El supermercado FoodCoop nos ha abierto las puertas. Hace tiempo que teníamos ganas de charlar un rato con ellos para que nos explicaran cómo los va el proyecto, qué retos y dificultades tienen y para que acaben de animar aquellos que necesitan un nuevo lugar donde hacer la compra de los alimentos y productos del día a día.
Ya hace más de un año que a FoodCoop abrió sus puertas. ¿Cómo va la experiencia?
El proyecto está funcionando y solo esto ya es un hecho exitoso en sí mismo, teniendo en cuenta el contexto y las características del proceso de creación y apertura del supermercado.
Actualmente, estamos cumpliendo parte de nuestros objetivos, como por ejemplo facilitar alimentos de calidad agroecológica a mucha gente de Barcelona, a unos precios muy competitivos, a la vez que permiten remunerar dignamente los productores que nos los procuran.
Contamos con una comunidad de socias que creen en el proyecto y apuestan por un consumo más consciente y responsable, aunque esto suponga un cambio de hábitos y una dedicación complementaria. Pero, a la vez, esta dedicación genera también un ambiente muy acogedor, de complicidad y de camaradería en torno a la función de proveerse de los alimentos cotidianos.
Ahora bien, hay también otra parte de los objetivos que no estamos cubriendo, como es nuestra viabilidad financiera. El volumen de socias que se suman al proyecto y el de venta de productos son bastante inferiores a los que necesitamos tener para cubrir tanto los gastos estructurales que tiene el proyecto, como el retorno de la inversión inicial. Esto es un hecho muy preocupante y nos obliga a buscar incesantemente medidas para mejorar nuestra cuenta de resultados y encontrar propuestas alentadoras que puedan animar más adhesiones de socios y más volumen de facturación.
FoodCoop facilita alimentos de calidad agroecológica a mucha gente de Barcelona y a unos precios muy competitivos en el mercado
¿Cuál es la propuesta de FoodCoop y qué la diferencia de la de los grupos de consumo?
Foodcoop es una evolución de la fórmula de los grupos de consumo. De hecho, gran parte de la gente que constituyó el grupo impulsor en sus orígenes surgía de varios grupos de consumo de la ciudad.
La propuesta era, por un lado, hacer un salto de escala en el consumo agroecológico, permitiendo sumar volúmenes de demanda para hacer compras conjuntas de productos de calidad a precios más razonables. Por otra, manteniendo la fórmula cooperativa de socios que se organizan y participan comunitariamente (igual que en un grupo de consumo), aprovechar, también, las prestaciones de servicio que tienen los supermercados, que son los principales canales de venta de los productos alimentarios. Es decir, poder ofrecer un surtido mucho más amplio y completo de productos alimentarios, de higiene y de limpieza, con un servicio de venta al por menor que no implique que cada socio tenga que hacer pedido previo y en horarios comerciales convencionales.
¿Y qué diferencia vuestro modelo del de cualquier otro supermercado?
Más allá de coincidir con los otros supermercados en el hecho que ponemos al alcance una gama completa de productos en una sola superficie, somos diferentes en todo el resto de cosas.
Básicamente, porque somos una alternativa ciudadana a un modelo que no da respuesta a necesidades básicas de las personas: la comida, la gestión de mundo rural y la supervivencia del campesinado, el agua, la energía… A esta problemática todavía no se están dando soluciones adecuadas por parte de la administración.
Somos supermercado cooperativo, basado en la economía social y solidaria, sin ánimo de lucro y basado en valores de justicia social, sostenibilidad ambiental y cuidado de la vida en todas sus expresiones. Y todas estas cuestiones y valores las encontramos en las decisiones sobre qué podemos comprar en nuestro supermercado, cómo podemos incidir en qué queremos encontrar y cómo queremos que funcione.
