Recuerdo con claridad el momento que, de niña, mientas mi madre preparaba la cena, le dije que ella no trabajaba, que en casa solo lo hacía mi padre. Los ojos se le pusieron vidriosos. De inmediato, me explicaron que los dos trabajaban: mi madre temporalmente ocupándose de la casa, de mi y de mi hermano, y mi padre saliendo fuera. En ese momento tuve una comprensión infantil de las distintas dimensiones del trabajo que, con el tiempo, ha madurado hacia tesis de economía feminista para dar valor a la esfera reproductiva de nuestras vidas y sociedades.
También recuerdo como me gustaba ir a comprar con mi madre. Íbamos a muchos sitios distintos: «en esta parada tienen buen pescado, en esa otra sirven los huevos más frescos, en la tienda de la esquina tienen buena relación calidad-precio en productos de droguería…» Lo que a mi me parecía divertido porque era un paseo con muchos personajes distintos, con los años he entendido que también trataba de tejer vínculos sociales. También que la «comodidad» de ir a un supermercado donde se encuentra todo lo que se necesita (i también todo lo que no se necesita però que, ai, a menudo termina en el carro) contribuye poco a crear relaciones comunitarias, tan necesarias.
Quizá no somos del todo conscientes, pero existe una malla que nos sostiene cuando llegamos a casa agobiados y que ha sostenido buena parte del vínculo social en los barrios y pueblos. Es una malla que ha sido tejida, sobretodo, por mujeres. Mujeres que han dedicado su tiempo «no productivo» a sostener las casas, convirtiéndolas en hogares, y a encargarse de gestionar el consumo doméstico, revirtiendo en la economía local y construyendo lazos sociales en las relaciones con el tejido comercial del territorio. Roles sociales con un escaso reconocimiento, más bien al contrario.
Sería injusto no reconocer que ha habido avances en el desequilibrio estructural de género. Actualmente hay un elevado porcentaje de mujeres trabajando remuneradamente fuera del hogar. Pero conviene no olvidar algunos datos: la brecha salarial, del 26%, el alto porcentaje de contratos parciales (22% frente el 8% entre los hombres), y la poca presencia en cargos directivos (poco más de un 30%). También es cierto que se ha avanzado en el reparto de tareas domésticas, pero la doble presencia laboral y doméstica afecta más del 54% de las mujeres. Por lo tanto, también supone un engaño social afirmar que hemos conseguido la equidad de género.
Poner la lupa en la esfera reproductiva y el sostenimiento de las vidas nos ayuda a entender algunos de los retos que nos quedan por lograr. Ponemos un ejemplo cotidiano vinculado al consumo. Com los mercados, por suerte, no han desaparecido, podemos ver que cada vez hay más hombres haciendo la compra ahí. Pero sin desmerecer el acto de ir a comprar, que requiere su tiempo, creo que es oportuno preguntarse ¿quién ha pensado y hecho la lista de la compra? Porque requiere mucha más energía tener en mente el estoc de alimentos del hogar, las preferencias y necesidades de cada miembro de la familia, el menú equilibrado para los próximos días… Esto no se organizada de la nada. Y el reparto real incluye estas esferas invisibles, tan poco valoradas y tan imprescindibles.
Mi itinerario infantil de compra no contemplaba producto ecológico, ni siquiera podía imaginar qué era un grupo de consumo o el movimiento agroecológico. Pero sí que crecí entendiendo el consumo como un acto social y consciente, que diversifica los puntos de compra, buscando calidad y redistribuyendo los ingresos en distitnos núcleos familiares. Algunas décadas más tarde, el panorama comercial es bastante distinto. El comercio de proximidad es una especie en extinción y, por norma general, rige la ley del «como más barato, mejor» concentrando buena parte de la oferta en supermercados y centros comerciales. Por otro lado, han emergido iniciativas que recuperan la construcción de vínculos comunitarios y de coresponsabilidad con la producción, como los grupos de consumo agroecológico o la venta directa. Quiero agradecer el trabajo invisible de tantas mujeres que, además de hacernos sentir personas cuidadas, han ido tejiendo un entramando de relaciones y cuidados que considero que han sido fuente de inspiración para buena parte de la economía comunitaria de hoy en día, que pone en valor el consumo entre iguales, la crianza respetuosa y el intercambio de conocimientos.
Aunque en estos espacios aún queda mucho camino por recorrer, por ejemplo, mejorando el reparto de tareas, la gestión del poder y la conciliación. Así lo ponen de manifiesto los resultados de Pam a Pam, el mapa que entrevista iniciativas de economía solidaria en Cataluña con un cuestionario de quince criterios, que evalúan la reflexión y transformación que hay detrás de las prácticas de las organizaciones. En el mundo del consumo, uno de los principales eslabones del ciclo económico, dentro del mercado social, se saca muy buena nota en la elección de proveedores, democracia interna, proximidad o impacto ambiental; pero no destaca la perspectiva feminista ni una apuesta clara por los cuidados.
Por todo esto, tiene sentido hacer una huelga feminista el 8 de marzo: de trabajo y también de consumo y cuidados. Para reconocer el papel histórico de las mujeres en el sostén de la economía y las sociedades. Porque sin las mujeres el mundo se para.