Recuerdo haber dicho en 2013, en un debate en la Fira d’Economia Solidària, de Barcelona, que el modelo habitual de los grupos de consumo agroecológicos era, en buena medida, solo apto para motivadas y de corto alcance. Y que las alternativas transformadoras deberíamos fijarnos más en qué estaban haciendo bien empresas como Triodos Bank o Veritas (una cadena de supermercados especializada en alimentos de producción ecológica), que se estaban llevando de calle el consumo miles y miles de potenciales consumidoras conscientes. Me acuerdo de haberlo dicho porque recuerdo como para bastantes personas de nuestro sector fue una afirmación chocante, que generó algún malestar.
Veníamos de implicarnos en la campaña “Supermercados NO, gracias”, impulsada a nivel estatal en 2007 y crítica con el modelo de grandes superficies. Y los grupos y cooperativas de consumo agroecológico, generalmente de pequeño formato, experimentaban un auge. Solo en Cataluña se había pasado de unas 40 experiencias en 2007 a más de 160 en 2013. Pero esta última cifra no ha seguido aumentando y, a día de hoy, el crecimiento se ha convertido en estancamiento.
La tortuga solidaria y la liebre capitalista
Al otro lado del mercado, el Grupo Veritas tiene previsto abrir en 2018 diez nuevos supermercados, superando así las 60 tiendas (la gran mayoría en Cataluña). La empresa, nacida en 2002, espera superar este año los setenta millones de euros anuales de facturación y dice atender unas setenta mil familias. Si cada grupo de consumo autogestionado atiende a un promedio de treinta unidades de consumo, el alcance de los 160 grupos activos en Cataluña se situaría “solo” alrededor de las cinco mil unidades de convivencia, una cifra muy modesta en comparación con la de una sola empresa como Veritas.
Este contraste, en uno de los campos donde más se han trabajado las alternativas de consumo, muestra como empresas más convencionales recogen, gracias a su mayor ambición y capacidad de respuesta, la mayor parte de los frutos de la conciencia o la indignación ciudadana en la mayoría de sectores. Fuera del campo alimentario encontramos una excepción a esta regla, las cooperativas eléctricas verdes, que rondan los cien mil contratos. Y una iniciativa de gran escala, Som Energia, que supera los setenta mil contratos, no demasiado lejos de los ciento veinte mil de empresas mucho menos comprometidas como Hola Luz.
Como explica Ruben Suriñach, no podemos evitar que agentes menos cercanos a los principios y prácticas de la economía solidaria (capital repartido, ausencia de ánimo de lucro, democracia interna…) ocupen una parte del mercado, ni debemos interpretarlo como necesariamente negativo. Pero sí podemos aspirar a plantearnos qué podemos hacer mejor para ofrecer alternativas accesibles a las personas que apostaríamos por una alternativa cooperativa y agroecológica, pero a la vez aspiramos -me incluyo- a disfrutar de buena parte de las comodidades que nos ofrecen los supermercados.
Ya sea por momento vital, por “fatiga participativa” o por menor voluntad o capacidad de esfuerzo en esta materia –no podemos sostener un compromiso elevado en muchos aspectos a la vez–, muchas consumidoras comprometidas aspiramos a hacer la compra en horarios amplios y sin necesidad de encargo previo –necesario en la mayoría de opciones como grupos de consumo y cestas a domicilio.
Supermercados cooperativos en España y la revolución «Food Coop”
Como explica este imprescindible artículo sobre supermercados cooperativos, contamos en el Estado español con algunos ejemplos que se salen del perfil habitual de grupo de consumo, de pequeño tamaño y altas exigencias en cuanto a implicación. Es el caso de cooperativas como Landare (Navarra, con dos tiendas y más de tres mil “unidades de consumo”) y Bio Alai (Vitoria, 1.400 unidades). Otras experiencias con cientos de personas socias son El Encinar (Granada), Árbore (Vigo), bioTrèmol (cadena de tiendas cooperativizada en la provincia de Alicante), El Brot (Reus), La Magrana Vallesana (Granollers), así como nuevos proyectos como Som Alimentació (Valencia), Labore (Bilbao) o L’Egarenca (Terrassa).
Pero un nuevo fenómeno parece estar acelerando el debate y la creación de supermercados cooperativos. Son los pases de Food Coop, un documental sobre la experiencia de un supermercado cooperativo en Brooklyn en el que participan 16.000 familias. A los pocos meses del estreno del documental, a finales de 2016, más de veinte mil personas habían visto el documental en salas de cine francesas, y los encuentros y debates posteriores han generado hasta hoy el nacimiento de alrededor de cuarenta nuevos proyectos. Las nuevas iniciativas no son réplicas de la experiencia norteamericana, sino que se caracterizan por su diversidad. La más relevante es La Louve de París, con 5.000 socias.
Recientemente, el fenómeno Food Coop ha llegado a Madrid, donde se presentó en noviembre la película de la mano de su productor, y lleva meses promoviendo pases de la película acompañados de debates en diferentes barrios (y en ciudades vecinas como Getafe). El 14 y 15 de marzo habrá un pase en Barcelona con el director y el productor del documental, acompañado de unas jornadas de debate. Y en la capital catalana se han creado también un grupo y una reunión de trabajo que en pocos días han recogido decenas de adhesiones, lo que es una buena muestra del entusiasmo que están despertando este tipo de proyectos de supermercados cooperativos.
Un dato a tener en cuenta para entender la extensión de las alternativas: en los casos de Madrid y Barcelona la implicación de gobiernos municipales motivados ha sido clave para el impulso a las jornadas de debate, y seguramente puede serlo también para facilitar el éxito de las iniciativas. Tengamos presente que las políticas públicas pueden y deben jugar un papel clave en posibilitar la la extensión de las alternativas más allá de las minorías concienciadas.
Pero esto no se acaba aquí, la fiebre Food Coop se extenderá durante 2018 a más localidades del Estado español ¡Atentas a sus pantallas!