Somos un supermercado participativo, basado en la colaboración de todas las socias a través de una pequeña parte de nuestro tiempo (hacemos turnos en el supermercado de 3 horas cada 4 semanas), nuestras capacidades e ilusiones por compartir unos beneficios que se traducen, por un lado, en poder comprar productos con muchas calidades a precios razonables y por otro, en la promoción de un proyecto ciudadano, sociocrático y autogestionado con la inteligencia colectiva de las socias que participan, y que no deja de ser una aventura muy alentadora. Y esto necesita muchísimas horas de dedicación voluntaria de muchas socias, más allá de lo que se establece como requisito mínimo.
Basamos el funcionamiento de nuestro supermercado en los valores que nos inspiran (proximidad, cooperación, transparencia, sostenibilidad, confianza, soberanía…) y defendemos estos valores porque pensamos que dan todo el sentido a nuestra propuesta, a pesar de las dificultades que conlleva ser fieles a ellos.
Ofrecemos un surtido completo, pero con sentido común, evitando opciones de alimentación artificiales, ultraprocesados o irracionales desde un punto de vista medioambiental o de injusticia social. A la vez, minimizamos el derroche alimentario y la generación de residuos apostando por productos a granel, con mecanismos de promoción de los productos que pierden presencia o se acercan a la fecha de caducidad y recirculando envases.
Para acabar, tenemos un funcionamiento transparente donde rendimos cuentas de cuáles son nuestros productos, productores, nuestros márgenes, costes e ingresos, y donde todas nuestras socias pueden aportar para mejorar nuestros atributos, criterios y resultados.
Desde ya hace un tiempo, asistimos a una subida constante del precio de los alimentos, sobre todo a raíz de la guerra de Ucrania. Esto nos muestra la estrecha dependencia que tiene el modelo alimentario de la energía fósil y la dependencia que la industria de la alimentación tiene de la energía, los fertilizantes, etc. Sabemos que en FoodCoop os plantasteis contra esta subida. ¿Nos lo explicáis?
Una de las misiones que tenemos como proyecto es permitir que el consumo alimentario de calidad esté al alcance de sectores de población mucho más amplios de lo que está actualmente. Lo intentamos hacer manteniendo un margen comercial muy bajo y ajustado, que incluso es todavía inferior en una selección de productos de cesta básica, que tienen unos precios imbatibles en el mercado de referencia.
Además, buscamos crear relaciones de confianza con los productores para generar vínculos fuertes que permitan garantizar la continuidad del intercambio comercial y superar juntos situaciones de dificultad por un lado y otro.
Una de las misiones del proyecto es permitir que el consumo alimentario de calidad esté al alcance de sectores de población mucho más amplios de lo que está actualmente
Por ejemplo, damos salida comercial a productos imperfectos por talla, forma o aspecto, que la industria alimentaria no tolera a pesar de que tienen todas las calidades nutritivas y gustativas y que podemos vender a precios bastante inferiores respecto de los mismos productos estéticamente perfectos que ofrece el canal convencional.
También tenemos la política de abaratar el precio de los productos frescos cuando se marchitan o se vuelven feos, pero todavía son perfectamente comestibles si se quieren consumir enseguida.
Otra vía es que determinados productos, como por ejemplo la carne de producción extensiva, solo se vende a través de pedidos, lo cual permite evitar cualquier riesgo de derroche y ajustar los precios, además que también es una vía para racionalizar su consumo.
Apostamos por productos de proximidad, mayoritariamente producidos con criterios de agroecología, que se desmarcan del sistema industrial de producción intensiva tan dependiente de la energía fósil, ya sea por la distancia que llegan a viajar los productos industrializados, o por el nivel de componentes químicos del petróleo (pesticidas, herbicidas, fertilizantes…) que requiere su producción. De alguna manera nuestros proveedores pueden tener una mayor resiliencia productiva y son menos dependientes de los incrementos de los precios del petróleo porque no es un componente tan determinante en su forma de producir.
