A raíz de la pandemia de la COVID-19, se ha puesto sobre la mesa una praxis laboral hasta ahora poco habitual en nuestra sociedad: el teletrabajo. El confinamiento más estricto de marzo del 2020 forzó, en todos aquellos oficios que pudieran, el trabajar desde casa. Meses más tarde, y todavía con una velocidad de contagio poco deseable, el teletrabajo se recomienda para, así, evitar en la medida de lo posible el contacto con el virus.
Trabajar desde casa ha provocado, en los ámbitos de la movilidad y las telecomunicaciones, tanto una disminución de los desplazamientos urbanos e interurbanos -y la consecuente reducción de la emisión de gases de efecto invernadero- como un mayor uso de datos. Si antes una empresa de 15 personas tenía bastante con una conexión a Internet, ahora se necesitan 15 conexiones a Internet diferentes.
En el marco de la TecnoFESC, una sección fija de la FESC (Feria de Economia Solidaria de Cataluña) que analiza la tecnología con una visión crítica desde criterios de soberanía tecnológica y de economía solidaria, Opcions ha organizado un encuentro con Mercè Botella, de Som Conexió, y Ricard Jornet, de Som Mobilitat. El objetivo: desgranar cuáles son o pueden ser los efectos de trabajar desde casa y analizarlos desde la movilidad sostenible y las telecomunicaciones conscientes.
¿Teletrabajo sí o no? ¿Por què?
Desde Som Mobilitat son muy partidarios del teletrabajo; no obstante, también creen que el contacto humano es insustituible, tanto por las relaciones personales que se establecen como por la ejecución de proyectos. Plantean la jornada sobre los porcentajes: 60% presencial y 40% teletrabajo, o al revés. Más allá de la COVID-19, consideran que es un reparto de las jornadas óptimo y que tiene muchas ventajas, como por ejemplo la reducción del desplazamiento al trabajo y la contaminación asociada. Según Ricard Jornet, «el mix perfecto es trabajar cerca de donde vives para poder ir a pie o en bicicleta y combinar el trabajo presencial con el remoto».
En Som Connexió ya empezaron a regular el teletrabajo antes de que llegara la pandemia. Idearon un protocolo pensando en cómo tendrían que seguir trabajando en caso de crisis climática, como se vio meses antes con el temporal Gloria. Actualmente, gran parte del equipo trabaja desde casa, pero sí que encuentran que la mejor opción es un modelo híbrido que combine la presencia física con el trabajo desde casa.
Entre los inconvenientes de teletrabajar, Mercè Botella destaca que se ha perdido el tiempo de descanso, puesto que a menudo, cuando trabajas desde casa, aprovechas los ratos que antes eran de descanso para hacer tareas domésticas y «se ha llegado a perder el oxígeno que te da ir de un lugar al otro y la movilidad orgánica, la del propio cuerpo».
El teletrabajo implica Internet, Internet es consumo de datos y este consumo de datos no es inocuo, tiene unas consecuencias en el medio ambiente. ¿Hacemos un uso descontrolado de Internet en el entorno laboral?
Mercè Botella considera que hay que tomar conciencia sobre qué es un uso controlado y qué es un uso descontrolado. No se puede saber si el uso que hacemos es descontrolado si no sabemos los impactos que estamos generando con nuestras acciones. Por ejemplo, «no es lo mismo el impacto del consumo de datos móviles, que el consumo por cable o por wifi», comenta Mercè. Como sociedad tendemos a hacer un uso inconsciente y, por lo tanto, no se puede saber si este uso es descontrolado. En el ámbito laboral, sin embargo, hay más medida, en parte gracias al hecho que muchas empresas tienen cuidado de hacer un uso eficiente, tanto de la energía como de los datos.
Ricard Jornet reflexiona sobre la comparación entre el teletrabajo y desplazarse para ir cada día a trabajar. «El consumo que genera la movilidad para ir a trabajar en vehículo privado es muy elevado: desplazarse en coche genera unos 300 kWh; una familia, para vivir, necesita 100 kWh. Si hacemos la suma de todos los desplazamientos, veremos que la factura climática es brutal», comenta Ricard Jornet. Añade, también, que si una cosa positiva ha tenido la COVID-19, es que ha puesto de manifiesto la importancia de reducir la movilidad y sus efectos positivos: menos coches, menos aviones, menos cruceros y, en definitiva, menos contaminación.
¿Son ambientalmente sostenibles los nuevos modelos de trabajo que estamos desarrollando?
