Curro Claret es diseñador industrial. Trabaja para empresas, galerías de arte y para algunas organizaciones como la Fundació Arrels. También es profesor y tallerista en la escuela IED de Barcelona y forma parte de la junta directiva del Fomento de la Artes y del Diseño. Incorpora al consumidor final en los procesos de creación para que estos sean participativos y el resultado final se adapte al 100% a las necesidades del consumidor. Entiende el diseño como una herramienta para generar procesos de inclusión, colaboración y codiseño con personas en situación de fragilidad.
Ana Villagordo: A menudo te refieres al papel social del diseño. ¿Es una oportunidad?
Curro Claret: El diseño tiene que ser una oportunidad para incidir en la vida de las personas y especialmente en aquellas que se hallan en una situación de vulnerabilidad. Desde el diseño se pueden incorporar elementos para que las personas se impliquen en la fabricación del producto previo al consumo final.
AV: ¿Se puede situar a las personas en el centro del diseño, en lugar del beneficio económico?
CC: Tendría que poder ser así. Todo objeto o proceso de diseño tendría que considerar su incidencia en las personas: en las que están involucradas en este proceso, en las que no lo están y en los posibles usuarios o colectivos que indirectamente podrían tener alguna relación.
AV: ¿Cuál es tu tarea en la Fundació Arrels?
CC: En Arrels trabajamos con personas que han vivido en la calle. Les proponemos el diseño como una oportunidad para dar una segunda vida a materiales que han sido desechados, que alguien ha tirado. Desde 2010 tenemos un proyecto a través del cual construimos piezas de mobiliario. Los materiales reciclados se unen entre ellos con una pieza metálica que diseñé especialmente para este uso. Este proceso permite poner en práctica las habilidades personales, fomenta la creatividad y da herramientas para conocer nuevos recursos técnicos. Hemos construido bancos, taburetes, lámparas y otros objetos.
AV: ¿El objeto es el objetivo?
CC: El objeto es importante, pero no lo más relevante. El verdadero valor de lo que hacemos es el proyecto. Proyectar la pieza, pensarla, construirla, etc. Y hacerlo de forma respetuosa, ética y beneficiosa para las personas. En los momentos actuales, la estética del producto final a menudos nos deslumbra y toma una excesiva importancia. Olvidamos que el objeto debe ser la consecuencia de algo más trascendente, de un recorrido que ha implicado a personas y procesos más o menos industriales.
AV: Si un objeto no mejora la vida de los que lo utilizan, ¿no merece ser creado?
CC: Cualquier cosa que hacemos tiene un impacto e implica un uso de recursos naturales que no siempre es asumible. Cada vez somos más conscientes de que tenemos que hacer las cosas de otra manera y eso exige repensar las reglas del juego. Se trata de dejar de hacer más de lo mismo en esta espiral de falsa novedad y de seducción constante, detrás de lo cual que no hay otro trasfondo que vender más, y pasar a asumir los retos existentes y buscar soluciones que los resuelvan con argumentos más sólidos que los que nos plantea el mercado.
AV: ¿La sociedad actual permite que los usuarios participemos en la producción de lo que consumimos?
CC: Estamos en unos momentos en los que, como ciudadanos, parece que tenemos que asumir más responsabilidades de las que asumíamos hasta ahora. En la política, en el sistema de organización de los barrios y en el uso de los recursos empleados en los productos de consumo. Hasta ahora, quien tenía dinero podía adquirir objetos que le ofrecían un servicio. Quizás ahora esta dirección no es tan lineal y simple, y debemos asumir un papel que antes no admitíamos o simplemente no creíamos necesario. El consumo materialista es una vorágine y se necesitan nuevos planteamientos para huir del «usar y tirar». El consumidor debe ser capaz de relacionarse con los objetos que le rodean y que ha adquirido, y tener un papel más proactivo. Debe tener más capacidad para transformarlos, para adaptarlos, para repensarlos, para alargar su vida útil. Al final, todo se convierte en una oportunidad para repensar cómo deben ser estos objetos y cómo debe ser nuestra relación con ellos.
AV: Actuar en dimensiones pequeñas, como en las que tú trabajas, ¿tiene un suficiente impacto ambiental y social positivo?
CC: Está claro que cuando trabajas en escalas mayores los resultados pueden ser más impactantes, también desde el punto de vista positivo. Pero ¿cuál es el impacto de las cosas? ¿Ayudar a tu vecina a llevar la compra a casa es importante? ¿Es impactante? No me obsesionan los números, lo que quiero es provocar cambios, por pequeños que sean.
AV: ¿Cuando crecemos, nos pervertimos?
CC: Tenemos la herencia de la economía del crecimiento y parece que crecer es natural. ¿Dónde nos ha llevado esa manera de crecer cuando ahora, precisamente, se habla del decrecimiento? Un modelo en una escala muy pequeña a veces puede ser la decisión más eficiente, deseable y humana. Parece que hay una relación muy directa entre lo humano y el tamaño de la actuación.
AV: El diseñador, en teoría, es alguien que resuelve problemas. Pero a menudo, su función va más allá. Una vez está resuelto «cómo sentarse», ¿no se tendría que dejar de inventar más sillas y fijarnos en otros retos sociales?
