Según la teoría económica hegemónica, los precios son básicamente transmisores de información que sirven para ajustar oferta y demanda. Sin embargo, aunque hay mucho de cierto y sobretodo de operativo en esta visión, los precios muchas veces son mecanismos de ajuste ciegos y agresivos social y ecológicamente hablando. Es por ello que muchas veces los precios bajos se deben a la existencia de costes ocultos, es decir, de toda una serie de impactos o consumos de recursos (contaminación atmosférica, deforestación, explotación laboral, etc…) que por diversas razones los productores no asumen como costes propios y por tanto no aparecen reflejados en su precio.
Langostinos baratos: ¿un avance social?
En estas décadas de sociedad de consumo hemos visto cómo muchos productos se abaratan sin cesar y su consumo se convierte en masivo y frecuente. Este proceso a veces es fruto de la innovación tecnológica, el crecimiento económico, la madurez de un mercado… pero a veces se debe a otros factores. Por ejemplo, los langostinos se abarataron casi un 40% entre 1995 y 2004¹ y el salmón un 62% entre 1985 y 2005.² Ambos abaratamientos están basados en modelos que hemos conocido en Opcions por ser social y ecológicamente muy “caros”.³ En el paradigma de la sociedad de consumo, bajar los precios de los productos y hacerlos más accesibles se considera un logro social. Algo innegable en muchos casos, pero más que cuestionable en tantos otros. ¿El acceso masivo a langostinos o salmón justifica el impacto de su producción?
¿Subir los precios para reducir el consumo?
Pues no. Primero, porque hay muchos impactos que no tienen precio y no se pueden valorar monetariamente (¿cuál es el precio de seguir dañando la capa de ozono?). Segundo, porque conseguir que la reducción del consumo de materiales y energía se haga en base a una simple subida de precios sería injusto socialmente y por ende insostenible a medio plazo. Y es que no todos realizaríamos el mismo esfuerzo si tuviéramos que pagar el triple por litro de gasolina o Kw. de electricidad. Ante escenarios de fuertes subidas de precio generalizadas por una crisis ecológica de recursos, muchos pueden quedar excluidos de consumos básicos mientras otros podrían mantener estilos de vida derrochadores si no hay medidas sociales de acompañamiento. Por tanto, los cambios estructurales necesarios para una sociedad sostenible han de plantearse con una fuerte visión social, especialmente aquellos que afecten a los precios. Propuestas como las tarifas progresivas,4 los límites máximos y mínimos de consumo, etc. van en esta línea, y los políticos, científicos y organizaciones sociales debemos activar toda nuestra creatividad para trabajar con este fin. La sostenibilidad, o será equitativa o no será.
Pero, ¿deberíamos pagar más por algunas cosas?
Ahora bien, una visión social de la sostenibilidad es compatible con estar dispuestos a pagar más por algunos productos. Por ejemplo, hay que entender que es imposible que un producto local, sano, de calidad, ecológico, sostenible, que mantenga un medio rural vivo con agricultores… tenga el mismo precio que tienen muchos de los productos industriales que encontramos en los supermercados. Y es que el consumo consciente, entre otras cosas, es un “cambio de prioridades” también en lo económico: gastamos menos en algunas cosas y más en otras. Es posible que para desarrollar un modelo de producción más sostenible social y ecológicamente se encarezcan algunos productos. Es decir, de la misma forma que hemos pasado de gastar un 55’3% de la renta en alimentación en 1958, a un 30’7% en 1980 y a un 16’36% en 2005, puede ser que tengamos que volver a aumentar la parte de la renta dedicada a la alimentación para conseguir mantener un modelo agroecológico de producción alimentaria. No obstante, no todo el mundo puede asumir estos cambios, que como decíamos tienen que ir acompañados de otras medidas sociales. Por ejemplo, aquellos que no llegan a final de mes pese a tener estilos de vida forzosamente austeros, no podrán gastar más en alimentación si otros precios de productos básicos como la vivienda no bajan (hoy día puede alcanzar el 60% de la renta de un hogar, mientras que era un 5% en 1958). Con todo esto no estamos proponiendo volver a la estructura de gasto de los sesenta, pero sí que una sociedad sostenible implicaría pagar más por algunas cosas (y menos por otras) y por tanto consumirlas en menor cantidad. Y esto no tiene porqué traducirse necesariamente en un empeoramiento de nuestra calidad de vida. Muchos de estos cambios, apoyados en unos servicios públicos y políticas sociales potentes así como en un replanteamiento de nuestra visión de bienestar, pueden ser compatibles con, incluso, mayor calidad de vida.
