Entrevista a Brenda Chávez, autora del libro «Tu consumo puede cambiar el mundo»

Consumir es un acto político.
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MM: Tu trayectoria es un ejemplo de cambio de hábitos de consumo. ¿Cómo llegaste a ver el consumo como una herramienta de cambio social?

BC: Trabajaba en revistas femeninas, con muchos contenidos de moda y belleza. Hasta que descubrí que detrás de la ropa low cost, de la fast fashion y también detrás del lujo, están las deslocalizaciones, la precarización del trabajo y la expoliación de recursos naturales. Al final esas marcas tan cool acaban siendo muy poco cool. Eso es lo sorprendente de la moda. ¿Dónde está el glamour en esta industria? Por mi parte, cuando tomé conciencia de esta realidad, ya no me apetecía más ser parte ese fenómeno.

 

MM: Y descubriste que hay empresas que consiguen que ética y estética vayan de la mano.

BC: Sí, el libro recoge un montón de alternativas. Hay empresas que pagan sueldos dignos, no maltratan animales y no expolian recursos. Como People Tree, que ha fabricado esta camiseta que llevo. Y también muchas marcas españolas unen ética y estética. Pero no son las más conocidas porque no  tienen grandes anuncios, ni grandes presupuestos. Para dar con ellas, hay que explorar un poco más. Con el libro quiero contribuir a darles visibilidad.

 

MM: También hablas de las beauty victims, ¿quiénes son?

BC: Este término se utiliza para referirse a las personas que andan locas por el último producto de belleza. Pero yo creo que todos somos víctimas de una industria que nos incita a comprar una crema distinta para cada arruga del cuerpo. Y si investigas un poco ves que, al final, pagas mucho dinero por productos que son, básicamente, agua y derivados del petróleo. La directora ejecutiva de Greenpeace EE.UU., Annie Leonard, en su corto sobre los cosméticos [en inglés], sostiene que nos estamos duchando con petróleo. Y si miras la lista de componentes de geles de baño y champús ves que es cierto.

Pero es que además muchos productos de belleza tienen otros componentes problemáticos. Por ejemplo, algunos maquillajes contienen mica extraída de las minas con trabajo infantil. En otros puede haber experimentación animal, a pesar de la nueva normativa europea que lo prohíbe. Algunas empresas de cosméticos expolian especies vegetales. Y luego, están todos esos envases que acaban en el medio ambiente.

 

MM: En las más de 600 páginas del libro, no solo hablas de moda y cosmética. Tocas todos los temas: banca, salud, alimentación, energía y muchos más.  

BC: La idea era hacer como un viaje 360° por el consumo. Un compendio de todos los sectores donde vamos a realizar un consumo sí o sí. Puede leerse como un ensayo crítico, pero está más pensado para funcionar como una guía. Para que cada uno pueda saber qué está consumiendo y encuentre alternativas. Sobre todo esto último, que para mí es la parte más importante.

 

MM: ¿Crees que pequeños cambios en las opciones de consumo pueden cambiar las cosas?

BC: Por supuesto. Cuando consumimos estamos dando un voto de confianza y también estamos realizando un acto político. Cuando consumimos, nos convertimos en el eje de la economía en la que vivimos. Con nuestro consumo y con nuestro dinero podemos estar recompensando empresas que tal vez no se lo merezcan porque están causando daños sociales, ambientales, económicos, políticos o culturales. O igual hasta están haciendo lobby en Bruselas contra nuestros derechos. Con el mero hecho de consumir, estamos activando muchas cadenas de abastecimiento y detrás hay mucha historia que contar.

 

MM: Y cuando alguien decide apostar por un consumo consciente, ¿cuál debe ser el primer paso?

BC: Creo que es importante no estresarse. Cuando empiezas a descubrir que hay alternativas en todos los sectores, quieres hacerlo todo a la vez. Al final tienes que ir por lo que te sea más fácil, según la información que tengas. Y a partir de ahí, ir tomando decisiones de una forma sosegada. El cambio tiene que ser motivador. Lo haces por tu bienestar y por el bienestar del planeta. Si al final se convierte en una especie de tortura y sacrificio, pues no vamos a ninguna parte.

