Con motivo del Día Contra el Derroche Alimentario, La Clara Comunicació habla con Carolina Pacual, técnica de la Assemblea de Cooperació Per la Pau. Desde la organización trabajan incansablemente en los centros educativos para acercar herramientas a los más jóvenes para desacelerar el cambio climático y promover la alimentación sostenible. Buen ejemplo de esto, son los dos proyectos que han ejecutado a tres institutos de Barcelona: Poble Sec Sostenible y Escuelas for future! ¿Calculamos la huella de carbono?
Sitúanos un poco, ¿en qué consiste Poblesec Sostenible?
Lo proyecte Poble Sec Sostenible, financiado por Barcelona Activa, ha trabajado en la línea de fomentar los hábitos de consumo consciente y responsable, bajo un enfoque feminista y de las curas, y centrado en la soberanía alimentaria, en el Instituto Consell de Cent del distrito de Sants-Montjuïc.
¿Y Escuelas for future! ¿Calculamos la huella de carbono?
Esta iniciativa ha tenido como objetivo reforzar la capacidad de cambio y denuncia de dos comunidades educativas barcelonesas y una escuela de la región oriental de Marruecos, e incidiendo específicamente en la juventud, para menguar los efectos adversos del cambio climático. Esto se ha hecho mediante una formación y un cálculo de las emisiones que generan las instalaciones educativas y las actividades de las personas que asisten asiduamente.
¿Cómo han recibido estas iniciativas los y las jóvenes?
Ambas iniciativas han sido muy bien recibidas. Hay que decir que trabajar un eje específico, en el primer caso la alimentación sostenible y en el segundo el cálculo de la huella de carbono, ha contribuido a tener un conocimiento más nítido sobre esferas concretas que tienen un gran impacto en la generación de gases de efecto invernadero y, en consecuencia, en la situación de emergencia climática en la cual nos vemos inmersas todas las personas que habitamos el planeta, independientemente del lugar del mundo donde nos encontramos.
Oímos a hablar de la ecoansiedad cada vez entre más jóvenes, de población polarizada a la hora de abordar la crisis climática… ¿Qué ánimos os habéis encontrado en las aulas?
A medida que se iba profundizando en las iniciativas, el alumnado tomaba conciencia de la problemática, se iba interesando e iba comprendiendo que la emergencia climática tiene muchas aristas y es muy compleja. A la vez, interiorizaron que hay una interrelación directa entre nuestras acciones (hábitos cotidianos) y los resultados que obtenemos y que podemos poner nuestro granito de arena -o no- a revertir una problemática de rabiosa actualidad como es la emergencia climática.
¿Podemos saber ya cuáles han sido los resultados del proyecto o es demasiado temprano para sacar conclusiones?
Los cambios socioculturales son algo que necesita un trabajo continuado en el tiempo e ir paso a paso para conseguir resultados tangibles en las iniciativas. Aun así, gracias a la tarea de las comunidades educativas, podemos desgranar algunos de los resultados.
En primer lugar, en los dos proyectos se ha hablado de los efectos adversos del cambio climático vinculado a nuestra corresponsabilidad en la generación de gases de efecto invernadero, a qué alimentos consumimos o al uso que hacemos de los suministros del instituto, el transporte para llegar al centro educativo y la gestión que hacemos de nuestros residuos. El hecho de ponerlo a la agenda educativa y que la juventud empiece a hablar con conocimiento y ponga en práctica lo que ha aprendido y pueda hablar con su entorno más próximo para poder reivindicar sus derechos ha sido uno de los éxitos de las iniciativas.
Una parte importante del proyecto ha sido proponer ideas más sostenibles para implementar en los centros…
Sí, con Escuelas for future! hemos trabajado con más de 70 jóvenes; hemos hecho 3 calculadoras de carbono en dos centros educativos de Barcelona y a uno de Marruecos para tomar conciencia de las emisiones que generamos desde los institutos; los docentes de los centros han sido formados en educación ambiental… Y han surgido algunas ideas de cara al nuevo curso escolar, que van desde no centralizar la calefacción, sino poderla modular según las necesidades de cada entorno, hasta aumentar el uso de la movilidad sostenible, como ir andando, en patinete o bicicleta, o hacer una revisión de las tuberías y reparar las fugas para no tener pérdidas de agua.
¿Y en relación con el proyecto de alimentación sostenible?
Por ejemplo, se ha trabajado con alumnos la idea de proveer opciones de alimentos sostenibles y amigables con el medio ambiente en la cantina escolar. La idea es seguir introduciendo productos más sostenibles en la cantina. Pero también se pusieron otras propuestas de relevo, como llevar un vaso de casa para evitar la generación de residuos, hacer zumos con fruta de temporada o preparar bocadillos con pan de reaprovechamiento de los hornos del barrio.
¿Estos cambios se pueden extrapolar e implementar en otros centros educativos?
