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“Soy una artesana de la transformación y de la revuelta”

12 de octubre, 2017

[ENTREVISTA de MARTA MOLINA a ITZIAR GONZÁLEZ VIRÓS publicada en el Cuaderno 52 (Junio, 2017)]

FOTOGRAFÍAS ©DANI CODINA

Calle de Petritxol. Ciudad de Barcelona. Estamos en una  finca del siglo XVIII. Subimos 90 peldaños por una escalera estrecha y oscura, y llegamos al tercer piso, donde vive, desde hace 32 años, la arquitecta Itziar González Virós (Barcelona, 1967). Era el piso de su bisabuela y en una época remota fue hogar de costureras. La ha reformado con sus propias manos pero dice que la casa la ha hecho a ella.

De 2007 a 2010 fue concejala del Distrito de Ciutat Vella de Barcelona, cargo del que dimitió como protesta por un caso de corrupción urbanística. Es impulsora del Parlament Ciutadà y fundadora del Institut Cartogràfic de la ReVolta (“reVuelta”).

Antes de empezar la entrevista subimos a la azotea del edificio. “Desde aquí, vemos las vísceras, las entrañas de la ciudad y se evidencia la mercantilización del paisaje urbano”, dice, mientras comenta con nostalgia cómo se ha perdido el rastro de la vida vecinal.

La azotea es un buen lugar para realizar un diagnóstico. Entre foto y foto hacemos una radiografía improvisada de Ciutat Vella, su barrio, una especie de microcosmos de lo que ha estado sucediendo con Barcelona, y con ella.

La casa de Itziar es más acogedora que la azotea. Es como entrar en un espejo e intentar averiguar qué hay detrás de este juego de cristales poliédrico y luminoso donde ya desde el recibidor se intuyen todas las habitaciones de la casa. Y nada es por casualidad. Cada cristal, cada plano enmarcado, está colocado a conciencia. Hay un exhaustivo estudio del suelo, de cómo y cuándo entra la luz y dónde rebota. No hay lámparas de techo. Todas son bajas o de pie.

Curioseamos por las diferentes estancias y empezamos a jugar a este juego de espejos y transparencias. En cada muro de las paredes de la casa hay cristal. Son transparentes, como ella. Y transparente se nos abre en una conversación. “Es como si la casa atrapara a una persona dentro del cristal”, comenta.

Sentadas en la mesa de la cocina –“aquí se han cocinado grandes revueltas”, dice–, coge papel y un punta  fina azul porque dice que, cuando dialoga, dibuja. Empezamos a hablar de su revuelta personal, con la arquitectura y con el mundo.

MM: Sé que no te gustan las etiquetas, pero de todas las que te han puesto, ¿con cuál te quedas?

IG: La única que me permito es la de mi oficio. Y solo acepto que me adjetive algo que tenga que ver con el “saber hacer algo con las manos”. La arquitectura ya no se hace con las manos, pero cuando realizo un proyecto dibujo el lugar con las manos, con escuadra y cartabón y a mano alzada, y tomo las medidas con las manos. No uso el ordenador.

Para mí el dibujo es una artesanía. La medida, tocar los materiales, los lugares…; por lo tanto, mi oficio es manual, es artesanal. Soy una artesana
y reclamo una artesanía que es más compleja, tal vez, o más integrada, como la arquitectura. Por lo tanto, lo de Itziar González Virós arquitecta lo llevo bien. Otro atributo que acepto es el del lugar. Soy ciutatvellenca (“de Ciutat Vella”).

MM: ¿Una arquitecta-artesana, ciutatvellenca y organizadora de revueltas?

IG: Soy una artesana de la transformación y de la revuelta. Veo una situación y trato de darle la vuelta, de no conformarme. Hay en mí una subversión continua. Además, juego con la idea de “re” y “Vuelta”, con mayúscula, porque es “dar una vuelta”. Para mí, el techo es la protección que viene de arriba y la “reVuelta” significa que, a pesar de que tengamos protecciones que vengan de arriba, si no las reforzamos nosotros, las personas, no sirven de nada. Las arquitecturas sin las personas no sirven. Al igual que las administraciones, sin las personas, no sirven, son maquinaria.