 

MM: ¿En qué sector es más fácil dar el paso al consumo consciente?

BC: Dos ámbitos en los cuales es rápido hacer el cambio son la energía y la banca. Son dos sectores neurálgicos del modelo productivo neoliberal pero en cambio son de los más sencillos para cambiar de consumo. Las energías fósiles están marcando la geopolítica mundial. Y la banca es la mano que mece la cuna. No hay un inversión letal en este planeta que no la esté financiando la banca o los fondos de inversión. Si un consumidor no quiere formar parte de eso, lo tiene tan fácil como cambiarse a las cooperativas de renovables o pasar su cuenta a banca ética. Si desde la política seguimos siendo víctimas de esas eléctricas y de esos bancos que pueden seguir cometiendo los atropellos que quieran, como consumidores sí que podemos desvincularnos de estos dos sectores.

 

MM: Cuéntanos cuál sería tu visión del consumidor consciente.

BC: El consumidor consciente va más allá del binomio calidad-precio. Decide en función de criterios sociales y ambientales. No quiere apoyar con su consumo la explotación laboral o animal ni la depredación de los recursos del planeta. Para mí ese es el consumidor consciente. Luego habrá gente que ponga más el acento en un criterio o en otro.

 

MM: En el libro hablas de la economía cowboy. ¿Cómo la definirías?

BC: El término economía cowboy lo tomo, a modo de homenaje, del economista Kenneth E. Bowlding. En los años sesenta, dijo que una economía basada en la idea de un crecimiento ilimitado en un planeta de recursos finitos es algo en lo que solo cree un loco o un economista. Él llama a esta economía la del cowboy. Es una economía lineal que produce, consume y tira. Proponía una economía circular que produce, consume y recupera otra vez en un sistema integrado. Al fin y al cabo, este sistema productivo sin residuos es el de la naturaleza. Si tú tiras una manzana ahora, aquí, al final se biodegrada y sirve de nutrientes para el suelo. En cambio, nuestro sistema productivo llena el planeta de basura. Me parece que el término economía cowboy refleja muy bien ese afán depredador de nuestro modelo productivo. Y también la actitud de muchas corporaciones.

 

MM: Otro concepto que introduces es el de sharing economy.

BC: Sí, ahora se habla mucho de la sharing economy, del consumo colaborativo o de la economía colaborativa. Hay muchos términos para referirse a lo mismo: el consumir de forma colectiva, compartiendo entre los consumidores. Y tiene un aspecto que está muy bien, que es el de optimizar el ciclo de vida de los productos y no generar más residuos para el planeta. Ahora se están haciendo muchas plataformas para compartir, por ejemplo, coche, bicicleta o casas. Algunas de las más conocidas son Uber, Cabyfy o Airbnb. Detrás de estas plataformas debería haber un alto compromiso con los derechos laborales y sus obligaciones fiscales. Si no es así, la economía colaborativa no tiene sentido.

 

MM: Asociado con el uso de las tecnologías, aparece el e-waste. ¿Qué pasa con esta basura tecnológica?

BC: Se supone que en el precio de cada aparato está incluido el coste de su reciclado eficiente. Pero eso tampoco se cumple. En el libro, una serie de personas nos cuentan cómo esa basura se va saltando todas las normativas habidas y por haber y pueden acabar en Asia o en África. A veces son reciclados por niños en unas condiciones insalubres, tragando tóxicos o quemando cables. Es lo que se esconde detrás de nuestra adicción a la tecnología: móvil, ordenador, cámaras, tablets y demás.

 

MM: ¿Y qué nos dices de la forma de viajar, de hacer turismo?