Mercè considera que hay una mayor racionalización del movimiento, «no es sostenible hacer una hora o más de trayecto para 30 minutos de reunión». Cree que el teletrabajo forzado nos ha invitado a reflexionar sobre cómo poder mantener la actividad laboral sin desplazarnos tanto y ahora hay que encontrar el mejor punto de equilibrio. De todos modos, hay costumbres y maneras de trabajar que ya existían antes de la pandemia y lo seguimos haciendo, como por ejemplo guardar muchos archivos a la nube, compartir archivos continuamente a través de correos y enlaces, etc. En este sentido, algunas organizaciones están tomando conciencia del impacto de todo, del consumo de datos pero también del consumo energético.
Internet, aparentmente, lo hace todo más fácil, pero es necesario saber el impacto de nuestro consumo
Ricard le toma la palabra afirmando que hay que apoyar a aquellas organizaciones que apuesten por la salud del planeta, «hoy en día, crear energía eléctrica es más económico hacerlo con energía solar, el futuro es renovable». Pero también hace falta un llamamiento al uso racional y Som Connexió lo hace muy bien, «es muy positiva y necesaria la pedagogía que hacen del uso consciente y sostenible de Internet, puesto que permite cambiar hábitos para reducir el consumo». Los «clics» nos lo ponen todo muy fácil para llegar a muchos lugares, pero hay que saber que estos clics pueden tener unos impactos severos.
Mercè comenta que tenemos hábitos que podemos cambiar y da un par de consejos. El primero, eliminar los archivos inservibles que tenemos ocupando espacio en el ordenador o en la nube; el segundo, eliminar los correos electrónicos que no necesitamos, acumular miles es innecesario y tiene un gran impacto, y es que por cada correo guardado generamos 1 gramo de CO₂ cada año. «Generamos una cantidad de información ingente y hay que saber que para eso se necesitan muchos servidores que están puestos en marcha 24 horas en el día, 365 días en el año. Actualmente estamos en una dinámica de solo producir y no desestimar nada, no borrar nada, más bien a la inversa, la tendencia es digitalizar aquello que ya tenemos físicamente». Mercè nos anima a «cambiar el chip y generar la información realmente necesaria y prescindir de aquella que ya no nos aporta nada».
En cuanto a la movilidad, socialmente ya se sabe que determinadas prácticas nos perjudican, son contaminantes y las podríamos sustituir por otras. Pero con el uso de Internet es diferente: no se ve y por eso parece que su uso sea inofensivo. ¿Por qué no se explica más, el impacto de un mal uso de los datos?
Mercè comenta que se le hace difícil pensar que hay una voluntad expresa de esconder el impacto del consumo de datos. Pero a la vez, cree que si analizamos el lenguaje publicitario de determinadas empresas de telefonía e Internet, nos daremos cuenta que, a sabiendas o no, se invisibilizan los impactos constantemente. Una metáfora recurrente es la de la nube, «una cosa tierna, etérea, preciosa, saludable… No vemos imágenes de residuos tecnológicos, ni de la maquinaria que está siempre funcionando», es mucho menos visible. «Ves el consumo doméstico, cuánto dura la batería del móvil, cuánto tarde en cargarse, pero poca cosa más, y es una medida muy pequeña en comparación con el conjunto del impacto tecnológico, que es muy grande. Cuesta trabajo tomar conciencia».
Somos seres limitados, pero lo se se nos vende es ilimitado
Por otro lado, constantemente recibimos mensajes de la posibilidad de disponer de datos ilimitados, de la posibilidad de «pagar una cuota mensual para consumir infinito», comenta Mercè. «Somos seres limitados, pero lo que se nos vende es ilimitado», sigue. En la línea de tomar conciencia del consumo, considera que el coche eléctrico nos hace ser muy conscientes del consumo que haces, puesto que dispones de una autonomía que te permite llegar hasta un lugar, no más lejos; pero con los datos no, por el mismo precio, tienes datos o llamadas ilimitadas.
Ricard también cree que el lenguaje publicitario tiene parte de la responsabilidad. «Nunca veremos un anuncio de un coche en medio de un atasco, siempre lo veremos recorriendo campos de arroz o de trigo, con tonalidades doradas, a la mejor hora del día, y relajadamente». Los anuncios crean un marco mental de libertad, sensación de bienestar… El mundo capitalista intenta pintar y mostrar la parte buena y esconder los impactos y aquello que no nos gusta. Estamos en una tesitura que, «quien ha contaminado no ha pagado. Y como sociedad tenemos que insistir para que esto cambie». Desde la administración se tendría que apoyar y promocionar que la gente comparta los vehículos y la conexión a Internet. «Hemos normalizado que el espacio público esté ocupado por los coches; en Europa ya se ha entendido que esto no puede ser, pero aquí todavía tenemos las calles llenas de chatarra, y lo tenemos que cambiar. En Barcelona, por ejemplo, se está haciendo muy buen trabajo para promocionar el uso de la bicicleta, pero no se está ayudando bastante a la gente a que se deshaga de los vehículos privados. Tenemos que hacer un decrecimiento todos juntos».