MM: Revoltosa, arquitecta-artesana, ciutatvellenca y experta en resolver conflictos en el espacio público. ¿Eres también una arquitecta- mediadora?

IG: Hablo con la gente que está en orillas distintas. Pero ahora he llegado a la conclusión de que hago más trabajo de terapia. Soy una terapeuta que intenta rehacer la arquitectura de los vínculos entre las diferentes personas que se encuentran en un sitio. Después de 30 años he llegado a definir lo que hago como cooperación ciudadana en el territorio.

MM: No puedes hacer terapia sin un lugar común.

IG: Si tengo que mediar en una finca, los distintos vecinos comparten la finca. Si tengo que mediar en un barrio, pues comparten el barrio. Me cuesta hacer algo si no hay un lugar. Soy un poco como un árbol (dibuja). El árbol necesita anclarse en un lugar. Tiene las raíces y las ramas. Necesita muy poco sitio para vivir y está aparentemente quieto, pero no para de moverse. Las raíces crecen y en proporción crecen las ramas, la copa. Yo necesito un lugar, una tarea invisible, íntima, que no se vea; y otra que dé frutos, sombra, que permita que alguien se siente debajo, que convoque, que haga la fotosíntesis, que cambie.

MM: ¿Un lugar donde se dé el cambio que anhelas con la gente que cree en él y convocar a los no convencidos? ¿Ese lugar es “lo común”, el “hacer comunidad”?

IG: Más bien sería “lo que nos sostiene” a todos. Por ejemplo, la calle (oímos cantar a alguien desde la calle). ¿Crees que es igual para un sintecho que para un vecino con DNI registrado? ¿Qué tienen en común la persona que ahora oímos cantar, Lola, y yo?

MM: ¿La calle? ¿El espacio público?

IG: Lo que tenemos en común no es nuestra relación administrativa con el espacio público, sino que hay algo que nos sostiene a las dos: que nos reconocemos, nos saludamos por el nombre.

MM: ¿Lo sostiene una comunidad si la comunidad le devuelve la mirada?

IG: Sí, si consideramos a los sintecho como vecinos y vecinas y nos responsabilizamos de su vulnerabilidad de forma directa y no solo con la intermediación de la administración. Imagino equipamientos de barrio a su disposición algunas horas, para que hagan y programen sus debates y sus iniciativas: la politización de los sintecho, en la línea del trabajo que está realizando Lagarder Danciu por todo el Estado. Es la vía más necesaria para la mejora de nuestra sociedad. Nuestra calidad como ciudad dependerá de cómo tratemos a este colectivo.

MM: Cuando hablabas de “ser árbol” me vino a la cabeza la historia de “La defensora del árbol”, Isabel Núñez, que lideró entre 2007 y 2011 la resistencia de un grupo de vecinos contra una inmobiliaria contratada por el Ayuntamiento que quería talar un azufaifo bicentenario para levantar un edificio municipal. La conocías bien.

IG: Cuando hice el Barcelona Pam a Pam (“Barcelona palmo a palmo”), se lo llevé en mano. Estaba enferma. Hablamos en su casa. Yo venía de dimitir como concejala del Ayuntamiento y ella ganó la batalla del árbol. “Yo era gobierno y he perdido. Tu eres ciudadana, anónima, y has ganado”. Entonces le dije que era el momento de la reVuelta. Fue muy emotivo porque días después la operaban. Dejó una nota a su hijo Guillermo en la que le decía que había estado conmigo, que le había hablado de la reVuelta y que ella con aba en que todo iría bien. Tuve la oportunidad de decirle en vida que había ganado.