Nos resulta interesante el estudio Sobre el precio y el valor de los alimentos en Catalunya que compara el gasto de una familia con una dieta sana (fundamentalmente agroecológica) y el gasto de una familia con dieta clásica de supermercado. Y sorprende ver que la diferencia es mínima. Sabiendo esto, ¿qué creéis que es lo que impide el crecimiento del consumo agroecológico?
Durante muchos años, la industria agroalimentaria ha sido muy efectiva al abaratar los productos alimentarios y reducir los presupuestos de alimentación en las economías familiares. Ahora sabemos que lo han hecho a base de externalizar unos costes que pagamos entre todas (deterioro de los suelos, pérdida de biodiversidad, contaminación de acuíferos, ríos y océanos, emisión de gases de efecto invernadero o generando niveles increíbles de explotación laboral y animal).
Volver atrás y hacer que la gente acepte que tendría que dedicar un volumen de gasto más importante para alimentarse, como se hacía antes, cuando los alimentos tenían su justo precio, no es fácil.
El contexto inflacionista tampoco ayuda mucho, porque complica la llegada a final de mes de muchas personas y la respuesta es ahorrar en la alimentación, que es un gasto no fijo y modulable. Y cuando no se llega a final de mes, la gente opta por no pasar hambre aunque sea a base de comprar comida basura, mucho más asequible.
A todo esto hay que sumar campañas potentes y constantes de greenwashing de la gran industria, que generan desinformación y confusión y que hacen que mucha gente compre productos que continúan siendo insostenibles y a menudo no saludables, pensando que hacen un bien al planeta.
Nos damos cuenta que hay que hacer un cambio de valores que no es fácil en un entorno socioeconómico y cultural que prioriza las soluciones fáciles, cómodas y despreocupadas y obstaculiza tanto como puede la reflexión y comprensión de las complejidades que nos rodean. Y esto hace que, como sociedad, estemos cada vez más desempoderados.
Vivimos en un modelo socioeconómico colapsador que promueve un ocio individual y privado, donde las personas no tienen tiempo para encontrarse, reconocerse mutuamente, compartir y dar respuestas más colectivas a los problemas que tenemos como sociedad. Y la alimentación sería una de estas respuestas que hay que dar colectivamente.
¿Qué modificaciones habéis hecho en vuestro modelo para superar esta barrera en el consumo agroecológico?
Hemos adoptado muchas medidas para flexibilizar y facilitar al máximo la participación de las socias en el funcionamiento del supermercado y para incrementar las ventas de nuestros productos:
- Hemos creado la figura del tándem para compartir los deberes cooperativos entre dos socias (turno de 3 horas cada 4 semanas), de forma que la responsabilidad se puede compartir.
- Hemos dado opciones a diversificar las formas de hacer el turno en forma de tareas diversas, colaborando según las capacidades y disponibilidades de cada cual, también con opción que se haga fuera de la tienda.
- Hemos reducido la cuota de capital social que hay que aportar para hacerse socio y la hemos rebajado de 90 euros a 10.
- Hemos activado el servicio de entrega a domicilio.
- Nos hemos abierto al público general (y, por lo tanto, las personas que no son socias de la cooperativa también pueden venir a comprar al supermercado), y lo hemos hecho estableciendo dos precios de venta de los productos (un precio socio y otro precio público). Esto es, entre otros, para aquellas personas a quienes hacer el turno les supone un obstáculo insalvable, pero que quieren consumir en Foodcoop.
- Estamos poniendo en marcha proyectos de intercooperación con entidades de la economía social para facilitar la compra en Foodcoop a sus colectivos.
- Mejoramos continuamente nuestro surtido y la experiencia de compra en nuestra tienda.
- Hacemos promociones y campañas publicitarias.
- Estamos preparando un servicio de tienda en línea.
- Y no paramos de buscar nuevas fórmulas para hacernos más visibles y explicarnos mejor.
