La amenaza es doble. Necesitamos armas contra las nuevas, y no tan nuevas, formas de manipulación, mentira y falsificación. Pero hacen falta también herramientas para defendernos ante el recorte de libertades y derechos fundamentales que algunas voces reclaman, precisamente, para protegernos del fenómeno de las noticias falsas. La estrategia pasa, ante todo, por identificar quienes son los grandes generadores de noticias falsas y desinformación y dotarnos de leyes que pongan el foco en los emisores y no en los contenidos. Sin renunciar por ello a mejorar y ampliar a nuevos sujetos los protocolos de verificación, un instrumento imprescindible.
Las fake news no son un fenómeno nuevo
Ni lo es que los históricos monopolios de la manipulación informativa las utilicen como excusa para promover doctrinas normativas que recortan la libertad de expresión y de información y criminalizan el uso de tecnologías como Internet.
Fake news, o noticias falsas, es un concepto que ha vuelto a emerger en los últimos años ante la masiva viralización de piezas informativas de contenido falso o engañoso. En muchos ámbitos se prefiere utilizar el término desinformación. En efecto, la desinformación no sólo comprende información falsa, sino que también incluye la elaboración de información inventada que se combina con hechos y prácticas que van mucho más allá de cualquier cosa que se parezca a noticias. Estas prácticas pueden consistir en el uso de cuentas creadas automáticamente para llevar a cabo el llamado astroturfing (emisores de información que aparentemente no están relacionados con los beneficiarios del mensaje que emiten), redes de seguidores falsos, videos falseados o manipulados, publicidad segmentada en función del público objetivo, troleo organizado o memes (imágenes o textos que se comparte viralmente en las redes sociales durante un periodo breve).
Es decir, la desinformación incluye fake news (información falsa) e información inexacta o engañosa. Podemos considerarla inherente al uso de la libertad de expresión y no produce daños públicos masivos y significativos. Éstos sí se producen cuando los grandes monopolios informativos, políticos y económicos invierten recursos en la creación y viralización de desinformación, tanto offline como online. En este caso, la desinformación se debe combatir proactivamente para salvaguardar los derechos y libertades democráticas comunes
El negocio de la desinformación
Las fake news hacen daño no en comparación con otras informaciones más o menos ciertas, sino cuando tienen un impacto masivo. Esto ocurre cuando existe una inversión y por consecuencia cuando se generan beneficios económicos. Es decir, donde alguien se beneficia de la difusión de un mensaje manipulado, también hay quien puede hacer negocio con ello.
Existen varias empresas que ofrecen directamente la venta de seguidores, sin tapujos
Existen varias empresas que ofrecen directamente la venta de seguidores, sin tapujos. ComprarSeguidores.info, por ejemplo, se anuncia así: “Bienvenidos a Comprar-Seguidores.info, la compañía líder en proveer servicios en las redes sociales. Servicios como Seguidores, Likes (Me Gusta, Retweets, Fans, Suscriptores, Comentarios, etc.). Disponemos de una larga variedad de servicios en nuestra página web, ofreciendo la oportunidad de comprar online cualquier número que desee. (Desde 100 hasta 1 millón).”
Cuando preguntamos en atención al cliente de CompraSocialMedia.com por la diferencia entre seguidores reales y seguidores bots (→ p. 36), la persona que atiende nos responde por escrito: “los seguidores bots son cuentas falsas que lo único que harán es aumentar mi contador de seguidores. Son totalmente indetectables ya que son enviados de forma muy gradual”. Comprar un millón de seguidores en Twitter cuesta tres mil quinientos euros para ámbito mundial y cuatro mil doscientos si son de habla hispana. Para comprarlos no es necesario acreditar la identidad del comprador: solo hace falta una cuenta de Twitter y un pago por PayPal. En su propaganda dicen que comprar seguidores “aumenta la credibilidad de tu cuenta”.
