La vivienda con visión de uso y no como fondo de inversión
Yolanda da clases de Física en la Politécnica de Manresa. Ella es la encargada de enseñarnos Cal Cases, una comunidad constituida en torno a una cooperativa de vivienda en cesión de uso. “Cuando la montamos, no había cooperativas de vivienda, sobre todo en el mundo rural”, comenta.
Situada en medio del bosque, en el término de Santa Maria d’Oló (Moianès), se definen como un “proyecto de vida comunitaria”. Los primeros integrantes encontraron este lugar hace diez años, cuando apenas estrenaban la treintena. Venían del activismo político, era la época de la alterglobalización y estaban vinculados al Ateneu Rosa de Foc del barrio de Gràcia de Barcelona. Todos compartían una mirada libertaria y vivían en la ciudad. Tenían algunos ahorros y querían apostar por una vida diferente al modelo individualista y consumista. El movimiento zapatista y otros movimientos de resistencia en América del Sur inspiran hasta hoy su forma de transforma el mundo.
La cooperativa que constituyeron es la propietaria de las 19 hectáreas que engloban el espacio (huerto, terreno, viviendas y espacios comunes) y los socios tienen derecho de uso sobre ello. “Cuando quisimos comprar, los bancos pedían avales individuales, pero nosotros queríamos que la propiedad fuera cooperativa”, comenta Yolanda. Finalmente hicieron una compra colectiva y una hipoteca con la banca ética Fiare, que entonces apostó por un proyecto en Cataluña.
Los socios hicieron una aportación inicial que se les devolvería en un máximo de cinco años en caso de que se fueran de Cal Cases. Actualmente conviven veinte adultos y diez niños y niñas. Se organizan siguiendo un modelo económico donde todos los miembros tienen que aportar ochenta horas semanales entre trabajos en la casa y trabajos fuera. Es un modelo colectivista donde todos aportan dinero a la comunidad pero de forma proporcional al precio-hora por persona: calculan lo que ganan en euros y lo dividen por el número de horas que dedican a trabajar. Aplicando este modelo rompen con lo que pasa en la sociedad en general, donde hay trabajos que están más precarizadas que otros.
Yolanda recuerda que lo primero que hicieron cuando llegaron (después de bañarse en la balsa de agua que aún hoy existe) fue convertir un pasillo muy largo de habitaciones individuales en ocho viviendas de 40 m2, separados con termoarcilla y revocados con barro, paja y arena. En cada espacio puede vivir una familia de cuatro personas, una pareja o una persona sola y todos tienen una letrina seca, una ducha y una minicocina, ya que es en la masía comunitaria donde se cocina diariamente. Ocho placas solares y una gran caldera de leña (extraída de los árboles del entorno) calientan las viviendas y el agua para las duchas.
Desde el inicio, la idea era construir un modelo de vida más autónomo, basado en la autogestión y la autosuficiencia energética y alimentaria en un entorno rural. Por eso, aparte del huerto, que abastece gran parte de la alimentación, y el espacio de plantas medicinales, plantaron su propia espelta no solo para alimentarse, sino también para utilizarla para la bioconstrucción.
David se incorporó hace seis años a Cal Cases. Dejó el barrio de Delicias en Madrid para trasladarse aquí. Cree que estamos en un momento de explosión de cooperativas de vivienda en la ciudad, ya sea de forma privada o mixta, y menciona iniciativas en Barcelona: La Borda, en el barrio de Sants, y otras en Vallcarca. “El discurso de la construcción de lo común y la no dependencia solo de lo estatal están abriendo nuevos caminos”, dice. Francesc, también de Cal Cases, añade: “Nuestra propuesta no es consecuencia de la crisis de la vivienda, que hace años que dura, ni una reacción al encarecimiento de los alquileres, sino una propuesta de cómo podemos cambiar la realidad a través del colectivo”.