CC: No sé cómo, pero creo que tenemos que ser mucho más exigentes con lo que tenemos. Quizás para una persona una bicicleta es un instrumento de un valor enorme, la cuida, la valora. Mientras que para otra, que puede tener más de una, no tiene ningún valor. No se trata tanto del objeto en sí, sino del uso y valor que nosotros le damos. No consiste en acumular cosas sin sentido, sino asegurarnos de que lo que tenemos tiene un papel importante en nuestras vidas. Muchos de los productos que compramos pasan por nuestras vidas sin dejar huella, los ignoramos, no nos aportan nada. Sin embargo, si cada uno de nosotros le da sentido a lo que tiene, lo cuida y lo pone en valor constantemente, su impacto final será mucho más positivo y está claro que nuestro consumo disminuirá porque solo compraremos lo que realmente nos aporte valor. Y eso, por supuesto, tendrá claras implicaciones ambientales y sociales.
AV: Muchas veces tus obras están a medio camino entre obra artística y objeto doméstico. ¿Es intencionado?
CC: Me gusta mucho la ambigüedad entre arte y diseño. Un objeto diseñado puede terminar en una galería, se puede comercializar en un espacio comercial normal, puede quedar en manos del consumidor que lo debe construir con unas instrucciones, puede quedar en solo diez unidades o bien puede coger muchas derivas, y será exactamente el mismo. No dependerá solo de mí qué pasará con esos objetos. Lo que se vende o no se vende no es el único parámetro para valorar a un diseñador. Me gusta la ambigüedad y, aunque en ciertos momentos las etiquetas ayudan, en otros casos se convierten en un paso atrás. ¿Esto es diseño o es arte? Que lo llamen como quieran.
AV: ¿El diseño es una disciplina que solo aplican los diseñadores?
CC: En italiano, design significa dibujar, proyectar. En inglés, el diseño se relaciona con el verbo play, que define acciones que también se aplican en el teatro o la música. El diseño forma parte de la esencia de la vida. ¡Todos podemos practicar! Diseño no es bricolaje, sino preguntarse qué hacer para comer y decidir un menú a partir de los elementos que hay en la nevera. Diseñar es ser capaz de ser creativo y de encontrar respuestas constantemente.
AV: ¿Te consideras un consumidor consciente?
CC: Creo que soy un mal ejemplo de consumidor porque consumo muy poco. Soy más de reutilizar. Seguro que me viene de herencia familiar, de mi madre. ¡No tiraba nada! Todo lo reutilizaba constantemente. Mi consumo se basa en la comida. En este caso, estoy muy pendiente de dónde viene lo que compro y quién lo ha hecho. Hay una diferencia entre una manzana cuidada de manera más sostenible, sin químicos y cultivada más cerca, que una tratada de manera industrial. También me pregunto quién se beneficia y cuál es su valor nutricional. En el resto de bienes, reacciono cuando ya no pueden durar más, como es el caso de la ropa.
AV: ¿Debemos ser más exigentes, como consumidores?
CC: Unamuno decía que «Todo necio confunde valor y precio». Lo que pagamos por las cosas no corresponde a su valor real, y hay una gran confusión para saber por qué las cosas cuestan lo que cuestan. Esto nos exige ser más curiosos y, en consecuencia, más exigentes.
AV: ¿Tienes alma de sintecho?
CC: Cierto tipo de diseño siempre se ha clasificado de determinada manera y el hecho de que no estés en ese contexto provoca que no respondas a esos patrones, y entonces te quedas fuera. En este sentido, sí que me siento un poco así. Por otra parte, hace tiempo que me he implicado en acciones con personas que han vivido en la calle y eso también me ha hecho partícipe de esta manera de vivir. Y también me atrae mucho la no dependencia material, tener poco, necesitar pocas cosas y poder llevar todo lo que necesitas encima: ser más libre. Naturalmente, cuando tenemos pocas coses porque no podemos tener más es diferente a no tener por no querer. Pero no deja de ser una opción de consumo que me atrae y me hace sentir mejor.
AV: ¿Crees que estamos preparados como sociedad para pasar a la acción?
CC: Muchas veces es necesario que nos convirtamos en activistas, que pasemos a la acción, para buscar lo que el sistema no hace porque no funciona como debe hacerlo. Y eso no lo hacen solo los «antisistema», aunque así nos lo hagan creer. Nuestro sistema actual no tiene capacidad para autocuestionarse ni para permitirse propuestas alternativas. Por lo tanto, tener espíritu crítico, pero «con cierto rigor», me parece un aspecto bastante importante. Todo el mundo nos atrevemos a opinar sobre cualquier tema –típica conversación de bar– aunque no se sepa lo suficiente –yo mismo en esta entrevista–. Creo que todos deberíamos agradecer y agradeceríamos que en el colegio nos ayudaran a desarrollar un grado más amplio de capacidad crítica y a reconocer que, en algunos casos, sería mejor quedarse callado.
AV: ¿Un cambio social es más importante que un cambio tecnológico?
CC: De hecho, lo que resultaría ideal sería cambios sociales acompañados de avances tecnológicos que los apoyaran, pero eso no suele pasar. Existe una confianza casi ciega que sitúa la tecnología como la gran solución a todos los retos existentes, tanto desde el punto de vista ambiental como desde el punto de vista social y económico. Pero no siempre es así. Ahora mismo, y teniendo en cuenta todos los grandes inventos de los últimos cien años, resulta que hay más injusticias y desequilibrios sociales que nunca. Que esto no sea así depende de la voluntad y los valores de las personas. Y del coraje para llevarlos a cabo.