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2017: El salto adelante en el consumo consciente

El consumo consciente ya no es cosa de cuatro gatos. Desgranamos qué iniciativas hay detrás de este crecimiento y sus desafíos y debates.

Un estudio de 2015 cifra en 12 millones (el 36,2% del total) el número de personas consumidoras que, en el Estado español, declaran incluir criterios sociales, ambientales y éticos en sus decisiones de compra.

Las diferentes iniciativas de banca ética cerraban 2016 con más de 200 mil clientes, que cuadruplican las cifras de 2011, cuando el “estallido” del 15M provocó un desborde de demandas en las (entonces escasas) oficinas de las diversas entidades de finanzas éticas. Y en 2017 las desbordadas fueron, ante escandalosas subidas del precio de la luz, las cooperativas de energía verde, que caminan ya hacia los cien mil contratos (solo Som Energia supera ya los cincuenta mil).

Y entre 2016 y 2017 diversas administraciones públicas (como los ayuntamientos de Barcelona y Madrid) han aumentado significativamente su compromiso con el impulso del consumo consciente y la economía solidaria.

Preparadas para afrontar retos mayores

Los datos anteriores nos permiten concluir que hemos conseguido avances significativos en las tres tareas clave necesarias para conseguir, desde nuestros ámbitos, incidir en el cambio: aumentar la conciencia ciudadana, generar y consolidar (de momento algunas) alternativas económicas, y (comenzar a) impulsar políticas públicas transformadoras.
Y aunque estamos muy lejos (pero mucho) de hacer que el Banco de Santander, Mercadona o Inditex teman por su hegemonía en los mercados, fenómenos como la nueva cultura del consumo o la economía solidaria, que venían cociéndose a fuego lento durante las últimas décadas, han conseguido ya “dejar los pañales” y están en condiciones de afrontar un salto de escala hasta ahora impensable.

Alternativas de consumo: cifras sorprendentes (y esperanzadoras)

La cifra de más de 200 mil clientes de finanzas éticas crece a muy buen ritmo, entre el 15% y el 20% anual. Lo mismo sucede con los contratos de suministro eléctrico con “cooperativas verdes”, que algunas estimaciones sitúan ya en 80 mil. Podríamos añadir al menos 10 mil clientes más entre servicios como seguros éticos (CAES) y telefonía cooperativa (Som Connexió). Y algunas decenas de miles que consumen alimentos a través de centenares de experiencias –más de 150 solo en Cataluña– de grupos cooperativos de consumo agroecológico (de pequeño tamaño la mayoría, pero con algún referente de mayor escala como Landare –que cuenta con 2.000 socios y dos locales en la comarca de Pamplona).

Mapa de los grupos de consumo del web grupoagrupo.net

A todas estos proyectos habría que sumar incontables iniciativas de comercio alimentario de proximidad; más de un centenar de tiendas de objetos de segunda mano (ropa, muebles, electrodomésticos, etc.) gestionadas por entidades de economía social y solidaria; o el crecimiento sostenido del comercio justo, que facturó 35 millones de euros en 2015  –aún lejanos del gasto per cápita en Suiza, sesenta veces superior– y que cuenta con más de doscientos puntos de venta especializados.

También están proliferando unas herramientas muy útiles: los mapas en línea. Sus ejemplos más destacables son el Pam a Pam, de ámbito catalán, que cuenta incluso con su propia aplicación para móviles; y el barcelonés Barcelona + Sostenible, impulsado por el Ayuntamiento, pero con participación de entidades sociales. Existen más casos de mapas territoriales de alternativas, como el vitoriano Zentzuz Kontsumitu, o centrados en sectores concretos, como el mapa de Mercados ecolóxicos de Galiza.

Economía solidaria: cooperar en lugar de competir

Merece la pena destacar también el fortalecimiento de las redes de economía solidaria (entidades y empresas de carácter no lucrativo, organización democrática y actividad orientada al bien común), que agrupan ya a más de quinientas entidades y representan a unas 40 mil participantes. En algunos territorios la coordinación cristaliza en experiencias locales de mercado social –que interrelacionan productoras y consumidoras con el objetivo de cubrir sus necesidades dentro de la red–, y en innovadoras plataformas de agregación de la oferta y la demanda como Mecambio o la catalana mésOpcions. La filosofía de la economía solidaria puede condensarse en un principio, “cooperar es mejor que competir”, que resume la alternativa al relato económico liberal-capitalista hoy hegemónico, basado en la competitividad.

Sobresale el caso barcelonés, del que el recomendable informe “L’economia social i solidària a Barcelona” arroja datos impactantes, como los que cifran en 4.800 las iniciativas de este “ecosistema” en la ciudad, a las que atribuye el 7% del PIB y el 8% del empleo local (aunque conviene aclarar que, en general, las cooperativas de mayor volumen, como Abacus o Consum, ofrecen posibilidades de consumo mucho más convencionales que las referidas en este texto).