Ni alquiler ni compra para vivir en la ciudad
Llegamos al barrio de la Bordeta, en el distrito de Sants-Montjuïc de Barcelona, y nos encontramos con los socios de la cooperativa La Borda. Están en una calçotada organizada para conseguir socios, en el recinto industrial de Can Batlló, espacio vecinal autogestionado donde nació la idea de hacer una cooperativa de viviendas en cesión de uso.
En noviembre de 2015, el Ayuntamiento de la ciudad les cede un solar de Viviendas de Protección Oficial (HPO) contiguo a Can Batlló, por 75 años. El 16 de febrero de 2017 se pone “la primera madera” en el terreno de La Borda para construir un edificio de seis plantas con 28 viviendas (el primero y más alto de Barcelona con una estructura de madera), diseñado por la cooperativa de arquitectos La Col. Algunos de ellos son socios de La Borda y vivirán ahí.
Organizamos una conversación con cinco socias y socios habitantes ante los primeros cimientos del edificio donde aseguran que estarán viviendo el próximo verano.
Elba Mansilla ve La Borda como “una forma de resistencia colectiva” para que las clases populares puedan seguir viviendo en Barcelona. “El mercado de compra”, comenta, “está destruido por los tiburones de los pisos turísticos, se está especulando mucho con los alquileres y, en este contexto, abrir el melón de la vivienda de protección oficial de gestión comunitaria es una alternativa que ojalá se reproduzca”.
Son una cincuentena de socias usuarias (entre adultos, niños y niñas). Después, están los socios colaboradores y colaboradoras (unos cincuenta también) y veinte socios expectantes que, en caso de que haya bajas, se incorporarían en calidad de habitantes. Ahora estén en plena campaña de captación de socios (“Queremos ser mil”), porque quieren ampliar la base social del proyecto al máximo para dotarse de recursos económicos que les den solidez.
Otra característica de La Borda es que realizan la promoción fuera de los circuitos de la banca convencional, una inversión de 3 millones de euros. “Todo a partir de títulos participativos, de socios que aportan capital social y de banca cooperativa”, comenta Elba.
Xorxe Oural es socio habitante, nació en Galicia, pero lleva trece años en el barrio de Sants. Nos comenta que generar otro modelo de vivienda de tenencia o de uso es urgente y necesario: “Los jóvenes mayoritariamente alquilamos y en este barrio los alquileres han subido el 27 %”.
El capital inicial que aporta una familia que vivirá en La Borda se mueve entre los 15 mil y los 18 mil euros. Esta es la aportación de capital social para formar parte de la cooperativa y, después, tendrán que pagar las cuotas de cesión de uso cada mes. Pero hay fórmulas para que quien no tenga este dinero pueda acceder a la cooperativa: “Hicimos una comisión de apoyo mutuo porque, como que es suelo protegido, tenemos un tope de renta por encima, pero no por debajo”.
Xorxe resalta la importancia de no atarse a un banco: “No hay desahucio, la propiedad no es del banco y no te sientes esclavo, además, el crédito lo devolvemos en diez años y las hipotecas, en cambio, son de treinta o cuarenta años. Y sobre todo, si te vas, dejas el espacio para cesión de uso de otra persona o familia”.
La Borda ha elaborado los primeros estatutos de cooperativa mixta de consumo, de vivienda y de usuarios con todo un ping-pong de enmiendas por parte del registro de cooperativas, allanando el camino para otros grupos que apuesten por esta vía. Pero ¿en qué se inspiraron?
En la versión impresa del reportaje podrás leer más sobre La Borda: Desmercantilizar la vivienda para evitar usos especulativos: Construir comunidad en el barrio; El edificio no te condiciona. Tu te lo haces a medida; Reducir el coste energético; Replicar la inteligencia generada.