BC: Se puede ver mundo de distintos modos. Puedes escoger el modelo del ofertón con hotel de pulsera y todo incluido. En ese caso, el dinero va a la línea aérea, al hotel y al touroperador. No repercute en la comunidad que visitas. Puede estar creando empleo, pero probablemente será precario. Los productos que consumas dentro del hotel quizá no sean locales y por lo tanto no crean riqueza local. A la comunidad, lo que es casi seguro es que se la están expoliando sus recursos naturales, porque los hoteles se suelen ubicar en los emplazamientos más paradisíacos. Y si hay un impacto económico a menudo no es otro que generar una dependencia, porque se dinamitan las estructuras previas que permitían la subsistencia. En cambio, el turismo responsable intenta que la mayor parte del dinero recaiga en la comunidad local, no en los intermediarios. Eso se consigue consumiendo en comercios locales y comiendo en restaurantes autóctonos. Solo de ese modo el turismo puede ser impulsor de riqueza local.

 

MM: ¿Crees que el consumidor es fácilmente engañable?

BC: Está todo montado para inducirnos a consumos exagerados. Tampoco es que nosotros seamos culpables y nos tengamos que flagelar. Es que la sociedad del consumo es eso, nos incita al consumo porque es el eje que la vertebra. Afortunadamente, cada vez hay más gente crítica. Mira lo que está pasando con el aceite de palma: ahora es un tema mainstream. La gente cada vez lee más las etiquetas. Sabe el azúcar que hay en los productos o cómo se están haciendo los cultivos. Es cierto que estamos en una vorágine de consumo a la que nos incitan, pero también hay una conciencia crítica mayor. Tenemos el lado oscuro y el lado luminoso.

 

MM: Con nuestras decisiones de compra, ¿podemos llegar a incidir en las estrategias empresariales?

BC: Va a haber muchos green whasing, y ya los hay. Lavados de cara, solo para quedar bien. Muchas empresas lo único que hacen es un pequeño producto o colección, en general más caro. No están cambiando ni su modelo productivo ni su modelo de negocio. Pero también habrá empresas que se tengan que regenerar por necesidad: los recursos son cada vez más escasos y más caros. Y luego también por la bolsa. La mayoría cotizan en bolsa. Cada vez los consumidores son más responsables, no quieren invertir en actividades nocivas y la reputación de la empresa es un tercio de su valor de mercado. Creo que todo esto, más los consumidores con sus opciones de compra, les hará cambiar. Pero todos los cambios son lentos, no va a ocurrir mañana.

 

MM: En el libro apuntas que hay decisiones de consumo que pueden no solamente afectarte a ti como consumidor, sino también a otra esta gente con la que compartes el planeta.

BC: Sí claro. Cuando compro esta camiseta de comercio justo y algodón orgánico, evito el impacto de los cultivos de algodón convencional. Además la trabajadora de Bangladesh que ha cobrado por hacer esta camiseta recibe una prima de comercio justo por la cual puede educar a sus hijas, su familia recibe sanidad y puede invertir en infraestructuras en su comunidad. Realmente eso genera otro tipo de riqueza. O sea, el sistema productivo no tiene por qué ser dañino. No tiene porque maltratar a personas ni animales, no tiene por que expoliar el planeta. Existen muchas formas de hacerlo bien. A mi, el regalo que me ha dado el libro es dar con esa gente que son héroes anónimos. Nos demuestran que hacer negocios de otra forma, teniendo en cuenta el impacto ambiental y social es algo factible y rentable.

 

MM: Has estado tres años investigando y escribiendo el libro. ¿Qué destacarías de esta experiencia?

BC: Lo maravilloso de este libro es que me ha descubierto que tenemos un montón de alternativas reales, en todos los ámbitos de consumo. Opciones que no  se visibilizan. El libro pone el foco en estas iniciativas que demuestran que sí se pueden hacer las cosas de otro modo. Son empresas pequeñas que están haciendo las cosas bien porque su prioridad no es el beneficio. Están haciendo posible lo que nos decían que era imposible. Su prioridad es generar un beneficio sin descuidar el medio ambiente y sin descuidar los valores sociales.

 

MM: ¿Qué ha cambiado en ti después de escribir el libro?

BC: Toda esta gente que trabajan cada día para hacer las cosas bien son una inspiración para mí. Saber que hay tantas personas sacando adelante proyectos respetuosos con el planeta y con los derechos humanos me ha reconciliado con la condición humana.

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