Este verano he podido marchar unos días a Almería. No había estado nunca, a pesar de que algunas amistades me habían estado hablando de sus playas y del parque natural del Cabo de Gata. Y aprovechando los días de relevo familiar, decidí compartir el viaje con una buena amiga.
Tengo que decir que lo que más me han aportado estos días, además de las conversaciones y de los buenos momentos vividos, es una buena sacudida emocional. Es cierto que el parque natural y las playas son fantásticas, pero no consigo sacarme de la cabeza los kilómetros y kilómetros de invernaderos que se despliegan en un terreno prácticamente desierto, sin ni una gota de agua, y trabajados por manos esclavas, muchas de ellas llegadas en pateras a las playas -aquellas que yo pretendía descubrir y disfrutar- después de cruzar el cementerio del Mediterráneo.
Invernaderos para producir una cantidad ingente de verdura que después se distribuirá en toda España y, sobre todo, en Europa. Y me cuesta entender cómo un territorio puede convertirse en la huerta de casi todo un continente; intento imaginarme la cantidad de agua que se necesita para hacer crecer las hortalizas en este suelo tan árido; pienso en el sistema logístico necesario para atravesar kilómetros de carreteras y hacer llegar los productos a los supermercados… ¿Cuál es la huella ecológica de todo esto? ¿Cuántas vulneraciones de derechos laborales, territoriales, sociales o medioambientales se tienen que acumular para que un sistema como éste sea económicamente rentable? Y, entonces, pienso también en donde vivo, Cataluña, y en los invernaderos del Maresme, y en el sistema de granjas que se despliega, y en el drama porcino, y en la contaminación de los acuíferos que genera, y en las condiciones laborales precarias que también lleva asociadas, y…
Y la sensación de desasosiego es brutal. Cuesta de digerir. Te acompaña durante días.
Ecoansiedad
Una sensación similar, denominada ecoansiedad, es la que genera darse cuenta del devenir del planeta; tomar conciencia que el cambio climático no es una amenaza de futuro, una ficción de la gran pantalla, sino una crisis que ya estamos viviendo. Y el hecho de darse cuenta de esta crisis genera desasosiego existencial ante el estado del mundo, una sensación de vértigo profunda al darnos cuenta de que lo que tenía que ser un problema futuro se ha convertido en crisis climática; desasosiego cuando constatamos que no, nuestra generación no vivirá mejor que la de nuestras madres. Y lo peor de todo, que hemos llegado a un punto de no retorno y que muchos de los cambios que vivimos son irreversibles.
La ecoansiedad es el hecho de darse cuenta de esta crisis genera desasosiego existencial ante el estado del mundo
A pesar de que esto que denominamos ecoansiedad todavía no está reconocido como una afectación médica, en un informe publicado en 2017 por la Asociación Psicológica de los Estados Unidos se define como un miedo crónico a la destrucción medioambiental. La emergencia climática afecta nuestro entorno material y nuestra salud física, pero también nuestra salud mental: ya sea por el choque que comportan los cambios reales que ya estamos sufriendo (inundaciones causadas por riadas o lluvias torrenciales que a menudo comportan la pérdida de casa, sequías que se alargan demasiadas y obligan al desplazamiento forzado, etc.), o por lo que empezamos a imaginar que nos traerá el futuro y que nos genera una sensación de angustia profunda.
Y esta ansiedad se ve agravada por el sentimiento de no poder hacer nada, por la sensación de sentirnos impotentes para frenar la situación.
Los datos que nos llevan a la angustia
Y es que no es para menos, y lo avalan los datos recogidos en los informes elaborados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado en 1988 para facilitar evaluaciones integrales del estado de conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, las causas, las posibles repercusiones y las estrategias de respuesta:
- El calentamiento es inequívoco y desde la década de 1950 muchos de los cambios observados no han tenido precedentes en los últimos decenios. La atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes de nieve y de hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado.
- Según las proyecciones, durante el siglo XXI en muchas regiones aumentará la mortalidad de árboles y, por lo tanto, el decaimiento forestal a causa del aumento de temperaturas y la sequía. Esto pone en riesgo el almacenamiento de carbono, la biodiversidad, la producción de madera, la calidad del agua, el valor estético y la actividad económica.
- La principal amenaza para la biodiversidad la constituye el cambio en el uso de la tierra y del mar. Alrededor del 75% de toda la superficie terrestre del planeta y el 66% de la superficie oceánica están alteradas por la actividad humana.
- Más del 85% de los humedales (clave para la lucha contra el cambio climático, por su capacidad para secuestrar y almacenar carbono) que había en el mundo a principios del siglo XVIII se han perdido.
- Cultivamos tres veces más alimentos que en 1970, pero un 11% de la población mundial sufre desnutrición.
- Anualmente, los ecosistemas terrestres y marinos capturan 5,6 millones de toneladas de CO₂, un 60% de las cuales es atribuible a las emisiones de los combustibles fósiles.