La ocupación y la reciprocidad con la sociedad
Precisamente entre el campo y la ciudad se encuentra el Centro Social Ocupado de Can Masdeu, en el Parque Natural de Collserola. Tiene la peculiaridad de estar situado en el umbral de la ciudad y en un entorno natural, por eso sus habitantes lo denominan territorio rurbano. Su situación geográfca facilita que mucha gente de la ciudad pueda desplazarse fácilmente sin tener que coger el coche y empaparse del activismo de Can Masdeu desde el ámbito de la agroecología hasta el de la bioconstrucción de casas de paja, pasando por el sistema de aguas o de calentadores solares. Pioneros en huertos comunitarios, han inspirado iniciativas que actualmente tienen lugar en muchos barrios de la ciudad.
Las 35 hectáreas de terreno que ocupan son propiedad del Hospital de Sant Pau. Pero desde el punto de vista de uso, la custodia del territorio la ejercen los colectivos que, desde el año 2001, lo han recuperado como espacio agrícola y social.
Hace quince años Arnau Montserrat llegó a Can Masdeu con seis personas más. Buscaban un sitio grande para un encuentro internacional sobre el cambio climático y, en vez de pedir un equipamiento público, la hicieron en Can Masdeu, un antiguo hospital de leprosos que hacía años que estaba vacío. Una vez se acabó el encuentro, se quedaron ahí. En 2002 los quisieron desalojar, pero la resistencia no- violenta los hizo fuertes y se empezaron a organizar.
“Ponemos en valor la masovería como forma de gestión agroecológica, de gestión del patrimonio, la gestión de la actividad sociocultural y de custodia del territorio. Así se entiende que Can Masdeu sea un espacio social que tiene gente viviendo”
Actualmente viven 21 adultos y 6 niños. Todo el mundo dispone de su espacio físico y de su tiempo para trabajar dentro de la comunidad y fuera, de forma que se generan recursos personales y colectivos a la vez. No pagan alquiler, “pero hay mucho trabajo a hacer”, comenta Arnau. “Ponemos en valor la masovería como forma de gestión agroecológica, de gestión del patrimonio, la gestión de la actividad sociocultural y de custodia del territorio. Así se entiende que Can Masdeu sea un espacio social que tiene gente viviendo”, añade. La comunidad come del huerto y vive de los frutales. La economía es mixta: se colectivizan algunos recursos, pero se apuesta por la desmonetarización y el diseño permacultural.
Y si nos quedamos en la misma montaña de Collserola, pero caminamos hasta la zona umbría encontraremos una casa de labranza del siglo xvi en medio del bosque, en las cumbres de los cerros de Can Pasqual, en Les Planes. Hace veinte años que se ocupó y ahora es Kan Pasqual. Marc vive ahí desde entonces y nos explica que, antes de la ocupación, se constituyeron como Colectivo ColActiva, para poner en marcha un proyecto de autogestión comunitaria en esta masía abandonada.
“Desde el inicio, se planteó crear un modo de vida colectivo, minimizando la dependencia del consumo, por eso hemos focalizado la autoproducción de energía solar y eólica, la calefacción con leña, la tahona y los huertos, de forma que se genera un entorno vital bastante desmonetizado”, comenta.
“La ocupación de tierras y casas abandonadas es también una solución para combatir la especulación y la concentración de poder de las élites y para practicar la justicia social a través de la reapropiación del territorio”
Ahora viven ahí entre ocho y diez personas, que se organizan de forma asamblearia y asumen colectivamente los trabajos de la casa y el horno. “Con el pan y algunas ferias anuales, sostenemos económicamente las necesidades básicas. También ofrecemos el espacio a colectivos y personas que quieran usarlo para encuentros, y dinamizamos actividades sociales gastronómicas y musicales”. Están vinculados a organizaciones del barrio y creen que la convivencia comunitaria y la autogestión de los recursos es una alternativa viable para escapar de la “trampa del círculo vicioso del trabajo-consumo, compartiendo recursos y tiempo, y produciendo los alimentos y la energía con prácticas de apoyo mutuo”.
“La ocupación de tierras y casas abandonadas es también una solución para combatir la especulación y la concentración de poder de las élites y para practicar la justicia social a través de la reapropiación del territorio”, comenta Marc.
