio, podría nacer con una pata coja, especialmente si miramos a medio plazo los retos ambientales del cambio climático o la escasez y deterioro de recursos naturales. Aunque la intuición, decíamos arriba, apunta que el modelo Park Slope no encaja del todo en el imaginario agroecológico, la práctica se está demostrando contraintuitiva: La Louve, supermercado Parisino inspirado en Park Slope, o La Osa de Madrid, parece que ponen en el centro la fuerza del consumidor cooperativista.
¿Cómo podrían los proyectos en ciernes equilibrar los intereses del campo y la ciudad? Tres ideas para terminar:
- Impulsar estructuras cooperativas de cierta escala desde el lado de la producción agroecológica.
- Estudiar las posibilidades de la integración vertical en los futuros supermercados cooperativos, es decir, que se produzcan alimentos bajo el paraguas del supermercado, por lo tanto serían cooperativas de producción y distribución.
- Activar estructuras de cooperación sectorial que trabajen para promover un marco de relaciones justo entre producción y consumo, tanto a nivel de precios como de otros aspectos vitales para el campo.
Este artículo se publicó originalmente en el Cuaderno 56 «De la tierra al plato». Si quieres que sigamos publicando contenidos variados y de calidad, ¡hazte impulso!