MM ¿Cómo se ponen a dialogar los técnicos del Ayuntamiento y los vecinos?

IG: Transportas las miradas de unos y otros de forma horizontal. Por eso hago procesos de participación y cooperación en el urbanismo. Básicamente todo son mecanismos de horizontalidad, de reconocimiento entre las partes, de complementariedad, de acabar con esta visión paranoica de la duda y de la competencia. Es como intentar crear espacio sin miedo. Y la arquitectura es crear espacio.

MM: ¿Como haces en tu casa cuando abres espacios y rompes muros para que pase la luz?

IG: Cuando sientes el calor térmico, en un hogar o en una plaza donde da el sol, sientes un bienestar. Entonces las células se ensanchan, respiras mejor y estás más seguro de ti mismo; por lo tanto, no tienes miedo y estás más receptivo. Y cuando estás receptivo, eres. El objetivo es crear situaciones de perfección donde no hay litigios para llegar aquí o allá. Es una metodología artesanal.

MM: ¿Cómo conectas la creatividad y lo artesanal con la desobediencia y la pedagogía política?

IG: Con la reciprocidad. Las culturas indígenas lo tienen muy presente. Cualquier ser que nace en un entorno se nutre de ese mismo entorno. Por lo tanto, en su propia realidad, en su formación como persona, hay lo que ha recibido de este entorno. Quien ha recibido de un sitio tiene la necesidad de regresar a él.

MM: ¿Como un proceso natural?

IG: Es un ciclo ecológico. Quien ha querido a su barrio quiere decir que ha recibido cosas que lo sostienen y se convierte en un activista del barrio porque no lo puede evitar. Es una función, como inspirar y espirar. Es natural. De lo que recibes, sale. Y este ciclo hace que quien toma conciencia de ello se vuelva activista y vea que la política, que es ese deseo de mejorar el entorno y las relaciones que tienes alrededor, es una dimensión humana y un derecho humano. Por lo tanto, la creatividad del ciudadano es la política, es establecer relaciones con los demás y con el lugar.

MM: ¿Y el 15M? ¿Qué pasó?

IG: Seguramente hubo una sensación de que no todos estábamos consiguiendo devolver a nuestra sociedad todo lo que nos había dado, y que los políticos estaban pasando de nosotros. ¿Qué podíamos hacer? Pensar en nosotros a partir de pensar en los demás y, así, desarrollar una gran creatividad y mucha cultura. Siempre segregamos cultura que nutrirá a los demás. Y quien tiene que preservar la cultura es la política y la política hecha por las personas.

MM: ¿Qué está pasando en Barcelona? ¿Cómo se ve la ciudad desde el microcosmos de Ciutat Vella?

IG: Los que vivimos aquí, los que tenemos o alquilamos vivienda, los que hacemos vida cotidiana en la ciudad tenemos la sensación de que la estamos perdiendo. De repente vemos varias transformaciones, por ejemplo, el aumento del precio de nuestras viviendas y el aumento del turismo. Muy importante, porque hace insostenible nuestra permanencia aquí.

MM: En Ciutat Vella lo habéis vivido antes. ¿Ahora han despertado el resto de barrios?

IG: Ha despertado el Eixample y ahora todos corren. Cuando yo lo reivindicaba, sin embargo, a nadie le parecía tan grave. Decían: “Bueno, es que el centro…, ya se sabe”; es como la “pieza que tenemos que sacrificar por ser un destino turístico”. Cuando vieron que también les llegaba la voracidad de la industria turística, empezaron a gritar. Yo decía: “¿Por qué no paramos todos los apartamentos turísticos de la ciudad?” Y en el Eixample me decían que ellos no tenían ningún problema… Y ahora en el Eixample no se puede respirar. Antes solo los ciutatvellencs sabíamos y sufríamos que se había producido una gentrificación y que se habían marchado muchísimas personas de clases populares del barrio, en silencio…

Se ha ido gente de la Barceloneta y del Raval, y nadie ha dicho nada. Gente de Ciutat Vella que han sufrido mobbing… y nadie decía nada. Ahora que las clases medias también pierden su casa, empieza a ser un problema.

