turismo insostenible

Turismo, ser o no ser sostenible

Economías turismodependientes, ecosistemas sobreexplotados y precariedad laboral. Es el precio de un modelo de turismo insostenible.
14 de octubre, 2019

La Organización Mundial del Turismo (OMT) determina que el sector turístico es la fuente primordial de ingresos en 46 países de los 50 menos adelantados globalmente, según su terminología, con potencial considerable para promover el empleo. Además se supone que es una alternativa al sector primario y secundario tradicionales, así como que alivia la pobreza.

A los gobiernos les interesa su aportación favorable a la balanza de pagos (con entrada de divisas), también que genera renta y empleo directo e indirecto por su “efecto arrastre” en otros sectores (comercio, hostelería, transporte, etc.), aportando a las arcas del Estado vía impuestos. Pero su repercusión en la economía real no es tan halagüeña, aunque el turismo sea un elemento de peso en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

 

El lado oscuro del turismo

El sector turístico no es tan estable como parece: depende de factores políticos y climáticos, de fenómenos naturales, de los precios de la energía, de los cambios de gustos, del desarrollo tecnológico y de las infraestructuras.

También crea a veces contracciones o expansiones bruscas de la actividad económica próxima, y no un desarrollo estable y sostenible, sino dependiente del mercado, al maximizar el beneficio con la subsiguiente orientación de la inversión a escala allí donde se prevé más afluencia o concentración turística.

En general, a nivel nacional y autonómico, se favorecen los megaproyectos para epatar a la opinión pública y al electorado con cifras de ocupación laboral. Pero, según advierten muchos expertos, a menudo los niveles salariales son mínimos, los capitales extranjeros tributan poco y la concentración sectorial hace que un alto porcentaje del precio del paquete turístico se quede en la compañía aérea y en la multinacional turística en detrimento de la riqueza local, donde se sobreexplotan los ecosistemas con infraestructuras, con gran afluencia de gente, etc.

Con ello se pierde calidad del entorno, se abaratan los destinos, o se desvían a otros sustituibles donde reproducir este esquema intensivo especulativo del capital de inversión, sin políticas públicas coherentes que promuevan un equilibrio.

Según la OMT, a nivel global, las llegadas de turistas internacionales alcanzaron los 1.400 millones este pasado mes de enero. Se estima que llegarán a ser 1.800 millones en 2030, sin contar con los millones que viajan al año en su propio país. Está claro que se deben de gestionar adecuadamente estos impactos que se van haciendo cada vez más evidentes con fenómenos como la turismofobia, la gentrificación, las denuncias de las kellys, etc.

 

Todo incluido: el poder de los ‘tour-operadores’

Existen impactos ocultos de los tour-operadores en los que a menudo no reparamos ni las personas consumidoras, ni las administraciones.

Estos agentes son mayoristas de operaciones internacionales ubicados, en general, en países emisores de turistas, y que conocen sus gustos y necesidades. Generan economías de escala para varios países y segmentos del mercado. Asimismo, establecen acuerdos con compañías áreas y hoteles para diversificar mercados y destinos, disminuyendo la estacionalidad de sus actividades para poder así manejar mejor los precios internos, reducir tasas impositivas, etc.

En realidad, son monopsonios (o monopolios de compra) que pueden perjudicar los destinos y, frecuentemente, son responsables de imponer un mismo tipo de explotación intensiva, a menudo con ofertas “Todo incluido”, ya sea en Yucatán (México) o Magaluff (Mallorca).

Como la promoción y el marketing está en sus manos, y venden el paquete completo (viaje, alojamiento, manutención) al 40-79% del precio final, los ingresos por el turismo en países receptores quedan casi siempre en las arcas de las multinacionales que lo promueven, favoreciendo turismos masivos baratos y menos respetuosos frente al familiar, un dislate en la economía local que deja menos dinero y da más costes sociales, ambientales, de seguridad y cívicos.

 

Actividades que no generan riqueza real

El turismo masivo crea externalidades negativas por todo el planeta, desde el Machu Picchu (Perú), hasta la isla Skye (Escocia), pasando por Barcelona o Venecia. Por ejemplo, las costas mejicanas, de 11.000 kilómetros, acogen a un tercio de su población nacional y miles de turistas al año, lo que ha provocado que hayan desaparecido el 60% de los bosques costeros y manglares (un 2,5% más cada año, más de cuatro hectáreas al día). La desaparición de cada uno de estos espacios naturales supone pérdidas en capital natural de 8.000 a 15.000 millones de dólares y significa, además, la pérdida de la protección natural contra la erosión, los huracanes o las tormentas. También en las costas españolas vivimos algo similar en nuestra escala y contexto.