Ocupar un pueblo entero para hacer posible la utopía
Lakabe (al nordeste de Navarra) es una referencia para muchos de los que quieren vivir de otro modo. Este pequeño pueblo, situado en el valle de Arce, quedó deshabitado en los años sesenta, hasta que en la década de los ochenta lo ocuparon y se le volvió a dar vida. Fueron un grupo de jóvenes del movimiento de objeción de conciencia (MOC) que soñaban plasmar sus ideales de la no-violencia y construir un espacio comunitario, alternativo y transformador adaptándose a los ritmos de la naturaleza. “Después de 37 años, este proyecto continúa con aquella misma esencia, posibilitar la utopía”, nos comentan Mabel y Luis, habitantes de Lakabe desde los inicios.
Durante tres años vivieron treinta personas “de manera muy caótica y con mucha gente en situaciones diversas. Pasábamos de ser sesenta a doce”, comentan.
Al inicio tenían dinámicas asamblearias deficientes hasta que se estructuraron y se dotaron de un objetivo común definiendo las áreas del proyecto: territorio, economía, gestión emocional, educación, crecimiento y creación-celebración.
Actualmente viven 41 personas (29 adultos y 12 pequeños –txikis) en doce casas. Una de estas es la casa comunitaria donde no vive nadie y se utiliza para hacer cursos, visitas o acoger a familiares. Además, hay tres cuadras de ganado, un establo de cerdos, un gallinero, una escuelita y una tahona. Usan energías renovables. Tienen una turbina, un molino y placas solares con lo que les alcanza para toda la energía que consumen. “Tenemos un generador, pero no lo utilizamos casi nunca. Nos alimentamos de lo que plantamos y los productos animales se producen aquí. Los cereales y las legumbres los compramos o los recolectamos en tierras vecinas. Siempre son productos ecológicos y conocemos a sus productores”. Además, también intercambian productos y trabajos (sin usar mon
eda) y disponen de un taller mecánico con coches que funcionan con un porcentaje de aceite reciclado.
Mabel y Luis nos explican que tienen un consejo abierto que se gestiona desde Lakabe. “En 1991 el gobierno de Navarra quería cambiar la ley de concejo y nos dijo que era el momento de acceder si queríamos; nos presentamos y escogimos a nuestro alcalde”. Ahora gestionan directamente el agua, la leña y las festividades y otras cuestiones legales las llevan a la asamblea, como el resto de decisiones menores que afectan al pueblo. “Este reconocimiento legal”, comentan, “también nos da un mayor rango a la hora de dialogar con la administración”. Además, hace seis años que tienen un proyecto educativo para los más pequeños de Lakabe, que se está consolidando.
Construir comunidad para generar nuevas tecnologías orientadas al decrecimiento
En 2011 Ca La Fou pasa de ser una antigua colonia industrial textil abandonada a ser una cooperativa que apuesta por la autogestión, el asamblearismo y la permacultura.
Según sus habitantes, la compra colectiva de este espacio, situado en Vallbona d’Anoia (Barcelona), por parte de la Cooperativa Integral Catalana no ha evitado solo la creación de un negocio especulativo para el entorno, sino que también ha dado respuesta a la obligación moral (y la necesidad individual y colectiva) de construir alternativas económicas eficientes, ecológica y socialmente justas.
La fórmula que utilizan para el acceso a la vivienda es la compra de la cesión del derecho de uso por parte de la cooperativa y, para los espacios productivos, el alquiler a precios sociales (un euro el metro cuadrado) con servicios y recursos compartidos entre todas las personas implicadas en el proyecto.
“Colonia ecoIndustrial Postcapitalista”, ese es el nombre que le han dado a la nueva Ca La Fou, 28.000 m2 de espacio productivo y 27 viviendas que estaban muy deterioradas y en desuso. El abandono implicaba también una pérdida del patrimonio industrial y de memoria colectiva de toda una región. Por eso, la rehabilitación es una de sus trabajos diarios. Viven entre 25 y 30 personas que pagan una cuota mensual de 175 euros por 60 m2.
