Numerosas expertas consideran al estrés “la plaga del siglo XXI”. Y es que vivimos en una sociedad frenética, multitarea. En la que miles de estímulos luchan cada día por captar nuestra atención, reduciendo nuestra capacidad de concentración. Capacidad que comienza a ser considerada ya como una herramienta clave para el éxito académico y laboral.
Es la era del turbocapitalismo, caracterizada también por una gran inseguridad a nivel vital y laboral. Los cambios de empleo, de vivienda, de pareja… son más frecuentes que nunca antes.
En este contexto no es extraño que aumente el consumo de medicamentos tranquilizantes. Consumo en el que España va a la cabeza, siendo líder mundial en ventas de ansiolíticos, hipnóticos y antidepresivos.
¿Qué soluciones nos propone el consumo consciente ante este panorama?
“Tu compra es tu voto” vs “vivir mejor con menos”
Después de décadas de existencia, podemos dividir el fenómeno del consumo consciente en dos propuestas principales, unas veces muy relacionadas e imbricadas entre sí, y otras no tanto.
La primera apuesta, más militante, es quizás la más extendida entre quienes promueven hoy el consumo consciente. Pone el acento en el consumo como una herramienta de participación y transformación socioeconómica (y ambiental, cultural…). Denominaciones como consumo responsable, crítico, ético, transformador, solidario, sostenible etc. nos remiten claramente a esta visión más enfocada hacia el compromiso con lo colectivo. “Tu compra es tu voto” es uno de los lemas que resumen esta visión. Es una mirada que, en mi opinión, a veces pierde de vista aportar respuestas al extendido problema de estrés e insatisfacción vital del que hablábamos al principio.
La segunda tendencia pone su foco principal en proponer modelos de éxito y calidad de vida alternativos al consumismo hoy imperante. Quizás hayáis oído hablar de las ideas de la vida lenta (slow food, slow cities), la vida sencilla, el downshifting o el Buen Vivir. Ponen el acento en cambiar como consumimos como camino a vidas más saludables y satisfactorias. “Vivir mejor con menos” podría ser su lema. Un lema que, a ojos de las más activistas, puede parecer individualista y poco comprometido.
Tiene algo de tramposo por mi parte separar estas visiones, pues ambas están interrelacionadas. La primera, la más moral, no está siempre desconectada de la búsqueda de estilos y ritmos de vida más sencillos y gozosos. Y la segunda, la más vitalista, tampoco suele perder de vista el compromiso social y la apuesta por la sostenibilidad.
Pero aunque la división que propongo tenga algo de artificial, me resulta útil para plantearte una pregunta: ¿Crees que tu vivencia del consumo consciente está más influida por una mirada activista? ¿o predomina en tus decisiones de consumo la búsqueda de una vida más simple y saludable?
Si sientes que en tu día a día consigues alcanzar un equilibrio razonable entre ambas miradas, felicidades. Pues parece que no vives la sostenibilidad del planeta y la tuya propia como dos necesidades escindidas y contradictorias.
Y no creas que es tarea fácil. Porque muchas veces la precariedad laboral, los precios de la vivienda, o la dificultad de que salgan los números y de llegar a fin de mes cuando impulsamos proyectos laborales propios (y más si son “alternativos”) no nos ponen fácil despreocuparnos y bajar el ritmo. Pero creo honestamente que en muchas otras ocasiones nos ponemos excusas porque no sabemos decir “hasta aquí es suficiente por hoy”.
Y es que en mí mismo, y también a mi alrededor, observo a menudo como el productivismo es una adicción muy íntimamente enraizada en la mayoría de nuestros hábitos y pequeñas decisiones. Y un hábito muy difícil de soltar, mucho más de lo que podría parecer.
Si este texto te ha resultado sugerente, o si eres de las que siente que te resulta difícil bajar el ritmo, o desconectar de la obligación de ser productiva, puedes leer este otro artículo: 5 ideas para una vida más lenta y sencilla. En él aporto unas cuantas ideas prácticas que pueden servirnos de inspiración para que nuestro día a día se pueda ir acercando, poco a poco, a la vida que deseamos vivir. Que en la mayoría de casos será una vida con más tiempo para descansar, para saborear el presente, y para que las cosas que más nos importan sean las que ocupen más espacio en nuestro día a día. Una vida, en resumen, “con más sentido”.