Las prestaciones de los ordenadores evolucionan rapidísimamente, tanto las del hardware (velocidad, capacidad) como las del software (funcionalidades, facilidad de uso, internet…). También se está mejorando mucho su eficiencia energética: cada vez gastan menos electricidad, sobre todo en el caso de un portátil, porque una de las comodidades estrella que se ofrecen es la autonomía: que los podamos usar el mayor rato posible desenchufados.
Así, constantemente nos rodea la tentación de comprar un ordenador nuevo, y un portátil aún más. De todos los ordenadores que se vendieron en el segundo trimestre de 2011 en España, un 26% eran portátiles;1 en Alemania lo eran un 71’5%.2
En ocasiones, las administraciones han promovido la sustitución de los aparatos que gastan energía por aparatos más eficientes, como medida de lucha contra el cambio climático (entre otras motivaciones). Es el caso por ejemplo de los planes Renove de los coches. Aun así, desde el sentido común nos surge esta pregunta: ¿y la energía que se gasta para fabricar el aparato nuevo? La respuesta desde el mundo científico en muchos casos es desfavorable a comprar aparatos nuevos muy a menudo. Pero eso también es desfavorable al crecimiento económico; y es seguramente por este motivo que las esferas políticas han optado por «mirar hacia el otro lado».
El gobierno alemán se decidió a enfrentar la pregunta. Dentro del programa de lucha contra el cambio climático se marcó el objetivo de reducir el consumo de los ordenadores de la administración pública, y quiso estudiar si una renovación del parque informático hacia portátiles nuevos, más eficientes, reduciría el total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) derivadas de los ordenadores. Las respuestas del estudio, que encargó a dos prestigiosos centros de investigación, se pueden resumir así:3
- Suponiendo que el portátil nuevo se usará siete horas diarias durante cinco años, y que gasta un 10% menos de electricidad que el ordenador viejo (una tasa de mejora realista), en la fase de fabricación del aparato se emitirían un 55% de los GEI y en la fase de uso un 37%; el 8% restante de emisiones se repartirían entre el transporte y la gestión como residuo. Si el portátil nuevo se usara tres años, que según algunos estudios es la media real, la fabricación se llevaría un 76% de las emisiones.
- Para que las emisiones totales disminuyeran, habría que usar el portátil nuevo durante entre 81 y 89 años. Durante el transcurso de este tiempo, las emisiones ahorradas durante su uso serían menores que las emitidas en la fabricación. Incluso si el portátil nuevo fuera un 70% más eficiente que el viejo, una tasa de mejora impensable entre ordenadores de generaciones consecutivas, habría que usarlo durante doce años para que el cambio saliera ambientalmente a cuenta.
De forma que, realísticamente, comprar un portátil nuevo es desfavorable si lo que se quiere es mitigar el cambio climático… al menos mientras no podamos considerar realista que un ordenador dure más de 80 años. Otra cosa es que sea favorable a disfrutar de las innovaciones de la era digital.
La contribución al cambio climático no es el único impacto ambiental de los ordenadores. Otro de los importantes es la explotación de recursos materiales, en este caso de los minerales. La Comisión Europea ha hecho un infome que estudia la disponibilidad de los recursos minerales.4 Parte de la asunción de que «la disponibilidad geológica es indefinida», algo que también denota mentalidad de mirar hacia el otro lado.5 Pero el informe sí da una lista de catorce minerales críticos, la mayoría de los cuales se usan en los ordenadores. Son críticos porque no disponer de ellos tendría un impacto económico significativo, y a la vez su disponibilidad está en riesgo para la UE, principalmente porque los yacimientos están muy concentrados en países con los que pueden aparecer dificultades de comercialización (por los pulsos de poder en el comercio internacional, por conflictos bélicos…). Por ejemplo, China es el principal proveedor mundial de 9 de estas materias primas, y la República Democrática del Congo de dos: el cobalto, el mineral más abundante en los portátiles y smartphones (en concreto en la batería), y el tántalo, que permite dar más autonomía a aparatos electrónicos pequeños.
Y para más inri tenemos que el reciclaje está ayudando muy poco a la disponibilidad de estas materias primas. Sobre el contenido en minerales de todos los portátiles que se vendieron en Alemania en 2010, se recuperó un 38% del cobalto, un 14% del oro, la plata y el paladio y menos de un 1% del resto de minerales.2
Por todo esto, la recomendación de los científicos al gobierno alemán es que amplíe el foco de las políticas normativas para los ordenadores, alargando el periodo obligatorio de garantía y obligando a los fabricantes a estandarizar los componentes, a montarlos de forma que se puedan actualizar y separar fácilmente (de cara a reciclar todas las materias primas) y a ofrecer sostenidamente piezas de repuesto.
Por la parte que nos toca a los ciudadanos, por un lado podemos alargar al máximo la vida de nuestro ordenador, y por otro podemos tener la durabilidad como uno de los principales criterios de selección al comprar uno nuevo:
- En una torre se pueden sustituir todos los componentes, mientras que en un portátil sólo se pueden cambiar la memoria y el disco (el procesador y la tarjeta gráfica se podrían sustituir, pero sin garantías de que funcionara igual de bien).
- Los modelos con prestaciones más «antiguas» se quedarán cortos más pronto.
- Las piezas de repuesto de algunas marcas son difíciles de encontrar; para los clónicos siempre hay buena disponibilidad.
Notas
- Ministerio de Industria: Registro de Aparatos Eléctricos y Electrónicos.
- Öko-Institut (2012). «Recycling critical raw materials from waste electronic equipment.»
- Öko-Institut y Fraunhofer IZM (2012). «Timely replacement of a notebook under consideration of environmental aspects».
- Comisión Europea (julio 2010). «Report of the Ad-hoc Working Group on defining critical raw materials».
- Por ejemplo, arguye que estamos explotando en general a unos 200 metros de profundidad de la corteza terrestre, mientras que ésta por término medio tiene 35 km de grosor, y por lo tanto «es evidente que hay un potencial enorme para descubrir yacimientos minerales enterrados.»
Este artículo fue escrito en noviembre del 2012.