Desde Opcions defendemos que una alimentación agroecológica es una alimentación consciente, que tiene en cuenta no solo nuestra salud, sino que garantiza la preservación del territorio y de los recursos, y que integra y asume las externalidades. Si bien nos sobran los argumentos, a menudo nos falla la manera de comunicarlo y de hacerlo saber. ¿Qué dificultades tenemos para llevar una alimentación sana, de calidad y justa?
La manera como nos alimentamos condiciona, en gran medida, no solo nuestra salud (ya vemos qué altísima incidencia está teniendo la alimentación industrial en las cifras de enfermedades asociadas a la alimentación, como son las cardiovasculares, las diabetes, algunos cánceres y los elevadísimos niveles de obesidad, también infantiles), sino también el modelo socioeconómico que nos rodea.
En general, tenemos un sistema alimentario organizado en base a los criterios de optimización y eficiencia de un puñado de empresas de la agroindustria y la gran distribución alimentaria, que controlan recursos y medios a todos los niveles, tanto económico, como mediático e, incluso, político. Estas empresas concentran ingentes cuotas de poder y beneficios económicos, a expensas de unas externalidades nefastas (como por ejemplo el ahogamiento económico del sector primario o el deterioro de los ecosistemas naturales), impactos por los cuales ninguna empresa responde ni asume ninguna penalización.
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FRAGMENTO EXTRAÍDO DEL CUADERNO
Pero es que además, el problema es todavía más difícil si consideramos que el sistema alimentario está inherentemente ligado a todo el resto de sectores dominados por el gran capital y el oligopolio de las multinacionales.
Si no llegamos a entender mejor y más en cantidad suficiente la relación directa que hay entre la forma como se producen, distribuyen y comercializan los alimentos y la salud en términos globales (de las personas, del planeta), costará que cambien las cosas. Y, desgraciadamente, el movimiento agroecológico, como las iniciativas ecologistas o de justicia social, son residuales en términos generales y todavía no tienen ninguna fuerza para revertir esta situación.
Necesitamos políticas públicas que delimiten el poder agroindustrial para garantizar un mayor equilibrio en términos medioambiental, económico y social en los diferentes eslabones de la cadena alimentaria
Es por eso que necesitamos políticas públicas efectivas y valientes que empiecen a delimitar el poder agroindustrial para garantizar un mayor equilibrio en términos medioambiental, económico y social en los diferentes eslabones de la cadena alimentaria. Hay muchos estudios científicos que dan suficientes argumentos para hacerlo.
El consumo individual tiene un pequeño poder simbólico y podemos trabajar mucho para llegar a un número elevado de ciudadanos que apuesten para cambiar las cosas a través de su consumo, pero las medidas políticas y legales tienen mucha más efectividad transformadora. Y son este tipo de medidas las que tenemos que exigir y promover.
Creemos que proyectos como Foodcoop son muy necesarios para generar conciencia social y ofrecer alternativas de viabilidad, tanto para las personas que quieran consumir de manera más sostenible, saludable y responsable, como para el sector productivo, para nuestros campos y la preservación de nuestros ecosistemas naturales. Cuanto más proyectas como el nuestro puedan surgir y funcionar de manera sostenida, más podremos empujar un cambio también a nivel político.
Esto que decís, sobre el poder de los actos de consumo me recuerda al video que se hizo viral del campesinado del Priorat, que dedica aplausos para reivindicar el poder que este sector tiene en la defensa del territorio frente a la legislación actual, la industria alimentaria, las grandes superficies o los intermediarios. ¿Qué pensáis?
Apoyamos totalmente al video de los y las campesinas jóvenes del Priorat y compartimos sus reivindicaciones. Pone de manifiesto de manera brillante el cúmulo de contradicciones entre los valores que decimos que tenemos y las prácticas que acabamos haciendo y que nos hablan de la carencia de conocimientos, integridad o responsabilidad en muchos de nuestros comportamientos sociales.
