Conviene aclarar que la sostenibilidad (esa palabra tan desvirtuada hoy debido al abuso tendencioso que se hace de ella) se apoya siempre en tres pilares: el social, el medioambiental y el económico. Por ello, para que un negocio, un producto, un evento, etc., se pueda denominar correctamente como “sostenible” estos tres pilares deben estar desarrollados con igual dedicación. Pero la realidad mercantilista suele demostrar que la mayoría de las corporaciones convencionales que ponen estos artículos a la venta se preocupan sólo por su reputación y del pilar económico, y los ofrecen a los consumidores concienciados con un poder adquisitivo medio-alto y en general más caros que los convencionales que venden. Mientras, se olvidan a menudo de alguno de los otros pilares, o los aplican a su libre entender. Por ello este tipo de acciones se suelen quedar en greenwashes (lavados verdes) o socialwashes (lavados sociales) que proliferan tanto que hace más de diez años la ONG CorpWatch creó los Greenwash Awards para denunciarlos, una de las muchas iniciativas parecidas que existen.
Las colecciones de algodón orgánico de corporaciones tan controvertidas por sus impactos socioambientales como H&M o Primark (recordemos que la segunda era una de las marcas que producía en el Rana Plaza cuando se produjo la tragedia que mató a 1.134 trabajadoras y provocó 2.000 heridos) por muy green que se pinten, no serán sostenibles si se fabrican pagando los mismos sueldos indignos que cobran sus manufactureras por los que ambas firmas reciben las calificaciones de un 11 sobre 40 de la Campaña Internacional Clean Clothes (Ropa Limpia) que las monitorea junto a otras marcas. Tampoco lo serían si se añade a esa ropa orgánica tintes o acabados con sustancias potencialmente tóxicas para la salud humana y para el entorno, algo frecuente. Deberíamos mirar con lupa estas acciones, como las colecciones de algodón orgánico de Decathlon, Gap, Zara, Marks & Spencer, C&A y tantas otras, ya que Nike, H&M o C&A son ya grandes compradores de él, demasiado gigantes tal vez: porque si no mantienen sus niveles de compra pueden hundir ese mercado y si lo aumentan no habría suficiente algodón orgánico y tampoco al precio final del consumo rápido y grandes volúmenes que promueven.
Levi’s, por ejemplo, diseñó los vaqueros Waste Less que usaban 20% de materiales reciclados (ocho botellas de PET por cada uno) que mezclaban con algodón y que acaban generando prendas híbridas de imposible reciclaje porque son materiales de ciclo de vida diferente para los cuales aún no existe tecnología que los pueda separar. G-Star se vanagloria de sus acciones “eco” pero en 2013 respondió a acusaciones de 2005 de sindicatos en India por abusos físicos, psicológicos, impagos y objetivos irracionales en uno de sus proveedores que también lo era de Armani o Gap, que se debieron poner tan Red como la acción homónima solidaria global en la que participan conjuntamente. Pepe Jeans lanzó su colección ecológica True blue en 2011, pero la marca fue objetivo de la campaña de Ropa Limpia Stop killer Jeans! contra el sandblasting, una técnica de desgaste de vaqueros que provoca silicosis a los que la aplican. También Tommy Hilfiger ha vendido sus Less water denim que usan sólo seis litros de agua por prenda pero sus condiciones laborales ha sido puestas en entredicho en múltiples ocasiones. Como dice Safía Minley, fundadora de la marca inglesa de ropa orgánica y de comercio justo People Tree: “Gastan mucho tiempo y dinero pretendiendo ser ‘verdes’. Me gustaría ver iniciativas más genuinas. Si hacen o venden camisetas de algodón orgánico, comercio Justo o ético y siguen explotando trabajadores, o comprando a quien los explotan, etc. ¿Qué es lo que hacen? Un paso delante, y otro atrás.”
Algo parecido ocurre con la tienda de integración social de Inditex en Madrid, que inserta en el mercado laboral a personas en riesgo de exclusión social, algo loable que palidece frente a las remuneraciones precarias que reciben muchas de sus manufactureras deslocalizadas y de las empleadas de sus tiendas. Por ello se consideraría un socialwash, como lo fue la donación de Amancio Ortega para la investigación contra el cáncer porque su grupo textil usa ingeniería fiscal para pagar los menos impuestos posibles con los cuales nuestra sanidad podría hacer mucho más por estos y otros enfermos. También seguramente Ortega sería más eficaz en la lucha contra esta dolencia, y otras, si antes de 2020 retirase de la ropa que vende los potenciales cancerígenos y demás sustancias tóxicas que emponzoñan el planeta y nuestros cuerpos. Lo prometió a la Campaña Détox de Greenpeace y pronto sabremos si cumplen.
Asimismo suscitan serias dudas los productos ecológicos alimentarios de grandes corporaciones que por un lado empiezan a incorporar este tipo de oferta “verde” y por otro implementan en sus demás productos (que son la mayoría), agricultura intensiva contaminante con altos gastos hídricos y energéticos, que deforestan con aceite de palma (u otros monocultivos) arrasando las especies vegetales y animales autóctonas, desplazando comunidades y pagando salarios que no permiten una vida digna a los cultivadores y que además les exponen sin protección a agroquímicos peligrosos, entre otros impactos.
También están todos esos productos de supuesto comercio justo con certificaciones como UTZ o Rainforest Alliance que en realidad no son de comercio justo y que sólo mejoran “algo” las condiciones de los agricultores. Y es que de nada sirve que Nestlé anuncie en sus envoltorios que su chocolate es “sostenible”, o que haga anuncios de Nespresso presumiendo de buen empeño social, cuando Ethical Consumer la calificó como la compañía menos ética de los últimos 25 años. Además, entes internacionales como Baby Milk Action –que vigila el agresivo marketing de sus leches maternas que en países desfavorecidos provoca incluso muertes de bebés–, consideran que contraviene hasta 10 principios de la ONU de derechos humanos como trabajo esclavo o infantil.
Ante la duda, y vista la avalancha de productos pseudo-sociales y pseudo-ecológicos que se nos viene encima, tengamos claro que si una compañía no posee un modelo de negocio sostenible, es decir, que es respetuosa y rigurosa por igual con lo social, lo medioambiental y lo económico, por mucho que juren, perjuren y desarrollen todas la acciones, colecciones y artículos ecofriendly o socialfriendly que se les ocurran para ganar puntos ante los consumidores, sus inversores y sus grupos de interés, se tratan tan sólo de greenwashes y socialwashes, una pequeña excepción empresarial pero no su norma de actuación habitual. Nosotros decidimos si recompensamos estas conductas o no. Personalmente, como consumidora responsable lo tengo claro: no. Prefiero premiar con mi dinero y mi consumo a empresas genuinamente ecológicas o de comercio justo que siempre lo hacen bien y que generan un modelo productivo más justo frente a otras que sólo en ocasiones lo hacen menos terriblemente mal y promueven un sistema productivo depredador.