Cada centro es un mundo, una realidad muy diversa, ya sea por elementos tangibles en términos de instalaciones o en términos más bien sociales, culturales y demográficos. Por eso es importante adaptarse y trabajar de manera próxima y horizontal con la comunidad educativa.
Sobre los cambios propuestos, normalmente solemos trabajar con recomendaciones por etapas o por curso educativo, puesto que lo importante no es hacerlo bien un año y ya está, sino hacerlo de manera creciente y sostenida en el tiempo.
¿Qué es lo que más ha sorprendido a las jóvenes que han participado?
Descubrir que la economía circular es una alternativa, una respuesta para hacer frente en la situación de emergencia climática en la cual nos vemos sometidas. También les ha sorprendido conocer las consecuencias que tiene en el mundo nuestro consumo alimentario. Se han encontrado con contradicciones, como por ejemplo, que los principales países productores de alimentos suelen exportar a un precio injusto, o que gran parte de la población local tiene dificultades para acceder a estos alimentos.
Por otro lado, el hecho de explorar opciones de productos para la cantina o ver que en lugar de vender bebidas azucaradas se podían comprar zumos también ha sido un punto muy a favor para tomar conciencia que las alternativas sostenibles también son atractivas.
La Zakia, una de las participantes, hablaba sorprendida de las desigualdades a la hora de acceder a los recursos… ¿Qué podemos hacer a título individual ante estas desigualdades?
Antes que nada, ser conscientes y admitir la existencia y corresponsabilidad que tenemos las personas hacia las desigualdades, especialmente aquellas con más privilegios. Y, sobre todo, hablar y compartir con las personas de nuestro entorno las desigualdades con que nos encontramos y las consecuencias que se derivan.
En el proyecto Poblesec SOStenible, sobre alimentación sostenible, habéis trabajado también con entidades y tejido social del barrio, ¿cómo habéis abordado la temática?
El derroche alimentario se abordó desde una vertiente teórica, dando datos sobre qué supone este derroche, tal como dice el video: «un tercio de los alimentos mundiales no son consumidos por nadie». Es decir, si compramos una bolsa con diez tomates, más de tres tomates los lanzamos a la basura.
Posteriormente, se realizaron, junto con entidades del barrio del Poble Sec, talleres de cocina de aprovechamiento y, en el acto final del proyecto, se pudo hacer una cata y ver como, a pesar de que ciertos alimentos, como la fruta o el pan, tengan un aspecto cuestionable o no estén tan blandos como cuando los compramos, se pueden elaborar recetas y pueden tener una vida más allá de lo que estamos acostumbrados a consumir. Por eso, antes de tirar nada nos tendríamos que preguntar si todavía podemos cocinar el alimento o darle un segundo uso.
¿Ha sido un tema difícil de trabajar con el alumnado?
Trabajar con la juventud y, concretamente sobre hábitos de consumo, es un tema extremadamente complejo. Hemos visto que había jóvenes muy concienciados/das con la alimentación saludable y sus beneficios, especialmente en franjas de edad más altas, pero trabajar con la comunidad educativa y con la cantina del centro ha sido un reto. La estrategia adoptada ha sido ir introduciendo, de manera gradual y paso a paso, alimentos sostenibles y hacer que los probaran para valorar si se podían vender o no.
Tal como hemos dicho anteriormente, ha funcionado bastante el cambio de bebidas azucaradas por zumos de fruta de temporada o intentar buscar alternativas a las galletas industriales, puesto que quizás se podían reemplazar por galletas artesanas y, así, ir introduciendo gradualmente cambios de gran importancia.
Desde casa, ¿qué podemos hacer para reducir el derroche alimentario?
Antes que nada, sería ideal pensar antes de comprar: ¿qué necesito? ¿lo consumiré? Otras herramientas que se pueden emplear son planificar las comidas semanalmente, hacer una lista de la compra con los productos necesarios o almacenar los alimentos de manera correcta (por ejemplo, en el caso de los plátanos, si los ponemos en la nevera se queman más deprisa que si están afuera). Incluso podemos planificar un día semanal, por ejemplo los domingos, para hacer «batch cooking», es decir, cocinar diferentes platos a la vez, para varias comidas a la semana. De este modo, podemos planificar nuestras comidas semanalmente, congelamos aquellos que previsiblemente se podrían echar a perder antes y nos podemos llevar al trabajo o en la escuela nuestra fiambrera.
¿Es compatible esta planificación con el ritmo de vida tan frenético del sistema capitalista?
El principal problema que tenemos es que en nuestro día a día nos falta tiempos para planificarnos y para centrarnos en nosotros, entre ellas la alimentación. Por eso es importante, dentro de las posibilidades de cada cual, intentar ver esta inversión de tiempo como una amortización, si sé que llego muy cansada a casa cada noche, puede ser interesante descongelar algo que tengo guardado con anterioridad, de este modo me aseguro comer saludable y que no se derrocha ningún alimento a casa.