Por otra parte, existen también empresas que se anuncian como analistas de competidores y ofrecen herramientas de rastreo de bots y de troles (alborotadores que molestan y provocan en foros digitales). Hay empresas que operan como “mayoristas” de bots y otras que se ocupan del plan de acción, mensajes y estrategia de movilización de los bots, que van cambiando de nombre y aparecen y cierran continuamente. Estos bots no pueden generar conversaciones, pero se ocupan de emitir “mensajes precocinados” cuyo objetivo es romper cadenas de conversaciones entre seguidores reales y generar “ruido” en la red; así pueden, por ejemplo, evitar que una movilización real pueda convertirse en tendencia. Estos bots también pueden retuitear y sumar likes a campañas políticas o comerciales para convertir a un político o marca en trending topic. Una vez consiguen su objetivo, los mensajes son eliminados de forma masiva. De modo que si detectamos muchos mensajes publicados casi simultáneamente y luego borrados nos encontramos ante evidencias de manipulación profesional (A. Escorcia. Comunicación oral en el posgrado “Tecnopolítica y Derechos de la BSM-UPF”, 2018).
Pero en realidad los bots son simples herramientas para viralizar artificialmente información producida y direccionada intencionalmente por organizaciones “humanas”. Son un medio, no la fuente del problema. Es lo que dicen Soroush Vosoughi, Deb Roy y Sinan Aral en “The spread of true and false news online” (Science, 09.03.2018, vol. 359 [en línea]), el más sólido y completo informe que se ha hecho hasta el momento sobre el tema, con el procesamiento de hasta ciento veintiséis mil artículos a nivel de EE. UU. “Figuras prominentes y organizaciones establecidas, y no robots, dirigen las discusiones. Los robots pueden usarse para amplificar un mensaje, pero por sí mismos no crean ni cambian tendencias” (“The fake fight against fake news”, EDRi, 25.07.2018 [en línea]).
¿Quién quiere engañarnos?
La visión dominante, ganadora, es la que sigue: partidos y gobiernos, auténticos conocedores de la verdad, deben proteger a los ciudadanos de sí mismos –en el fondo son como niños que hacen mal uso de su libertad de expresión– y de sus enemigos –que hoy son “los rusos”, mañana ya veremos.
Los grandes productores y viralizadores de fake news y de desinformación han sido los gobiernos, los partidos políticos, los mass media y las grandes corporaciones
Sin embargo, con los datos recogidos en el informe “Fake news y desinformación. Monopolios de la manipulación informativa” (Simona Levi (coord.). Barcelona, Xnet, 14 de marzo de 2019 [en línea]), la situación se presenta justamente como la opuesta: desde el origen de los tiempos, los grandes productores y viralizadores de fake news y de desinformación han sido los gobiernos, los partidos políticos, los mass media y las grandes corporaciones; o sus equivalentes para cada época histórica. Por una razón muy simple. No es que los demás –“la gente”– sea buena por naturaleza. A los humanos nos resulta placentero todo procesamiento de información que sirva de sostén a las propias creencias, independientemente de su verosimilitud. No es por bondad o excelencia moral que los ciudadanos de a pie no tengamos impacto en cuanto a la creación de bulos.
Es que para ello, para tener un alcance real, masivo, se necesitan medios, y “la gente” no los tiene. Medios como la creación de bots que propaguen la noticia falsa de turno. Por otro lado, en ausencia de medios, la libertad de expresión y de acceso a la información se ha demostrado como el único instrumento viable para destapar las mentiras de esos mencionados grandes productores. Por todo ello, si queremos menos desinformación necesitamos más y mejor democracia y menos tecnofobia y criminalización de las libertades; más rendición de cuentas y verificación y menos impunidad, paternalismo desinformado y monopolio de los medios y recursos informativos.
En definitiva, necesitamos demo-cracia es decir, vigilancia ciudadana sobre lo que dice y hace el poder.
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