- Entre 100 y 300 millones de personas de zonas costeras de todo el planeta están en peligro a causa de la pérdida de los ecosistemas litorales.
- Las proyecciones indican que el cambio climático a lo largo del siglo XXI hará que aumenten las personas desplazadas. Además, puede hacer que aumenten indirectamente los riesgos de conflictos violentos en forma de guerra civil y de violencia entre grupos al aumentar la intensidad de los motores que impulsan estos conflictos, como son la pobreza y las crisis económicas.
La desesperación frente la injusticia climática
Es cierto que el cambio climático nos afecta de manera global y a todas y cada una de nosotras, pero también lo es que no lo sufrimos del mismo modo. Según el Informe del IPCC, más allá de los factores climáticos hay otros que no nos hacen igual de vulnerables: las personas con menos acceso a recursos en el ámbito social (por motivo de género, clase, origen, edad, capacidad, etc.), económico, político, institucional u otros son especialmente vulnerables al cambio climático, así como a algunas respuestas de adaptación o mitigación.
Las personas y los países empobrecidos son quienes menos contaminan y quien más sufrirás las consecuencias del cambio climático
Ésta es la evidencia: las personas y los países empobrecidos son los que menos contaminan pero, aun así, son quienes sufrirán las consecuencias del cambio climático de manera más clara. Según el informe sobre injusticia climática de Oxfam Intermón, el 10% más rico del planeta es responsable del 50% de las emisiones de CO2 asociadas al consumo. Oxfam detalla que el 10% de los hogares españoles más ricos superan en 2,3 veces las emisiones del 10% más pobre.
Ya estamos en el camino: hagamos de la ecoansiedad, activismo
Llegadas a este punto solo tenemos dos opciones: o nos abandonamos a la rabia, la tristeza, la impotencia o la ansiedad que la situación de emergencia climática nos genera o canalizamos estas emociones y pasamos a la acción.
Es muy propio del mundo en que vivimos presentarnos la información de tal manera que sentimos que no tenemos herramientas para poder hacer nada, lo cual nos paraliza (y ya sabemos que este sentimiento de parálisis nos provoca todavía más angustia). Pero tenemos constancia de luchas que llegan a buen puerto, de acciones judiciales que se resuelven de manera favorable, de cambios que se extienden como una mancha de aceite… de pequeñas victorias, en fin, que nos animan a continuar por este camino. Como nos recuerda Escrivà en Aún no es tarde, tenemos herramientas para mitigar el cambio; disponemos de un conocimiento científico sólido y podemos actuar en diferentes niveles: individual, empresarial, colectivo y gubernamental. Y el cambio climático nos brinda una nueva oportunidad para repensar el concepto de crecimiento y qué entendemos como tal.
Tenemos herramientas para mitigar el cambio
Individualmente podemos sumar un conjunto de pequeñas acciones que nos ayuden a reducir nuestra huella ecológica e incorporar cambios en la manera de consumir, de alimentarnos, en la manera de desplazarnos, de (auto)proveernos o en nuestro consumo energético, etc. Pero hace falta que estos cambios pasen a ser colectivos. Además, hace falta exigir valentía política para marcar los objetivos y las modificaciones legislativas necesarias que garanticen la reducción de gases de efecto invernadero, para abandonar los combustibles fósiles identificando claramente los sectores en los cuales hay que intervenir, para impulsar el sector de las energías renovables, para aplicar medidas de ahorro energético, apostar por cambios en los estilos de vida, de transporte, de agricultura, de extracción de recursos naturales, etc. Valentía política para frenar los intereses económicos y privados en pro de los intereses comunes.
Valentía colectiva y política para continuar mostrando la vinculación entre el sistema en el cual vivimos y el cambio climático: un sistema basado en la acumulación indefinida de recursos en un mundo de recursos finitos y, esto, en detrimento de la mayor parte de la población mundial y del planeta.
Es necesario exigir valentía política, económica t colectiva para promover el cambio
Tal como nos recordaban el pasado mes de diciembre desde la cumbre social por el clima celebrada en respuesta al COP25 de Madrid,
hay que «asumir la responsabilidad de denunciar el papel explotador de las regiones enriquecidas del mundo y su protagonismo en la generación de “zonas de sacrificio” en países empobrecidos, a través del extractivismo energético, material y cultural, que destruye comunidades y bienes comunes. (…) Hace falta que podamos desenmascarar la hipocresía de gobiernos que hace décadas que fracasan en las negociaciones climáticas a la vez que blindan tratados comerciales y de inversiones como herramientas de dominación del capital, dirigidos a perpetuar el desequilibrio de poder (…) acaparando, privatizando y financiarizando cada vez más esferas de la vida».
En definitiva, hace falta que continuemos haciendo de este desasosiego existencial acción política, no solo para exigir y forzar los cambios necesarios que nos tienen que permitir parar la crisis climática, sino para continuar señalando el sistema económico que nos aboca a la misma. Y, a ser posible, hacerlo desaparecer.