MM: ¿Hay más masa crítica? ¿Estamos más preparados para la reVuelta?

IG: Sí. Con esta masa crítica podemos y debemos analizar bien qué está pasando. Hay una clara burbuja inmobiliaria, porque Barcelona es la gallina de los huevos de oro del turismo, un valor seguro. Y, por lo tanto, capital extranjero está invirtiendo en nuestra ciudad. Y ahora ya no solo en Barcelona, sino que está llegando a Terrassa, Sabadell… Se está viendo como un lugar donde invertir en el mercado inmobiliario. Esto hará que, de repente, los propietarios mayoritarios sean los que definan la política, a no ser que redefinamos las reglas del juego.

MM: ¿Cuáles tendrían que ser?

IG: Redefinir las reglas del juego en relación con la propiedad privada y pública es complicado. Es necesario realizar un análisis multifactorial y, una vez veamos que es lo que lo provoca, tendremos que determinar quién es el cómplice necesario: ¡la inacción administrativa! Por ejemplo, nuestra regulación de ámbito autonómico y de Ayuntamiento no desarrolló ninguna medida antimobbing seria, ni se llevó a cabo ninguna compra masiva de vivienda para garantizar la vivienda popular en diferentes barrios.

Si todo el mundo asumiera qué ha hecho mal para no evitarlo, tendríamos un mapa de todos los elementos que tenemos que transformar.

MM: ¿Como qué?

IG: Por ejemplo: ¿qué han hecho las comunidades de vecinos respecto a la discusión de los usos que deben tener las viviendas? ¿Se han reunido para decidir si será un lugar turístico o un lugar para familias? Deben producirse debates.

MM ¿Cómo se organiza eso?

IG: La única solución es la micropolítica, que a todos los niveles se reparta una parte de “cosa a cambiar”. No creo que la solución pase solo
por grandes acciones políticas administrativas. Creo en un trabajo familiar, de escalera de vecinos, en los administradores y en un trabajo de corresponsabilización de todos los sectores. Evidentemente, es necesaria una inspección mucho más seria de las compraventas de inmuebles y una gran acción de fiscalización de cómo se realizan, qué precios dicen que pagan, si es en blanco o en negro, qué impuestos… Si toda la sociedad se jara en esta cuestión, podríamos reconducirla. Si no, la ciudad irá perdiendo masa crítica vecinal y, por lo tanto, control social; entonces será un lugar fenomenal para los grandes negocios fraudulentos que nos la expolian.

MM: Pero la ciudadanía, al menos en lugares como Barcelona, ha votado cosas diferentes. ¿Pueden estos nuevos políticos enderezarlo?

IG: Al menos ya ha habido un toque de alerta de la ciudadanía. “¡Eh! Que no tenemos casa, que en nuestra calle solo hay terrazas y guiris”. Por fin, hay respuesta de la ciudadanía y para mí este es el inicio de la solución.

MM: Pero mientras tanto la industria del turismo va presionando.

IG: Y se suma al daño que nos hacen los bancos o las políticas austericidas. Yo me lo miro diferente: ¿la gente se está politizando en estas cuestiones? ¡Sí! Pues hay esperanza.

MM: ¿Tenemos que repensar las ciudades para que la gente y sus ideas no se atomicen? ¿Cómo reorganizamos el espacio para favorecer la participación?

IG: La única esperanza que tengo es que dejemos de hablar de espacio público y nos apropiemos de la calle porque considero que el espacio público ahora es espacio administrativo, o sea, ya no es de todos, porque es el Ayuntamiento quien decide qué se puede hacer y qué no, dónde puede haber una terraza y dónde no. El espacio público lo administran ellos, por lo tanto, a mí, ya me lo han quitado, me han quitado protagonismo, ya no puedo improvisar en él.