En la Rivera Maya (estado caribeño de Quintana Roo), antes virgen y de alto valor ambiental, en la actualidad existen más de 35.000 habitaciones de grandes empresas hoteleras españolas. El “Todo incluido” destruye el entorno por su gestión, ofrece precariedad laboral y como aporte neto local solo implica los ingresos de la venta de los terrenos, los servicios y el 2% del impuesto de hospedaje, porque frecuentemente las compañías incluso importan alimentos de multinacionales en detrimento de los de cercanía. Algo que también nos resulta familiar aquí.

Cancún
Resort en Cancún.

Cancún nació como destino prefabricado donde las construcciones no iban a superar las cuatro plantas y las 16.000 habitaciones, pero ahora existen 30.000 y hasta edificios de once plantas. Desde luego, tampoco es un hecho ajeno a nuestras latitudes. Muchas veces estas situaciones traen graves problemas de abastecimiento y recursos (agua, residuos) en zonas ambientalmente frágiles. La finalidad de este tipo de explotación no es tanto el turismo sino la construcción, usar los recursos fácilmente y expeditivamente.

Y para turismo insostenible, de los 700 millones de turistas de 2005, la Organización Internacional del Trabajo calculó que el 20% viajaba con fines sexuales y el 3% con tendencias pedófilas, es decir, 4,2 millones de viajeros.

 

Turismo sostenible, de vuelta al sentido común

El turismo sostenible es el que se desarrolla de acuerdo con la sostenibilidad no sólo económica, sino también social y medioambiental, es decir, un tipo de turismo que no sólo persigue el lucro. La palabra clave es respecto, tanto a la comunidad visitada, como a sus tradiciones sociales y culturales, o a su medio ambiente.

Suelen ser proyectos locales, para grupos pequeños y medianos, donde se contratan servicios y guías autóctonos. Cada aspecto del viaje puede tener un efecto positivo o negativo en función de cómo se planifique y desarrolle, de la actitud del que viaja, de la actividad y de la situación del destino.

Conviene tener presente que es preferible favorecer el tren y el barco frente al avión y el transporte por carretera (más contaminantes), así como los desplazamientos a pie o en bicicleta una vez en destino.

Se llama Slow Travel a disfrutar de la travesía sin jornadas maratonianas ni agobios para abarcarlo todo, estar al menos una semana en cada sitio y hacer viajes más largos a menos lugares. Ser, en definitiva, menos turistas y más viajeros, zambullirnos en la cultura visitada, alojarnos en hoteles familiares o en casas rurales y realizar un consumo local. Es factible, más barato de lo que creemos y todo un planazo.

El Código ético del turismo consciente, o del viajero responsable, propone una mentalidad abierta: escuchar, observar, descubrir, experimentar, reflexionar sobre otras formas de vida, informarse sobre la geografía, la cultura, la historia, las creencias, manejar un mínimo de la lengua local, ser un buen invitado, hospedarse y comer en establecimientos autóctonos, comprar bienes auténticos renovables, conocer y contribuir a proyectos que empleen dignamente a los nativos, que apoyen políticas de ahorro (agua, energía, reciclado, residuos, etc.).

Además incluye interactuar con los locales sin ostentar riqueza, no favorecer que los menores pidan limosnas, no hacer promesas que no se vayan a cumplir y pedir permiso antes de fotografiar personas o monumentos. No parece muy complicado, es puro sentido común.

 

Ver más allá

El reino budista de Bután (Himalaya), con una superficie forestal del 72%, es un ejemplo paradigmático de preservación cultural y del entorno. Pero, pese a que triunfa en el “Índice de la Felicidad Bruta” en varias variables (psicológicas, comunitaria, ecología, buena gobernanza, uso del tiempo), y posee una política que limita los turistas al año y las visitas a ciertos parajes, mantiene un respeto a los derechos humanos cuestionable en su trato hacia las mujeres (como ocurre en muchos otros destinos).

Por eso, sobre todo, se impone reflexionar acerca de a dónde va a parar nuestro dinero y lo que vamos a premiar o favorecer con nuestro consumo, procurando que el máximo posible de nuestra inversión vaya a la economía real que visitamos, a sus habitantes, a sus negocios y a sus proyectos respetuosos. Bon voyage!

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