Por cierto, para aclararnos con el batiburrillo terminológico de las “economías transformadoras” (economía solidaria, economía social, etc.) podemos leer este artículo introductorio de Álvaro Porro y este informe [en catalán] de Ruben Suriñach.

Medios de comunicación “alternativos”

Otro aspecto reseñable es la expansión de los medios de comunicación cooperativos, asociativos o sostenidos por la comunidad, algunos de los cuales están teniendo un alcance significativo, aunque menor comparado con los medios de masas.

El apoyo de miles de suscriptores es la base económica de programas de radio como La Cafetera o Carne Cruda; digitales como Crític, La Directa o Praza Pública; revistas como La Marea, o publicaciones especializadas como Pikara Magazine, Alternativas Económicas o El Salmón Contracorriente. Algunos de los proyectos citados anteriomente y otros medios comunitarios y cooperativos han convergido en un nuevo proyecto de intercooperación: El Salto.
Mención aparte merece el digital eldiario.es, diario con un fuerte apoyo social (20 mil personas socias), un caso en muchos aspectos equivalente al de medios vascos ya veteranos con importante apoyo comunitario como Berria o Naiz-Gara (y sus radios y revistas afines). Son casos “fronterizos” donde se combinan un importante compromiso editorial y dosis de transparencia poco frecuentes en el mundo empresarial (como ejemplo las cuentas de eldiario.es) con formas jurídicas y organizativas convencionales (empresas con ánimo de lucro y formas organizativas jerárquicas –a diferencia de las cooperativas donde cada cooperativista dispone de un voto en la asamblea, independientemente del capital que posea).

Coherencia frente a experiencias fronterizas

Como hemos visto, en esta compleja constelación de servicios y canales de venta “alternativos” hay diversidad: desde las experiencias “más puras” (las iniciativas de economía solidaria, sin afán lucrativo y comprometidas con la democracia interna), hasta empresas “más convencionales” (con ánimo de lucro y estructuras jerárquicas) con diferentes grados de proximidad y compromiso con los valores y prácticas transformadoras.

Entre las experiencias de economía solidaria podríamos citar un banco como Fiare y un medio de comunicación como El Salto, y entre las experiencias más convencionales, Tríodos Bank o eldiario.es, pueden ser buenos ejemplos. En la economía solidaria solemos encontrar prácticas más alternativas y comprometidas y, en las experiencias más fronterizas, mayor penetración, como atestiguan los más de 200 mil clientes de Tríodos o que eldiario.es se encuentre entre los diez digitales más leídos. ¿Con qué nos quedamos? Seguramente ambos tipos de experiencias son complementarias y necesarias, aunque los más de 50 mil clientes y las altas tasas de crecimiento de una cooperativa participativa y sin ánimo de lucro como Som Energia parecen apuntar que el divorcio entre coherencia y alcance no se da en todos los casos, y quizás no sea una utopía aspirar a maximizar impacto sin perder demasiados valores en el intento.

Mucho avanzado y más por recorrer

A todos estos canales más o menos alternativos habría que sumar la difícilmente calculable penetración de los productos y servicios “más comprometidos” en los canales de venta convencionales (en el caso de los productos de comercio justo alrededor del 80% de las ventas totales se dan en grandes superficies, hostelería, comercio minorista, máquinas de de venta automática, etc.), y la multitud de empresas y canales de venta que, sin ser estrictamente “alternativos”, comparten algunos o muchos de los valores y prácticas del consumo consciente y/o la economía solidaria.

Pero, aunque el estudio que citamos al principio afirma que nueve de cada diez personas dejarían de comprar un producto en caso de tener certeza de un comportamiento irresponsable por parte de la marca, y pese a que el 80,6% declara preferir el pequeño comercio a las grandes superficies, conviene recordar que estas venden ya el 86% de la alimentación envasada y el 53% del producto fresco.
En resumen, podemos concluir que mientras que avanzamos posiciones en la batalla del relato y en la consolidación de algunas alternativas –especialmente populares entre los estratos sociales más “ilustrados”–, retrocedemos globalmente ante unos poderes económicos que consiguen avanzar hacia una economía cada vez más concentrada en menos manos.

Pero, aunque queda mucho camino por recorrer, no dejemos de valorar y celebrar lo mucho avanzado y construido hasta ahora. Y porque todo ánimo y todo optimismo es poco para un reto tan apasionante como ir contribuyendo a transformar, a la vez, nuestras vidas y nuestras sociedades para que se acerquen, cada vez un poco más, a nuestros valores. ¡Buen camino!

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