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La revolución será feminista (también en el consumo)

¿Consumimos violencias machistas? ¿En qué ámbitos de consumo? El modelo de consumo predominante difunde un relato único sobre los cuerpos y las identidades. Pero existe un consumo libre de violencias.

En un anuncio publicitario, una mujer es feliz porque, en un supermercado, hacen una oferta de 2×1 en los detergentes. Otra está preocupada porque sus hijos no quieren beber leche, y la siguiente se hace un implante dental porque le da vergüenza sonreír. Ésta última tiene el pelo canoso, pero no tiene ninguna arruga en el rostro. Por último, una voz en off femenina, provocadora y sensual, anuncia un ambientador para el hogar que desprende olor a bosque. Todas ellas, por supuesto, son blancas, están delgadas, tienen entre veinte y cincuenta años, viven en ciudades y no tienen diversidad funcional. Después de ver todos estos anuncios, algunas personas apagarán la televisión y no la volverán a encender, otras, quizás empezarán una dieta.

El consumo que nos vigila

La industria del consumo es una herramienta más de violencia hacia todas las personas que no cumplen ciertas características que María José Capellín llamó las del BBVA (Blanco, Burgués, Varón, Adulto), es decir, las propias del sujeto privilegiado por el sistema económico dominante. Añadiríamos otras, como urbano, sin diversidad funcional, occidental, con un cuerpo normativo y con una sexualidad e identidad de género normativa.

La industria del consumo es una herramienta de violencia hacia las personas que no cumplen los rasgos del BBVA (Blanco, Baron, Burgués, Adulto). Añadiríamos urbano, sin diversidad funcional, occidental, con un cuerpo normativo y con una sexualidad e identidad de género normativa.

El hecho que la industria del consumo, por un lado, invisibilice y discrimine el gran grupo de personas que no cumplen estas características, y, por otro, las presione para que se adapten a los cánones de belleza y comportamiento hegemónicos es violencia machista. Una violencia que, entre otros, genera frustración, complejos, aislamiento, depresión y enfermedades vinculadas con la reproducción de modelos de belleza, como la anorexia o la bulimia. En las bases de la violencia machista directa y visible, están las violencias culturales y estructurales, a menudo casi imperceptibles pero con un impacto directo en la vida de muchas personas.

Además, la industria del consumo se sustenta sobre una visión antropocéntrica y narcisista de la relación del hombre con la naturaleza, es decir, entiende la naturaleza como un elemento a dominar, de donde extraer recursos de todo tipo para expandir negocios y acumular beneficios. Esta relación es también una forma de violencia hacia la naturaleza, que ha desencadenado la crisis ecosocial actual.

El consumo capitalista es, pues, un sistema de vigilancia, que permite controlar y mantener las relaciones de poder de unos sujetos privilegiados sobre otros y también sobre la naturaleza.

Consumir violencia

Las mujeres son uno de los colectivos que más sufren las violencias machistas vinculadas al consumo. El estudio ¿Consumimos violencia? de SETEM Hego Haizea, de 2016, es una de las pocas referencias teóricas que pueden encontrarse sobre el vínculo entre violencias machistas y consumo capitalista. Según Jon Narváez, de SETEM Hego Haizea, “el informe surgió de un proceso participativo entre varias organizaciones que trabajan en los ámbitos del consumo consciente y los feminismos, que trabajaron juntas para retroalimentarse”. El equipo de trabajo acaba de publicar la segunda fase de la investigación.

violencia de género
Els cossos amb arrugues, grassos o racialitzats, sovint, són invisibilitzats a la publicitat | Cade Martin

Según el estudio, entre las violencias más evidentes vinculadas al consumo, se encuentran, por un lado, aquellas que cosifican a las mujeres hasta convertirlas en un objeto de consumo, con el objetivo de despertar la atención del público y fomentar el consumo de un producto. Por otro, las campañas publicitarias que refuerzan roles y estereotipos de género. Por ejemplo, aquellas en las que las mujeres desarrollan roles tradicionales de crianza; trabajan y concilian fácilmente como auténticas superwoman, o en las que las niñas juegan a “juegos de niñas”.

No para todos los bolsillos

El consumo capitalista está vinculado únicamente a la compra de bienes y servicios y, por lo tanto, al poder adquisitivo. Por eso, muchas personas encuentran dificultades para satisfacer sus necesidades más básicas y, de este modo, también son discriminadas por este modelo. Según la encuesta del INE, en 2018, uno de cada diez hogares en España tenía grandes dificultades para llegar a final de mes, y, según el informe de pobreza energética del mismo año, el 15% de los hogares sufrían pobreza energética.

Las mujeres son las más afectadas por los desahucios y por la pobreza energética.

