El consumo consciente avanza a buen ritmo. Según un estudio de la OCU y NESI, gran parte de la ciudadanía del Estado español adopta hábitos de consumo responsable. Por ejemplo, el 73% tiene en cuenta criterios éticos o ambientales a la hora de tomar decisiones de compra. Como ya señalaba Toni Lodeiro hace un par de años, el consumo consciente es una tendencia al alza tendencia al alza. Detrás de estas opciones individuales, relacionado con la satisfacción personal que se obtiene, hay el anhelo de relacionarse de otro modo con el entorno. Pero, ¿qué capacidad de transformación real tiene la agregación de millones de prácticas de consumo consciente? ¿Es suficiente una transformación masiva de hábitos de consumo particulares para conseguir un cambio de rumbo?
Las dimensiones del reto
Las múltiples manifestaciones de la crisis ecológica demuestran la inviabilidad del modelo económico actual y de nuestros estilos de vida. Los límites físicos del planeta no solo hacen que sea imposible universalizar nuestros niveles de consumo. También ponen en evidencia que los volúmenes globales de consumo actuales son insostenibles: la contaminación, el agotamiento de los recursos naturales, la cantidad de residuos generados y, por encima de todo, el cambio climático nos abocan al colapso ecológico. Estas limitaciones físicas, sumadas a la lógica capitalista de maximizar el beneficio económico, se traducen en una competencia por los recursos y en la agravación de las desigualdades y conflictos sociales.
Si el consumo consciente no pasa de ser una opción individual la capacidad de transformación social que tiene es muy limitada
Ante la magnitud del desafío, ¿es realista pensar que las acciones individuales pueden tener ninguna incidencia? Todo indica que, si bien son parte necesaria del cambio, hacen falta transformaciones que vayan más allá de los hábitos personales. Álvaro Porro lo explicaba así: “Pensaba que si la demanda marcaba un camino, la oferta iría hacia allá. Pero enseguida me fui dando cuenta que esta idea inocente, por sí sola, puede ser peligrosa. Porque transmite la idea que la producción se puede alterar por la suma de muchas acciones voluntarias individuales, sin tener en cuenta que hay unas fuertes estructuras sociales, políticas y económicas. Solo con acciones individuales es imposible cambiar el modelo.” En otras palabras, si el consumo consciente no pasa de ser una opción individual, o miles de opciones individuales, sin que se fuercen cambios en el ámbito de la comunidad, el mercado y las instituciones políticas, la capacidad de transformación social que tiene es muy limitada.
Colectivizar el consumo y fortalecer la comunidad
Como reivindica la ecofeminista Yayo Herrero, «el cambio hacia el consumo consciente tiene que ser colectivo». Si colectivizamos los cambios de consumo, multiplicamos nuestras posibilidades de transformación y facilitamos que el consumo consciente llegue a capas más amplias de la población. Charo Moran también planteaba en este artículo la necesidad de “construir opciones colectivas para resolver nuestras necesidades, basadas en la reducción material, compartir, reutilizar, dejar, cocinar, cuidar, cultivar… Desmercantilizar nuestras vidas, promoviendo estructuras comunitarias que liberen tiempos para el que es verdaderamente importante: las curas y la vida en común.”
Si colectivizamos los cambios de consumo, multiplicamos nuestras posibilidades de transformación
Este tipo de iniciativas colectivas se podrían incluir en el que se denominan economías comunitarias. Ruben Suriñach las describe así al libro Economies transformadores de Barcelona: “fórmulas colectivas de resolución de necesidades basadas en el trabajo de un grupo de personas donde la importancia del trabajo remunerado en el funcionamiento interno es mínima o inexistente en comparación del trabajo voluntario”.
A la práctica, tenemos muchas maneras diferentes de conseguir sacar el consumo de la esfera privada y volverlo a la comunidad: desde montar en el barrio un espacio de intercambio o préstamo de objetos a formar parte de una cooperativa de consumo. Así entramos en un círculo virtuoso puesto que, a través del consumo, se construye comunidad y, en palabras de la antropóloga Rita Segato, «cuanto más arraigo local o comunitario, menos consumo».
