Avance de la entrevista del Cuaderno 53 | Otoño-Invierno 2017.
Yayo Herrero se define como una eterna aprendiz, luchadora y consciente de haber perdido batallas a pesar de haber invertido mucho tiempo en ellas. Reivindica la alegría, pero no como un estado de felicidad permanente sino con momentos de conflicto y tensiones que la hacen crecer. Se considera afortunada de tener un marco de relaciones que la sostiene y que ella también ayuda a sostener.
Nunca se había sentido ecologista, hasta que un día visitó una granja de aves industrial cuando estudiaba Ingeniería Técnica. A partir de ahí empezó a preguntarse si realmente era necesario que existieran ese tipo de explotaciones para poder comer. Su mirada, marcadamente anticapitalista, se mezcló entonces con el ecologismo, que le proporcionó la mejor forma de mostrar la inviabilidad física de este modelo, por cómo se opone a la continuidad de la vida.
Es directora de FUHEM, una fundación independiente que, a través de la actividad educativa y del trabajo en temas ecosociales, promueve la justicia social, la profundización en los valores de la democracia y la sostenibilidad ambiental. Durante nueve años fue coordinadora de Ecologistas en Acción, una organización a la que aún hoy sigue vinculada como activista.
Hablamos con ella de la necesidad de cambiar los hábitos de consumo en un planeta con recursos finitos, de cómo cuidar las relaciones entre las personas que lo habitan y de las consecuencias que tiene para la vida el actual modelo económico.
MM: ¿Somos conscientes de la necesidad de cambiar nuestros hábitos de consumo?
YH: Cada vez conozco más personas conscientes de la profundísima crisis ecológica que atravesamos y de las inmensas desigualdades que este modelo de consumo ha generado. Los niveles de presión material sobre los recursos de la naturaleza son enormemente desiguales y están muy polarizados. Muchas personas, cuando toman consciencia de ello, apuestan, en ocasiones de manera cooperativa y colectiva, por formas de consumo con menos impacto sobre la naturaleza. Pero también hay personas que cambian su manera de consumir por pura precariedad, es decir, porque los modelos injustos en los que estamos viviendo les obligan a prescindir de ciertos productos o servicios.
MM: ¿Qué podemos hacer para que nuestro día a día sea más sostenible?
YH: Para empezar, caminar todo lo que podamos o montar en bici. Optar por modos de desplazamiento que vayan con cargo a nuestros músculos, en lugar del transporte motorizado, con cargo a las energías fósiles. Y cuando esto no sea posible, usar el transporte público y colectivo y dejar las opciones motorizadas, individuales y privadas como último recurso.
MM: ¿Y en el ámbito de la alimentación?
YH: Es uno de los ámbitos de consumo más impactantes, con una importante incidencia en el calentamiento global y responsable de la concentración de tierras en grandes propiedades, ya que son necesarias para sostener la producción de proteína animal, que requiere grandes extensiones de cultivos. Una dieta que reduzca de forma significativa la proteína animal y que esté basada en productos de temporada, producidos lo más cerca posible del lugar en el que se vive, es otra manera de reducir estos efectos.
La clave es pensar qué genera menos gases de efecto invernadero, qué consume menos energía y cómo cerrar los ciclos. Pero en mi opinión, las medidas de cambio hacia un consumo consciente deben ser colectivas y universales, extensibles al conjunto de las personas. Creo que debemos tener cuidado con las soluciones a las que solamente pueden optar las personas que no son precarias o que tienen altos niveles adquisitivos.
MM: ¿Cuáles son las contradicciones más evidentes del modelo de desarrollo capitalista en un planeta con recursos finitos?
YH: La sociedad occidental tiene un modelo de desarrollo con una contradicción esencial entre el capital y la vida, y este modelo se ha impuesto al resto del mundo a través de procesos políticos complejos. La Organización Mundial del Comercio ha jugado un papel destacado, con tratados comerciales que poseen un marcado carácter colonial. Se trata de un modelo económico que sigue una dinámica absolutamente expansiva, que se sostiene, se desarrolla y crece a costa de extraer cada vez más materiales, de utilizar cada vez más energía y más recursos naturales. Pero es un modelo sostenido por un planeta que tiene límites físicos, como las reservas de minerales de la corteza terrestre o lo que denominamos renovables.
Algo que tiene límites físicos de ninguna manera puede sostener un modelo que se basa en el crecimiento constante.
MM: ¿Cuáles son las consecuencias de estar superando los límites físicos del planeta?