Las discriminaciones por género, edad o origen intensifican las desigualdades asociadas a la precariedad. Según el informe Voces contra la precariedad (2018), de Intermon Oxfam, las mujeres migrantes y las familias monomarentales son el perfil más habitual de la precariedad y la pobreza laboral en Europa y en España. No es casual, pues, que según el informe Perspectiva de gènere sobre el dret a l’habitatge i la pobresa energètica a Barcelona (2018), las mujeres en Barcelona sean también las más afectadas por los desahucios y por la pobreza energética.

La pobreza energética

Para Vanessa Álvarez González, especialista en energías renovables, medioambiente y ecofeminismo y miembro de La Red de Mujeres por una Transición Energética Ecofeminista, “la pobreza energética es una forma de violencia machista”, ya que “es la consecuencia de una sociedad atravesada por el capitalismo y además, en el caso de las mujeres, se une un sistema social patriarcal. Así, las mujeres se encuentran relegadas a los trabajos reproductivos y de cuidados que se desarrollan en el espacio privado, doméstico. El hecho de pasar más tiempo en el hogar, es uno de los factores por los que las mujeres sufren en mayor medida la pobreza energética”

“El hecho de pasar más tiempo en el hogar, es uno de los factores por los que las mujeres sufren en mayor medida la pobreza energética”.

La Red de Mujeres por una Transición Energética Ecofeminista ha elaborado unos principios que abordan el modelo de la transición energética. Según Álvarez, “es imprescindible que la transición energética sea ecofeminista, promoviendo un modelo energético renovable que garantice la sostenibilidad de la vida y el derecho a una cantidad de energía suficiente para vivir una vida digna”.

El autocuidado, una mercancía

En los ámbitos de consumo del textil o la cosmética hay todo un universo de empresas que se lucran a través del descontento corporal de la mujer. Desde las cremas antiedad, las anticelulitis, las antiestrías o antiolor, hasta los tintes de cabello o los remedios para adelgazar. Según las estadísticas que aporta el informe de SETEM Hego Haizea, cuatro de cada diez mujeres ha sufrido daños como resultado del uso de calzado inadecuado, como los tacones, y una de cada diez ha sufrido enfermedades como consecuencia de la realización de dietas.

Los productos de textil y cosmética venden una falsa idea de bienestar, como si el autocuidado también fuera una mercancía.

Se trata de productos que basan sus atributos en que la mujer niegue el propio cuerpo. Pero, además, venden una falsa idea de bienestar, como si el autocuidado también fuera una mercancía. Desde el consumo capitalista, cuidarse implica comprar muchas cremas y alimentarse con productos procesados ​​que llevan la etiqueta light. Los feminismos, en cambio, nos enseñan que el autocuidado es tener tiempo para cocinar alimentos frescos, de calidad y de temporada; poder pasar el tiempo que necesitamos con nuestra red afectiva, querer nuestro cuerpo tal como es y disfrutar de placeres que no tienen por qué ser mercantiles, como una buena lectura o un paseo por la naturaleza.

violencia machista
El consumo capitalista vincula el autocuidado a la compra de productos. | Anastasiia Ostapovych

El cuidado de personas a cargo y del hogar es otro de los ámbitos de consumo clave donde se perpetúan estereotipos de género y las mujeres son consumidoras de productos que las estigmatizan. En estos ámbitos, la presencia de la superwoman en la publicidad, los medios de comunicación, en las películas y en las series de ficción es muy habitual: la mujer que trabaja en un trabajo socialmente aceptado, tiene tiempo para cuidar de su pareja (hombre), con quien vive y tiene una relación monógama estable; pero también cuida a los hijos y a su hogar. Se preocupa porque la familia se alimente de manera saludable y, al mismo tiempo, para hacer dieta y no engordar.

 

El suspenso de los medios de comunicación

El consumo de información, a través de los medios de comunicación, es otro de los ámbitos desde donde se difunde un relato único sobre los cuerpos y las identidades. #Onsónlesdones es una campaña que denuncia la infrarrepresentación de las mujeres en los medios de comunicación en Cataluña. Los datos, recogidos entre octubre y diciembre de 2019, muestran que sólo el 29% de los espacios de opinión de los principales medios de comunicación en catalán están ocupados por mujeres, a pesar de que las mujeres son más de la mitad de la población. Pero, además, en este periodo, el 99,5% de las intervenciones en los diferentes espacios de opinión correspondieron a personas blancas o leídas como blancas.

Una violencia que genera frustración, complejos, aislamiento, depresión y enfermedades vinculadas con la reproducción de modelos de belleza.

Las violencias machistas en el ámbito del consumo de información también  estan vinculadas con la invisibilización de las mujeres; el uso de eufemismos para informar sobre la violencia machista; los relatos informativos que hacen de altavoz del terror sexual; o el tratamiento que reciben las mujeres que tienen visibilidad pública, a menudo juzgadas por la edad, el aspecto físico o la vida privada.