No todo vale
Esto no quiere decir tampoco que cualquier precio alto esté justificado mientras sea un producto “sostenible”. Hay factores evitables a medio y largo plazo que explican el mayor precio de algunos de estos productos, por ejemplo en el caso de los alimentos ecológicos podrían ser la falta de escala que aumenta los costes de distribución y comercialización; los costes extras derivados de la necesidad de procesos de certificación de productos (sellos ecológicos oficiales), y la poca madurez del sector productivo. También, en muchos casos los precios de los productos en algunas tiendas y supermercados ecológicos suben por sobrecostes innecesarios (envoltorios, características del establecimiento…) fruto de buscar sectores de mercado específicos (elitistas, de regalo…). Estos fenómenos irán remitiendo según vaya aumentando la masa crítica de consumidores conscientes, y también según consigamos que las administraciones apoyen decididamente modelos y productos con criterios socio-ecológicos.
¿Pero es realmente más caro?
De todas maneras, el consumo consciente no es más caro en términos globales, si no al contrario: porque prescindes de lo que encuentras innecesario, o porque comienzas a satisfacer algunas necesidades de otra manera al abrirte a otras formas de entender tu bienestar (¿necesito un viaje de una semana por toda Italia para disfrutar las vacaciones?); porque descubres alternativas para hacer lo mismo de otra manera (limpiar con vinagre); porque comienzas a cuidar y utilizar las cosas con consciencia (no rascar la olla para que dure más); porque formas parte de soluciones compartidas o colectivas (red de intercambios de casa en vacaciones), etc. Además, al comparar precios no podemos olvidar que deberíamos hacerlo desde una perspectiva temporal (algo que requiere una inversión inicial pero que dura mucho más o se amortiza luego, como las energías renovables en el hogar, ¿es más caro?) y desde una perspectiva de calidad y salud (algo que a la larga te genera problemas de salud, ¿es más barato? Si los alimentos ecológicos tienen mayor cantidad de algunos nutrientes y casi ningún resto tóxico, ¿cómo comparamos el precio del kilo de tomates, por gramos de nutrientes o por miligramos de tóxicos?).
Voces desde la experiència
Jaume, 33 años, Barcelona. “No tiene porqué. A veces sí, sobre todo cuando te inclinas por un ecológico, pero si lo mides en términos de salud, quizás lo menos saludable (lo no ecológico) acaba resultando más caro a la larga (problemas de salud, medicinas…). O ciertos productos de comercio justo (cacao por ejemplo), son tanto o más buenos, y tanto o más baratos que las marcas más conocidas y que nada dicen sobre justicia social.”
Noelia, 31 años, Tarragona. “No. Creo que eso es un mito y me fastidia mucho que se esgrima como argumento en contra. Si creemos que basta con comprar la versión ecológica / solidaria de todo lo que compramos, nos saldrá sin duda mucho más caro. Es muy importante entender que pasarse a un consumo consciente y responsable no es eso. Hay que estar dispuesto a cambiar algunos hábitos. Un ejemplo: en el último año me habré gastado unos 100 euros en ropa. Hay quien se los gasta en un mes… Al plantearme si realmente necesito las cosas, compro mucho menos y por tanto gasto menos. Y en cuanto a la alimentación, llevo también un año consumiendo productos ecológicos y tampoco gasto mucho más que antes porque: consumo mucha menos carne y menos productos precocinados, precortados, prelavados, etc., que son más caros. Compro las verduras directamente al productor y me ahorro lo que se llevan los intermediarios. Y ahora me voy a unir a una cooperativa de consumo, que también sale más barato. Hay muchas formas de montárselo. El dinero no es una excusa.”
Hernán, 3 6 años, Barcelona. “En absoluto. Significa un reparto diferente del gasto, en general reduciéndolo en aquello innecesario y aumentándolo en aquello que aporta salud y bienestar, a nosotros y a la sociedad en general.”
Matías, 32 años, Jaén. “No necesariamente. En mi pueblo compro huevos a mi vecina más baratos que en el supermercado (y de la calidad y frescura, ¡ya ni hablamos!).”
Referencias
1 M. García Rivera. «Can Export-Oriented Aquaculture in Developing Countries be Sustainable and Promote Sustainable Development? The Shrimp Case». Journal of Agricultural and Environmental Ethics, enero 2009.
2 F. García. Salmones en Chile. El negocio de comerse el mar. Veterinarios Sin Fronteras, 2005.
3 Sobre langostinos, ver la sección Trampas en Opcions n. 14. Sobre salmón, ver Opcions n. 23 p. 13.
4 Ver Opcions n. 7, sección Porqués.
5 A. Rebollo Arévalo. Estructura del Consumo en España. Instituto Nacional del Consumo. Madrid, 2001.
6 M. Molina. «Hogar renovable, hogar económico a largo plazo». 17 de septiembre 2009.
7 «Integrated Project QualityLowInputFood: Effects of production methods. Subproject two», abril, 2009.
Artículo publicado en el número 32 de Opcions (invierno 2009-2010).