Spideralex es el seudónimo de una de las habitantes de Ca La Fou. Tiene 39 años, es ciberactivista y quería dejar un poco la pantalla del ordenador, hacer más trabajos con las manos y vivir en comunidad, también, detrás de la pantalla; todo eso sin dejar de construir red por el cambio social. Como muchos de los habitantes de Ca La Fou, viene del movimiento anticapitalista y de las luchas urbanas contra la gentrificación.
Desde Ca La Fou trabajan en torno a la cultura y el software libres, y la soberanía tecnológica. Reciben gente de todo el mundo con quien comparten proyectos innovadores y entre todas viralizan el conocimiento por las redes, pero también a la práctica, a través de cursos y talleres en la colonia.
Los proyectos de Ca La Fou potencian la autonomía y la creatividad tecnológica: desde una biblioteca pública digital (Hack The Biblio) hasta un taller mecánico que investiga cómo vegetalizar motores y reducir su consumo o hacer motores de hidrógeno a partir de la electrólisis del agua. Entre los proyectos que han alojado en la colonia se halla una red privada de telefonía libre (PLN – Phone Liberation Network) y la creación de sistemas cibernéticos seguros. Desde su espacio contribuyen también al debate político sobre género y desarrollan herramientas de autoaprendizaje y lo que denominan “ filosofía viral del conocimiento”.
En la versión impresa del reportaje podrás leer más sobre Ca La Fou y la conversación con Spideralex.
La vejez en comunidad
En Madrid, hacia el año 2002, un grupo de gente mayor se planteó cómo envejecer haciendo comunidad sin depender de nadie más que del apoyo mutuo, más allá de su familia tradicional y de forma independiente. Para hacerlo, idearon un centro social de convivencia y, a través de la cooperativa Trabensol, también creada por ellos, compraron un terreno en Torremocha del Jarama. Allí construirían un edificio de vivienda cooperativa que, además, tenía que ser bioclimático, de poco impacto ambiental y de bajo mantenimiento económico. A pesar de que primero se plantearon readaptar edificios, al final optaron por hacerse un edificio tal como ellos lo imaginaban, pasivo, con espacios comunes y con un espacio íntimo.
“Después de preocuparnos por la educación de nuestros hijos y luchar por la vivienda, teníamos que pensar en la gente mayor”. Jaime ve en Trabensol una manera alternativa de entender la jubilación. “Si no pueden tus hijos cuidar a sus propios hijos y dependen de los abuelos, ¿cómo pueden atenderte en un momento determinado?”, se pregunta Jaime. Viendo que los centros públicos son muy escasos; las pensiones, muy bajas y las residencias privadas, carísimas, apostaron por hacerlo ellos mismos.
Con esta perspectiva de autogobernar su propia vida como una lucha de todas las etapas de su existencia, nos comenta que “no solo hay que presionar a las instituciones, sino construir alternativas entre nosotros. Además, los problemas se resuelven mejor colaborando que compitiendo”.
Lee más sobre la cooperativa Trabensol en la versión impresa del reportaje.
Cal Cases, Trabensol, La Borda, Can Masdeu, Kan Pasqual o Ca La Fou. Casas y comunidades construidas desde abajo, con una mirada colectiva y de transformación del entorno que desafía el sistema de consumo actual a través de la vivienda. Poco a poco, pequeñas formas creativas de vivir en colectivo y transformar el mundo van contagiando y creando red inspirando a quienes tienen ganas de crear sus vidas tal como las creen, empezando por su casa.
Lee el reportaje entero en la versión impresa del Cuaderno 52 #comvivim de la revista Opcions. Si quieres adquirir el Cuaderno de forma individual por un precio de 10 euros, contáctanos escribiendo a opcions@opcions.org o llamando al 93 412 76 75.