¿Un urbanismo feminista?

En los ámbitos de consumo propios del espacio público, como la movilidad, los comercios o la restauración, también se dan violencias machistas muy arraigadas. El movimiento Take Back the Night (Recuperemos la noche) fue pionero, en los años sesenta en Bélgica e Inglaterra, en reclamar el derecho de las mujeres a sentirse seguras en el espacio público de noche. Desde entonces, se organizan actos anuales en todo el mundo. En el Estado español, bajo el lema, la noche es nuestra, se organizan marchas nocturnas no mixtas en varias poblaciones, alrededor del 8 de marzo o del 25 de noviembre.

El movimiento Recuperemos la noche fue pionero en reclamar el derecho de las mujeres a sentirse seguras en el espacio público de noche.

El urbanismo evoluciona para reconocer y erradicar las violencias continuas que afectan la vida cotidiana de las mujeres en la pública. Organizaciones como Col·lectiu Punt 6 hace tiempo que trabajan por un urbanismo con perspectiva feminista, por ejemplo, con medidas orientadas a mejorar la percepción de seguridad que generan las ciudades, acabar con el monopolio de la lógica del vehículo privado o implementar planes de movilidad que rompan con la división sexual del trabajo y faciliten que las tareas reproductivas puedan ser compartidas y visibilizadas.

 

Col·lectiu Punt 6
El urbanismo feminista visibiliza las tareas reproductivas en el espacio público | Fuente: Col·lectiu Punt 6. Espacios para la vida cotidiana (2014)

Cambiar las reglas del juego

El urbanismo feminista trabaja para construir ciudades más seguras e inclusivas. En el ámbito audiovisual, cada vez se producen más series de ficción de carácter feminista o se muestran referentes más diversos con quien identificarse. A pesar de estas victorias, el informe de SETEM Hego Haizea denuncia una involución de los logros del feminismo en el consumo, fruto de la crisis. Esto ha hecho emerger fenómenos como los neo-machismos o la estigmatización de la lucha feminista. El informe también destaca las dificultades para detectar las violencias machistas en el consumo, ya que a menudo están invisibilizadas y naturalitzadas.

Según Vanessa Álvarez, es fundamental que las consumidoras se conviertan en “agentes activas de cambio. Informarnos y formarnos individual y colectivamente para cambiar unas reglas de juego que sólo benefician a las grandes empresas del oligopolio”

Las claves de una revolución feminista en el consumo

Para Conchi Piñeiro, investigadora y facilitadora de la cooperativa Altekio, “una de las claves para una revolución feminista del consumo es ser capaces de satisfacer las necesidades de consumo mediante la organización colectiva “. Hay numerosas experiencias en este sentido, desde los grupos de consumo agroecológico o las cooperativas de vivienda, hasta las cooperativas de consumo de energía verde o las de educación. Pero, para Piñeiro “también es necesario que las iniciativas colectivas incorporen la mirada feminista en la forma en que se organizan”.

Un informe de la Xarxa de Consum Solidari destaca que en las cooperativas de consumo de Cataluña se reproduce la división sexual del trabajo.

Un informe de 2013 de la Xarxa de Consum Solidari, que analizaba los patrones de género en el activismo, mostraba como, en general, en las cooperativas de consumo de Cataluña se reproducía la división sexual del trabajo. Si los feminismos no se incorporan a estas organizaciones para cuestionar los roles de género, para Conchi Piñeiro, “no serán espacios realmente transformadores”.

Gloria Marín, portavoz de la PAH, y de acuerdo con la experiencia vivida en la plataforma, enumeraba algunas herramientas para hacerlo posible: el liderazgo compartido, el reparto de responsabilidades por áreas, la formación adecuada, la cooperación para complementar capacidades, la rotación de las tareas comunes y la visión a largo plazo. La iniciativa Mares también publicó una guía de corresponsabilidad en la que se dan algunas ideas de cómo incorporar los feminismos a las organizaciones.

Otra de las claves, para Piñeiro, es “entender el consumo en relación a las otras personas y al medio ambiente”. Frente al consumo capitalista, apostar por el consumo consciente. Éste implica “respetar los ciclos de la naturaleza, la retribución justa de las personas que han participado en el proceso de producción y una distribución equitativa de los trabajos y tiempo implicados”.Para Vanessa Álvarez, “comprar una camiseta con eslóganes feministas cosida por niñas y mujeres esclavizadas y cuya fabricación contamina los suelos, las aguas y el aire, tiene que removernos por dentro”.

Y, por último, según Conchi Piñeiro, también “hay que generar espacios mucho más diversos. Coordinar las resistencias y los espacios de sororidad, generar una alianza entre las distintas luchas feministas y entre los feminismos y el consumo consciente”.

 

 

 

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