Cada vez somos más conscientes como sociedad de las desigualdades de género estructurales en nuestros sistemas socioeconómicos. Estas se manifiestan en multitud de ámbitos y en especial en las estructuras de poder. Las mujeres están infrarrepresentadas en los altos cargos de toma de decisiones y sufren las consecuencias de los techo de cristal tanto en política –las jefas de estado o gobierno son menos del 10%– como en empresas –solo ocupan el 12% de los cargos de las juntas directivas, el 9% de los de dirección general y el 24% de los de alta dirección.
En cuanto a las condiciones laborales, alrededor del mundo, las mujeres cobran menos que los hombres por el mismo trabajo, más de la mitad de los contratos temporales los tienen las mujeres y participan mayoritariamente en la economía informal. Por otro lado, las tareas domésticas y de cuidados, remuneradas o no, continúan siendo tareas desarrolladas por las mujeres. En los países empobrecidos, por ejemplo, a pesar de que las mujeres son las principales responsables de la producción de alimentos (especialmente en la agricultura de subsistencia y los cultivos a pequeña escala) tienen menos tierras que los hombres –menos del 20% de los propietarios del mundo son mujeres–, cobran menos que los hombres, y tienen un acceso limitado a semillas, créditos y servicios.
En cuanto a la exclusión financiera, los datos hablan por sí mismos. Solo el 37% de las mujeres en el Sur tienen una cuenta corriente formal para percibir salarios, y tienen un 20% menos de probabilidades de obtener un préstamo de una entidad financiera oficial. Este hecho supone una mayor dificultad para poder poner en marcha sus proyectos empresariales, o acceder a crédito para llevar a cabo mejoras de sus empresas o incluso, garantizar su independencia económica.
La oportunidad del comercio justo
Las Naciones Unidas estiman que a este ritmo, todavía tardaremos más de doscientos años en cerrar la brecha de género. Pero nos olvidamos demasiado a menudo que no tiene por qué ser así. Desde el movimiento del comercio justo, las finanzas éticas y la economía social y solidaria no solo visibilizamos que otra economía es posible, sino demostramos que esta ya existe.
El comercio justo es una forma diferente de entender el intercambio de productos a nivel global, sitúa a las personas y al medio ambiente en el centro mediante prácticas de producción y comercio que acaben con la explotación y la vulneración de los derechos laborales y los Derechos Humanos. El comercio justo tiene la voluntad de hacer que los productores del Sur Global reciban una remuneración justa por su trabajo que les permita articular una vida emancipada y digna. Esto se consigue mediante la fijación de unos precios mínimos a recibir por los productores y la reducción de intermediarios mediante el el trabajo en red o la creación de cooperativas encargadas de la distribución, empaquetad y envío al norte. En cambio, en el mercado convencional, el 40% de los precio de los productos se establece por los brokers en la bolsa internacional, haciendo que los productores solo reciban el 6% del precio que paga el consumidor.
Por otro lado, las finanzas éticas nacieron para dar respuesta a iniciativas económicas que a menudo han quedado excluidas de los sistemas bancarios convencionales. En este sentido, es importante recalcar que el 84% de los créditos concedidos por Oikocredit, una cooperativa financiera internacional que ofrece microcréditos, son a mujeres, productoras de varios productos comercializados dentro del comercio justo.
Entre los principales objetivos del comercio justo y las finanzas éticas, hay la igualdad de género y el empoderamiento económico de las mujeres. La lucha por la igualdad de salario entre trabajadores y trabajadoras por las mismas tareas y el fomento de la participación de las mujeres en la toma de decisiones son la espina dorsal del movimiento del comercio justo. Avanzar en la causa de la justicia en el intercambio global pasa obligatoriamente por corregir cualquier asimetría de género que afecte a las productoras del Sur Global, haciendo del comercio justo una causa feminista transnacional.
Cambios reales
Se está haciendo mucho trabajo en este sentido. Por ejemplo, desde la World Fair Trade Organization (WFTO). Las organizaciones del comercio justo promueven diferentes políticas y programas para fomentar el empoderamiento de las mujeres, la transversalización de género y programas formativos. Las mujeres que trabajan en cooperativas de la WFTO tienen cuatro veces más probabilidades de llegar a ocupar puestos directivos que mujeres trabajadoras en empresas convencionales.
Se practican también iniciativas de discriminación comercial positiva, como por ejemplo el Café Tierra Madre producido por mujeres del Sur y comercializado por Oxfam Intermón en sus tiendas. La cooperativa agrícola del norte de Nicaragua, Aldea Global invierte parte de las ganancias de este café Tierra Madre para ayudar las mujeres a pagar el registro legal de la tierra que trabajan y que, a pesar de haber sido propiedad de sus padres o de sus maridos, no pueden reclamar fácilmente debido a las discriminaciones de género.
Las alternativas económicas que apuestan por la igualdad y dignidad de las personas y por el respeto del medio ambiente existen. Como consumidores y consumidoras, tenemos que tener claro que el uso del dinero en nuestro día a día es un acto político, favorece un tipo de prácticas económicas, y con estas prácticas, la reproducción de las desigualdades o su transformación. El comercio justo garantiza unas condiciones dignas de trabajo y favorece el empoderamiento de la mujer sobre sus tierras y su trabajo, a la vez que equilibra la balanza de las ganancias hacia las personas que producen.