YH: Después de un largo tiempo funcionando de esta manera, durante el cual más personas, más sectores y más territorios se han ido incorporando a esta dinámica extractiva, ya hace unas cuantas décadas que se ha producido la translimitación. Esta situación se plasma en el declive de recursos minerales y fósiles finitos, en el calentamiento global, en un proceso acelerado de contaminación masiva de agua, de aire y de suelos, y en la pérdida de biodiversidad. Se materializa, en suma, en un deterioro profundo acelerado y grave de este planeta del cual dependemos como seres ecodependientes que somos. Es como perder el seguro de vida de todos los seres humanos.
La segunda contradicción, tan grande como la primera, es que ese modelo ha generado también enormes desigualdades. Hace unos años se plasmaban en la explotación de las personas que vivían en esos territorios concebidos como grandes minas o almacenes. Pero cada vez más, esa desigualdad se expresa en verdaderos procesos de expulsión, con el drama de personas refugiadas apiñadas en las fronteras de un mundo rico blindado que no les permite su entrada. Mientras, todos los días se abren esas mismas fronteras para la entrada de los recursos naturales que proceden de sus territorios de origen.
MM: ¿Y qué barreras excluyentes hay dentro del “mundo rico”?
YH: Sufrimos un deterioro de las condiciones vitales que cada vez afecta a más personas, y a las que les impide que puedan llevar una vida decente, digna. Por tanto, ese impacto en la naturaleza va de la mano de un agravamiento de todas las desigualdades en todos los ejes de dominación, como la clase social, la procedencia y el género.
Hay personas sin empleo o personas que, con empleo, siguen siendo pobres. Pero mayoritariamente se trata de mujeres a quienes, dentro de los hogares, les toca afrontar la precariedad vital, tratando de sostener cotidianamente la vida en un sistema que las ataca.
Ese impacto en la naturaleza va de la mano de un agravamiento de todas las desigualdades en todos los ejes de dominación, como la clase social, la procedencia y el género.
MM: ¿Cómo afecta el actual modelo económico al cuidado de las personas?
YH: Este modelo, que no tiene en cuenta la naturaleza ni considera como “activos” procesos como la polinización o la fotosíntesis, que son imprescindibles para mantener la vida, tampoco es consciente de la vulnerabilidad de cada vida humana en solitario. Vivimos encarnadas en cuerpos que, sobre todo en algunos momentos del ciclo vital, pero en realidad durante toda la vida, necesitan que haya otras personas alrededor. En especial, en períodos como la infancia y la vejez, en momentos de enfermedad, y durante toda la vida en el caso de personas con diversidad funcional grave o una fuerte discapacidad. Esas vidas no se pueden vivir si no hay personas alrededor que dediquen una cantidad ingente de fuerza de trabajo al cuidado de estos cuerpos vulnerables.
MM: ¿Por qué es inseparable la ecología del feminismo?
YH: Hay algunas expresiones del movimiento ecologista que pueden ser absolutamente patriarcales, al igual que puede haber feminismos que busquen la emancipación de las mujeres a partir de metabolismos sociales o procesos que sean incompatibles con el planeta.
La esencia del ecofeminismo es un diálogo respetuoso, en plano de igualdad, entre el movimiento ecologista y el movimiento feminista. Vivimos en un modelo económico y cultural que no visibiliza la dependencia de la naturaleza y del trabajo de los cuidados. Esta «invisibilización» es previa al capitalismo, procede de un modelo cultural que establece una brecha entre la naturaleza, que incluye el cuerpo en el que vivimos encarnados, y la cultura, como si fueran dos cosas distintas. Esta concepción impregna la ciencia, la economía, el concepto de libertad y de los derechos. Esta división entre naturaleza y cultura nos lleva a un modelo que le ha declarado la guerra a la vida.
Esta división entre naturaleza y cultura nos lleva a un modelo que le ha declarado la guerra a la vida.
Por eso el ecofeminismo tiene una fuerza muy grande a la hora de diagnosticar los modelos de desarrollo que nos han llevado hasta aquí y de imaginar unas formas diferentes de organizar esa cultura, esa ciencia, esa economía o esa política, de modo que todas estas instituciones realicen un aterrizaje forzoso de la vida en los cuerpos y en los territorios. Y cuando digo aterrizaje forzoso quiero decir que organicemos la vida teniendo como prioridad el sostenimiento de esta propia vida. En eso, el ecofeminismo tiene que estar forzosamente vinculado a todas las propuestas de corte emancipatorio; es decir, a aquellas que velan por la dignidad.
MM: ¿Estás esperanzada?
YH: Siempre. Nos jugamos tanto que es importantísimo dedicar tiempo a pensar en el ambiente y en el consumo consciente. Esto es un proceso colectivo, es decir, no hay salidas individuales. Debemos encontrar el modo de ajustarnos a los límites físicos del planeta, asumiendo los cambios irreversibles que conllevará, y mitigar los efectos que todavía son evitables. Y debemos hacerlo de forma colectiva y justa.