MM: Has vivido en Christiania, en Dinamarca, un barrio ocupado por los ciudadanos. ¿Te viene de aquí la inspiración de recuperar la calle? 

IG: El barrio no era propiedad privada ni pública, por lo tanto no era propiedad. Y este cambio
de paradigma era muy interesante. Nadie le podía decir a nadie qué hacer y qué no, más
allá de los acuerdos políticos que establecieran personalmente. Por lo tanto, quiero que, en la ciudad, la calle sea el espacio de la micropolítica, donde yo me entiendo contigo y donde ambos decidimos qué vamos a hacer. Y este aprendizaje es como una gimnasia que no me puede quitar ninguna administración.

No estoy dispuesta a que me digan “Esto puedes hacerlo y esto no”. Si no ensucio la calle es porque soy su usuaria y quiero que esté limpia, no porque quiera evitar una multa. Creo que se ha exagerado la condición represiva controladora, punitiva, de la administración respecto a la calle. Yo quiero calle y quiero cultura en la calle. No quiero solo ocio y consumo. Un espacio de juegos para los niños es cultura, cultura del juego. Un espacio donde las terrazas pasan por un control de precios para que pueda sentarse más gente: ¿por qué tengo que dejarle a usted que privatice un espacio de la calle donde solo puedan sentarse los que pueden pagar los precios que usted pone? Quiero que los vecinos disfruten de la terraza. Hagamos que en cada terraza haya una mesa con sillas rojas para que cualquier persona mayor pueda sentarse y tener gratis un vaso de agua.

Creo que repensaría la relación público-privada, trabajaría como en mi casa, rompiendo muros
y no separando. Entendería que quien está en la planta baja tiene un lugar estratégico de umbral y de acogida, y vigilaría las actividades económicas en estos espacios con el n de evitar la pérdida del comercio de proximidad.
Estamos hablando de cosas tan complejas que lo mejor sería con ar en que cada barrio sea capaz de autoorganizarse, de realizar su diagnóstico, de investigar y cartografiar el entorno… Los mismos vecinos pueden ser quienes, poco a poco, vayan proponiendo cosas. Entonces, las administraciones pueden recibir toda esa labor y, con los conocimientos administrativos, ir priorizando. Jóvenes del mismo barrio podrían hacer diagnósticos de forma remunerada e ir alimentando la reciprocidad. La administración podría pedir ayuda en el mismo barrio y así generar espacios de aprendizaje e, incluso, de trabajo.

MM: ¿Lo que describes es como poner en práctica tu teoría del espacio-umbral?

IG: Creo que todos los espacios que están en contacto con la calle tienen una condición ambivalente o dual de público y privado a la vez. Mi propuesta ha sido siempre decir que era necesario que las administraciones y las herramientas de planeamiento profundizaran en esta ambivalencia para tratar de influir sobre ellas para que las plantas bajas de nuestras ciudades sean tratadas de forma integral e íntimamente vinculadas a su capacidad estratégica de construcción o destrucción social y del entorno. Por ello desarrollé, cuando era concejala de Ciutat Vella, la herramienta de los planes de usos con participación vecinal, que ahora son reivindicados por todos los barrios de la ciudad.

MM: Volvamos al factor de anclaje para estimular la pertenencia y la politización de base.

IG: Cuando viví en Christiania, veía, la gente crecía y chocaba con sus límites, sus incomprensiones. Como en el plenario del Ayuntamiento, donde los partidos no se hablan entre ellos. Más que un plenario es un “vaciario”. Están allí para hablar, pero no se escuchan. ¿Y ellos tienen que hacer que hablemos entre nosotros?

MM: ¿Para salir de la política institucional y construir tenemos al Parlament Ciutadà? ¿Cómo funciona?

