En 1992 la UCS (Union of Concerned Scientists, Unión de Científicos Comprometidos, una benemérita organización estadounidense sin fines de lucro) lanzó una primera “Advertencia a la humanidad de los científicos del mundo”. La firmaban en aquel año de la “Cumbre de la Tierra” en Río de Janeiro más de 1.700 investigadores, entre ellos la mayoría de premios Nobel en ciencias que estaban entonces vivos. En el vigésimo quinto aniversario de aquella declaración histórica se ha hecho pública una segunda iniciativa, otra “Última Llamada” que en este caso firman más de 15.000 investigadores e investigadoras de 184 países. La abrumadora mayoría de las amenazas y dinámicas destructivas descritas en 1992 continúan y casi todas “están empeorando de forma alarmante”.
La iniciativa procede de un equipo científico internacional dirigido por William Ripple, profesor de Ciencias Forestales de la Universidad Estatal de Oregón (EE. UU.). En un artículo publicado en la revista BioScience señalan que el bienestar humano se verá seriamente comprometido por el cambio climático, la desforestación, la mengua de acceso al agua dulce, la extinción de especies y el crecimiento de la población humana. “La humanidad no está tomando las medidas urgentes necesarias para salvaguardar nuestra biosfera en peligro”, avisan los científicos en la revista.
Justo al final del ensayo final de A Sand County Almanac (“Una ética de la tierra”), aquel libro esencial que se publicó póstumamente en 1949, Aldo Leopold nos propone una imagen impactante: “En general, el problema que tenemos ahora mismo es de actitudes y herramientas. Estamos remodelando la Alhambra con una excavadora, y todavía nos sentimos orgullosos de lo finos que somos al medir. Es muy difícil renunciar a la excavadora que, después de todo, tiene muchos aspectos positivos, pero necesitamos criterios más delicados y objetivos para su utilización provechosa”.
Esto nos recuerda también aquel momento en que hubo que defender esa maravilla natural que es el Lago de Sanabria frente a los planes desarrollistas del franquismo: “Que no se permita tocar el lago de Sanabria; como no se permite hacer una cantera en las cuevas de Altamira, ni vender el tesoro de la Catedral de Toledo…” (Gonzalo Gurriarán –presidente del club de montañismo “Peña Trevinca”– en ABC, 11 de marzo de 1953).
En eso estamos: con la retroexcavadora en las salas de la Alhambra, con el martillo neumático en las cuevas de Altamira. Abrigamos la fantasía de que, aunque la Tierra se vaya al carajo, nosotros seguiremos ahí… Es justo al revés: la vida seguirá adelante (es extremadamente resiliente en cuanto fenómeno biológico) aunque nosotros desaparezcamos.
¿De verdad ese singular animal llamado Homo sapiens, entregado a la reproducción ampliada del capital y la huida hacia delante de la tecnociencia, va a devastar la Tierra, esquilmando todas sus riquezas, y estrellarse?