Según una encuesta hecha en 21 ciudades europeas, la mayoría de la población contestó que no quiere volver a los niveles de contaminación previos al confinamiento y estarían dispuestos a reestructurar el espacio público dando más espacio a los peatones y a las bicis y ampliar las zonas de cero emisiones. No obstante, cuando tenemos que hacer cambios, mostramos cierta reticencia. Cómo podemos gestionar el miedo al cambio, innato en el ser humano?
En Som Mobilitat luchan mucho contra este miedo al cambio, que, según Ricard, también pasa con las renovables: «Todo el mundo las quiere, pero no en el jardín de su casa». Lo mismo pasa con la contaminación, nadie la quiere, pero ir a trabajar con el coche es muy cómodo y se tarda menos. Considera que falta una visión de bien común y que hay que salir de la zona de confort. En Som Mobilitat han apostado por el relato de la «decisión inteligente, la del bien común, de inteligencia colectiva, la simpática», así quieren transmitir que si queremos tener cuidado de nosotros mismos y de nuestro entorno, hay que apostar por un modelo determinado. Es importante seducir y poner en valor la positividad de los cambios. «En la movilidad está habiendo muchos cambios, y positivos».
Mercè le toma la palabra reflexionando sobre la idea que «una cosa es lo que querrías y la otra como lo haces factible en tu vida en concreto, pasar de la idea o la ilusión a la práctica cotidiana». Sigue explicando que rediseñar la vida con las nuevas prácticas es un trayecto en muchos casos doloroso, porque a veces lo haces contra la corriente y cuando todavía no está todo bastante definido para que sea fácil. «Cuando eres pionero es una opción de vida. Antes movernos en bicicleta era muy complicado, hoy en día está muy bien visto. Hace años me prohibieron subir al bus con una bici plegable, de la medida de una maleta; si lo hubiera disfrazado de maleta, no me hubieran dicho nada. Hoy en día esto ya no pasa».
Cree que estamos en un momento de cambios y, en este sentido, hay gente que impulsa el cambio, hay quien va al rebufo de los primeros y finalmente encontramos quienes se esperan que todo sea más fácil. «Nuestro día a día es complicado, las exigencias de la vida son elevadas, es difícil cumplir con todo; y si queremos ser consumidores conscientes, todavía tenemos que añadir un rol más: eres trabajadora, hija que cuidas los padres, madre que cuidas los hijos, miembro de alguna organización que cuidas la comunidad y cumples los deberes… y además eres una consumidora consciente. Es tan complejo que también nos tenemos que relajar y no culpabilizarnos. Si te lo coges como un camino con pequeños logros, es alentador; si te fijas en los errores y en que haces lo contrario de lo que querrías, es deprimente».
Es necesario que ese promueva de verdad el modelo de sociedad que queremos
¿Qué pedís a la ciudadanía, a las organizaciones y a la administración pública?
Som Mobilitat lo tiene claro y apunta directamente a las empresas y a las administraciones. Les piden que promuevan la movilidad compartida a nivel interno: si se tienen que mover por trabajo, que alquilen un vehículo. Som Mobilitat ofrece la opción de facilitar el vehículo en horario laboral, y después liberarlo para que lo pueda utilizar el resto de vecinos y vecinas de la zona. Así, además, la empresa o la administración también está facilitando que haya un vehículo eléctrico compartido en una región «y esto también es una buena propuesta de valor que les puede diferenciar, a la vez que se ahorran dinero». Añade otra responsabilidad a la administración pública, y es que «quien contamine que pague», que se piense más con una lógica del bien común, que se promueva realmente el modelo de sociedad que queremos y que se penalice lo que no queremos.
Mercè, por su parte, nos invita a reflexionar sobre si la vida es finita, sobre por qué cada vez consumimos más y más y más datos. De este modo nos resultará más fácil virar hacia el consumo necesario en lugar de dotarnos del máximo de todo. A las empresas, y concretamente a las del sector, les pide que dejen de hablar del consumo infinito, puesto que no es ni factible ni lógico, y que apuesten por la contención del consumo. Y a la administración pública, que se implique en la promoción y facilitación de infraestructuras de comunes, fuera de las lógicas del mercado, «no hay que tener infraestructuras duplicadas que favorecen los residuos tecnológicos, no aporta valor comunitario».