IG: La característica del Parlament Ciutadà es que es invisible. Y quiere que lo que se lleve a legislar al Parlamento “físico” se haya hecho en la calle. Nosotros estamos allí donde “habla la mente” de la ciudadanía. Somos una máquina de conocimiento. Somos las asociaciones de padres y madres, de vecinos, que nos reunimos a pensar juntos. Proponemos una metodología desde el grupo impulsor sobre un determinado debate, convocamos a la gente, se lleva una moción, se discute, se hacen enmiendas y la gente habla. Este mecanismo puede funcionar a escala
de barrio o de ciudad. Por ejemplo, la Marea Blanca, impulsada por el Parlament Ciutadà, juntó a todos los que hablaban sobre cómo mejorar el acceso a la salud. Y ahora ya son una unidad. Ya piensan juntos. O la Asamblea de barrios por un turismo sostenible, igual. El Parlament Ciutadà los puso en contacto. Es un mecanismo que ha producido documentos como los elaborados por el Parlament Ciutadà de Terrassa sobre la municipalización del agua. El Parlament Ciutadà es como una lluvia benigna: cuando caemos, caemos para nutrir, porque hace falta un cambio.

MM: Promueves la cultura de la participación y hacer cultura en la calle. ¿Con quién deberíamos trabajar más?

IG: Con nuestros artistas. Creo que hay una parte de la población infrautilizada: todos los que tienen una aproximación a la realidad de forma creativa y generosa, y el artista lo es. Para mí es un elemento sagrado. Es necesario promover la dimensión creativa y cultural de todos. Necesitamos músicos y arte en la calle. Parece que la cultura no tiene sex-appeal, pero si tú pones a la gente en situación de autoorganizarse para llevar a cabo un festival de música, de producción audiovisual o de fotos, si pones dinero para que la gente lo haga, viviríamos mejor.

MM: ¿La calle sería casa?

IG: ¡Seguro!

MM: Si no se sectorializara el arte, ¿Lo veríamos más en la calle?

IG: ¡Un taller de cartografía urbana es arte! Hago mapas con los vecinos que en realidad son un tapiz, un plano del mundo, un mandala. La gente tiene que estar haciendo cosas juntas.

MM: Este espacio era una casa de costureras. Tú también tejes redes con gente para cambiar las cosas. Explícanos alguna de les revoluciones que has tejido.

IG: En esta mesa han habido muchas conspiraciones políticas, urbanísticas, ecologistas… A lo mejor rescataría lo que hice con los vecinos en el barrio de Lesseps. Allí vi que soy arquitecta, pero urbanista por voluntad popular, porque fueron los vecinos quienes me lo pidieron. Pero lo mejor que haré se anunciará en 2 meses. Ya os enteraréis. Quiero hacer eso y, después, cambiar de oficio.

MM: Siempre has reivindicado el decrecer.

IG: Cuando vine aquí, a casa de la bisabuela, con 18 años, empecé a restaurar la nca, que tenía una función que yo he ido cambiando. Pensé: ¡Por qué tenemos que construir más si solo rellenar todas las casas de la Ciutat Vella ya es una aventura maravillosa! Entonces hice el juramento hipocrático de que no realizaría obra nueva. Ya hice una disidencia.

El decano del Colegio de Arquitectos siempre dice: “Nos reíamos de Itziar porque estábamos en plena Barcelona Olímpica, todo el mundo estaba sacando humo en los despachos y produciendo rápido”, y yo estaba en el Centro del Vidrio, aprendiendo a soplar, con los grafiados… era una friki total. Y ahora dice: “Nos reímos mucho de ti pero eras una pionera”. Ya no podemos concebir nuestro oficio si no es readaptándonos, reciclando contenedores y resignificándolos.

MM: Después de Christiania fuiste a parar a la cátedra de Jean Godmanhoier, el padre de la covivienda; se están poniendo en marcha proyectos de este tipo en la ciudad. ¿Qué te parece?