Además, que sea la juventud quien hable claro es muy potente. Esta sociedad ha llevado los padres a mentir o a ocultar hechos a los niños y a los jóvenes. A la gente joven se le tiene que hablar claro sobre los riesgos y amenazas que tenemos delante y es importante que asuman el mundo que tenemos y se preparen para afrontarlo.
Hay que explicar mejor qué está pasando en el sistema alimentario, denunciando evidencias y poniendo de manifiesto que la gran agroindustria opera siguiendo un interés privativo (cada año mejora sus resultados en beneficios económicos, siendo el sector líder del país) y poniendo de manifiesto qué precio carísimo estamos pagando como país y como sociedad a expensas de sus beneficios: degradación y contaminación de los ecosistemas naturales y biológicos, cambio climático, empeoramiento de nuestra salud…
Y hace falta que podamos reaccionar y optar de manera mucho más mayoritaria por un consumo con mucho más sentido común, de cordura y de comunidad.
¿Y de qué manera podemos apelar a modificar hábitos de consumo que se tienen en la ciudad para cuidar el trabajo de quienes trabajan en el ámbito rural?
¡Buena pregunta! Hace mucho tiempo que lo intentamos y no sé si tenemos éxito…
Sufrimos una gran desconexión entre lo que supone producir los alimentos y las prácticas de consumo que tenemos. Mucha gente no tiene ni idea de lo que supone trabajar en el campo, conseguir sacar adelante una producción y vivir de esto. Reconectar mejor el mundo rural productivo con el mundo urbano consumidor ayudaría, seguramente, a introducir nuevas pautas de consumo en las ciudades.
Tenemos que revalorar los alimentos que podemos producir en torno a las ciudades y reubicar las prioridades de consumir productos que vienen de lejos o que implican el agotamiento de la biodiversidad o de los recursos naturales y que, por lo tanto, son insostenibles y perjudiciales para los ecosistemas. Si dejáramos de comer tanta carne, se reducirían enormemente los efectos perjudiciales que tiene la ganadería intensiva en nuestro planeta y dispondríamos de mucha más capacidad para hacer producciones sostenibles con productos vegetales. Hay un volumen ingente de producción agrícola dedicada a la alimentación del ganado.
Además, hacen falta más políticas públicas en este sentido y el apoyo de las administraciones a las iniciativas que, como Foodcoop, andan en esta dirección.
Durante las fiestas de Navidad que acabamos de pasar, la alimentación tiene un papel central ena casi todas las casas, a menudo de manera desmesurada. Paseando por mercados y supermercados, vemos que muchos de los alimentos de estas fechas tienen una larga cola de kilómetros. ¿Cómo os lo hacéis en FoodCoop para satisfacer la demanda y, a la vez, manteneros en vuestros principios?
Durante estas fechas de Navidad seguimos apostando por los productos de calidad y proximidad que vendemos habitualmente y hemos incluido en nuestro surtido productos típicos de la temporada navideña que mantienen nuestros criterios de compra: próximos, de calidad, artesanales, ecológicos, hechos con cuidado y dignidad y buenísimos en gusto y en impactos ambientales, sociales y económicos para el desarrollo del tejido productivo de nuestro territorio. ¿De qué mejor manera se pueden celebrar estas fiestas?
Además de esto, tomamos decisiones conscientes en torno a ciertas campañas y, por ejemplo, por cuestiones políticas, decidimos no sumarnos a campañas de tipos Black Friday.
Tenemos que tener presente que el cambio hacia un modelo de consumo sostenible implica, necesariamente, hacer renuncias, como por ejemplo la de poder disponer de determinados productos vegetales frescos durante todo el año. Celebrar la vuelta del producto cuando llega su temporada, la fiesta de volver a tener unos tomates de temporada, es un placer que hemos perdido y que es muy bonito.