Otro efecto de colectivizar el consumo y de fortalecer los lazos comunitarios es que facilitan el empoderamiento sociopolítico y el surgimiento de acciones colectivas para ejercer presión hacia empresas e instituciones públicas: otro círculo virtuoso. Así, si a través del consumo nos conocemos y reconocemos con otras personas con quienes compartimos inquietudes, es más fácil que surjan, por ejemplo, iniciativas como la campaña Desnuda la Fruta, que exige la reducción de plásticos a los supermercados o la creación de entidades como La coordi que promueve, entre otras medidas, la compra pública responsable.
Del mismo modo, de estas experiencias comunitarias pueden surgir iniciativas empresariales que, con los valores de la economía social y solidaria, enriquecen la oferta de bienes y servicios del mercado social. Es el caso de algunas de las cooperativas de consumo que existen.
La clave política
Al mismo tiempo, es imprescindible el papel de las instituciones políticas para asegurar cambios profundos en la manera como satisfacemos nuestras necesidades. Pero para garantizar que la busca del bien común es el que guía la acción política, hace falta que se produzca una regeneración democrática, como explicaba Ruben Suriñach a Opcions.
Es imprescindible el papel de las instituciones políticas para asegurar cambios profundos en la forma cómo satisfacemos nuestras necesidades
¿Cómo, desde la administració pública, se puede favorecer el cambio social necesario? Para empezar, la contratación pública representa en Cataluña entre un 18 y 20% del PIB. Este porcentaje, si se aplican criterios de compra pública responsable, significa una capacidad muy alta para fortalecer las iniciativas que trabajan con principios de justicia social y sostenibilidad.
Por otro lado, se pueden implementar campañas de fomento del consumo consciente, con estrategias de sensibilización a la población. Ahora bien, estas acciones pueden acabar generando más frustración en vez de cambios reales si no van acompañadas de políticas para favorecer la creación y la supervivencia de iniciativas que, desde el ámbito de la producción y la distribución, faciliten el consumo consciente. En este sentido, son importantes las políticas de impulso a las economías transformadoras que han promovido algunos gobiernos municipales. Toni Lodeiro las analizaba en este artículo. Algunos gobiernos municipales también han desarrollado proyectos de impulso del consumo consciente con una mirada global. Algunos ejemplos de referencia son la Estrategia de Impulso del Consumo Responsable del Ajuntament de Barcelona o el Plan de Impulso de Consumo Sostenible de Madrid.
Así mismo, desde el ámbito legislativo, la incidencia sobre los procesos de producción y los modelos de distribución, puede forzar el acercamiento a prácticas más próximas a los valores que inspiran el consumo consciente. Esto pasa, por ejemplo, para tomar medidas para promover modelos productivos más eficientes y menos contaminantes. De este modo, se amplían las opciones de las personas que buscan satisfacer sus necesidades minimizando el impacto ambiental y favoreciendo la justicia social. A pesar de que la implementación de este tipo de medidas topa con los intereses de los actores implicados, y por tanto son más complejas de salir adelante que las anteriores, es irrenunciable avanzar en este sentido si realmente se quiere avanzar hacia el cambio.
Para acabar, otras medidas que pueden facilitar un consumo consciente tienen relación con el urbanismo, la agricultura, la movilidad… Todo lo que implique reforzar espacios comunitarios, facilitar la movilidad a pie o en bicicleta o fomentar la existencia de explotaciones agrarias próximas a los centros de consumo, por ejemplo, son medidas que ayudan satisfacer necesidades de forma responsable.
El consumo consciente en casa: pieza necesaria pero insuficiente
Los cambios de hábitos personales, pues, representan solo uno de los engranajes de un complejo sistema que, para avanzar, requiere que también se muevan las estructuras comunitarias, las reglas que rigen el mercado, las políticas públicas… Por eso, el consumo consciente no es solo un conjunto de prácticas individuales. El consumo consciente representa una forma sostenible y responsable de satisfacer las necesidades colectivas. Todo lo que se pueda hacer en el ámbito doméstico tiene un peso, pero hay que ir más allá y tener en cuenta la fotografía de conjunto a la hora de asumir retos personales.