IG: Ya tardaban con las iniciativas de vivienda cooperativa, covivienda y suelo público en cesión de uso. Desde 1996 hasta ahora… Hace 20 años ya se hacía en Copenhague. Hemos tardado demasiado. Se optó por hacerlo con los poderes económicos y no con la gente. Y ahora, estos socios de viaje han pedido un montón de intereses de las inversiones que ayudaron a realizar en un momento determinado.

MM: Las administraciones de ahora han ayudado a algunos colectivos a dar el paso.

IG: Me gustaría decir que si todas estas transformaciones en temas de vivienda tienen que venir de las administraciones, yo no juego, porque la administración será siempre temerosa, prudente y hará una prueba piloto aquí y otra allá. Está bien para que haya masa crítica para cambiar el modelo, pero no es suficiente. Por lo tanto, no canalicemos toda nuestra creatividad en formas de vivir en lo que parece que ya va siendo aceptado por la administración, porque va muy lenta.

MM: ¿La administración tramita la creatividad de la gente?

IG: La administración es una maquinaria para replicar, pero no es una buena máquina para crear. La creatividad está en la calle.

MM: Reivindicas una mirada necesariamente femenina de la arquitectura.

IG: Cuando el cuerpo de la mujer tiene la experiencia de gestar a alguien en su interior, el cuerpo se adapta. Mueven las vísceras para acoger a alguien sin saber quién es ni cómo es. Lo acogen, lo alimentan, dejan que se desarrolle según su ADN e historia, y le dan todo para que abandone el nido. Así es como debe ser la arquitectura, un lugar que te nutra, que no te limite, que te deje desarrollar y que permita que te vayas. Que no te enganche, ni te limite. No se trata de feminismo, es que los cuerpos de mujer lo han hecho así. Y yo aprendo de ello. No soy madre, pero lo aplico en mi arquitectura.

MM: ¿Qué consejo darías a una arquitecta que empieza?

IG: Que lea poesía. Creo que soy una arquitecta decente porque, a pesar de que no elegí ser poeta, continué leyendo poesía. Darnos cuenta de que somos una máquina de hacer espacio y que la construcción de nuestro espacio mental es la escritura, la palabra o la imagen, y eso es la poesía.

Le diría a un estudiante que aprenda de los poetas
porque cuando se ponga a hacer arquitectura la afinanará y seguramente hará menos destrozos. Sin embargo, lo que importa de un arquitecto no es lo que hace, sino lo que ha dejado de hacer. Se le valora por lo que no ha construido. Cuando dijo “no, aquí no”. Es como los poetas, la contención.

MM: Lo que no dicen es fundamental para darle la gura a lo que dicen.

IG: Y por eso aconsejo a las administraciones esa contención de decir “hasta aquí” porque, si no, la creatividad no sale. Que se nutra del mundo que hemos fragmentado de manera más científica con la más artística.

MM: Como lo que hacen los cristales en tu casa, que con los reflejos borran los muros.

IG: Cada disciplina tiene que borrar lo que cree que la separa de la otra.

Suena el timbre. Itziar ha quedado para comer con Núria Martínez-Vernís, poeta, del barrio de Sant Pere y padre vidriero. Hizo un poema para Itziar cuando era concejala del Ayuntamiento. Se titula ITZETA. Nos lo recita y parece que evoque una heroína revolucionaria. Y acaba así:

… Itzetes tanquen grup, Replanten i marxen…

[… Itzetas cierran grupo,//Replantan y se marchan…]

Son las tres de la tarde y el sol que entra desde la última habitación orientada a la calle de Petritxol llega al recibidor. Parece indudable que el vidrio, la poesía y la reVuelta son la tríada que nutre la arquitectura de Itziar González Virós.

FOTOGRAFÍAS ©DANI CODINA

[ENTREVISTA de MARTA MOLINA a ITZIAR GONZÁLEZ VIRÓS publicada en el Cuaderno 53 (Junio, 2017)]

 

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