Álvaro Porro, licenciado en Economía, es un activista. Ha dedicado buena parte de los primeros doce años de su vida laboral a la revista Opcions. Su aportación ha sido clave para que el discurso sobre el consumo consciente evolucionara. Hace dos años empezó a trabajar en Barcelona Activa, y desde julio es el comisionado de Economía Social, Desarrollo Local y Consumo del Ayuntamiento de Barcelona.
¿En qué momento empezaste a interesarte en el consumo como herramienta de transformación?
Empecé a interesarme en ello durante el primer curso de la carrera de Economía. Yo escuchaba lo que me contaban de la ley de la oferta y la demanda y pensaba que la demanda podía tener un poder brutal. Y esta era una idea en la que creía que se debía trabajar. En aquella época, jamás había oído hablar de consumo responsable ni de nada parecido. Al cabo de un tiempo sí que descubrí el comercio justo, y vi que la cosa iba por aquí. Entonces me fui a Amsterdam y allí conocí la revista Ethical Consumer, que es una revista inglesa pionera en el tema. Fue todo un descubrimiento, porque aquella gente ya estaba abriendo el camino que yo veía que se debía explorar. También leí Rebelión en la tienda. Opciones de consumo, opciones de justicia, que había traducido del italiano la editorial Icaria, el año 1997. Y así fue como supe que en el Estado también había gente pensando en este tema. De hecho, los encargados de la traducción al español fueron Joan Torres, que inició el Centro de Investigación de Información y Consumo (CRIC, según sus siglas en catalán), y Montse Peiron, que posteriormente crearía la revista Opcions, en la que terminé trabajando durante doce años.
¿Qué referentes teníais, cuando empezasteis?
Pues nos lo inventamos todo sobre la marcha. Teníamos el modelo de Ethical Consumer, pero enseguida vimos que había algunas cosas que no podíamos imitar. Creo que juntos fuimos construyendo un discurso propio.
¿Cuál es este discurso?
Pues lo hemos ido perfilando a lo largo de los años. Al principio, yo tenía una mirada más naif de lo que se puede hacer desde el lado de la demanda. En clave económica, pensaba que si la demanda marca un camino, la oferta irá hacia allí. Pero enseguida me fui dando cuenta de que esta idea inocente, por si sola, puede ser peligrosa. Porque transmite la idea de que la producción se puede alterar mediante la suma de muchas acciones voluntarias individuales, sin tener en cuenta que existen unas fuertes estructuras sociales, políticas y económicas. Es imposible cambiar el modelo solo con acciones individuales.
Es imposible cambiar el modelo solo con acciones individuales.
Y pensamos que era injusto transmitir la idea contraria. Llegamos a la conclusión, y hay algunos artículos míos publicados en la revista que intentan expresarlo, de que el mundo no lo vamos a cambiar exclusivamente desde el consumo. Pero sin modificar las formas de consumir, que al final son las formas de vida, no podremos cambiar el mundo. El consumo es un tema que se debe abordar en el proceso de cambio, pero no podemos pensar que el cambio se podrá hacer solo desde aquí. Porque si no también podríamos caer en el discurso neoliberal y despolitizador, centrado en la perspectiva individual.
En ocasiones se compara el momento de tomar una decisión de compra con el momento de emitir un voto. ¿Crees que es acertado?
Cuando vamos a votar, es una persona, un voto. No importa mi capacidad económica. En cambio, cuando hablamos de consumo no es exactamente lo mismo. Porque aquí tu poder adquisitivo marca en gran medida tus opciones a la hora de poder elegir. Y no solo tu poder adquisitivo, también tu facilidad para poder acceder a los productos que deseas. En ocasiones, si no existe un entorno que te ofrezca esta posibilidad de consumo, no puedes elegir. Es preciso que las políticas públicas faciliten esto, como por ejemplo el Ayuntamiento de Barcelona, que quiere favorecer circuitos cortos para el tema de la alimentación. Por tanto, no debemos perder de vista que es verdad que nuestro consumo tiene un impacto sobre el modelo económico y que ayudamos a modelarlo, pero también debemos entender que no todos tenemos las mismas capacidades de elegir qué consumo hacer. Es una cuestión de información, de poder adquisitivo y de recursos accesibles. Por tanto, esta metáfora del voto tiene esta limitación.
Pero la dimensión individual también está ahí, ¿verdad?
Sí, y vimos que con el discurso del consumo responsable es muy fácil generar malestar emocional. Yo tenía muy claro que no podíamos dedicar nuestros esfuerzos en la línea equivocada: no cambiar nada y encima provocar malestar en la gente. Esto me llevó a crear la sección El diván, para cuidar la dimensión psicológica y emocional de todos estos procesos. La clave es la alegría por el cambio. Es importantísimo que los cambios en el consumo se vivan desde la alegría y no como una carga.
¿Cómo afrontas el reto del comisionado de Economía Social, Desarrollo local y Consumo de Barcelona?
Por un lado, es una gran oportunidad para poder dar un impulso político a temas que hace años que trabajo y que son relevantes para la sociedad. También me da respeto, aunque ya hace tiempo que trabajo en la administración y ya he podido captar cuáles son los retos y las limitaciones. Lo afronto con muchas ganas de dar lo mejor de mí mismo, como ya he intentado hasta ahora. Creo que es muy importante, cuando estás en cargos de gobierno, entender que debes gobernar para la gente que cree en lo que estás haciendo y para la gente que no lo ve tanto. Y debes conseguir generar consensos, visiones respetuosas… Lo que no quita que a veces debas tomar caminos que no le gustan a todo el mundo, y que pueden entrar en conflicto con los intereses de algunos. Pero siempre debes hacerlo desde un marco democrático, entendiendo que hay diversidad de visiones. Aún queda mucho camino por recorrer, existe una gran expectativa de cambio, pero debemos entender el ritmo de las cosas, las limitaciones del día a día. Y con esto debemos intentar mantener un equilibrio. Es lo que yo llamo reto bicicleta. Siempre debes estar pedaleando para no perder el equilibrio, alternando la mirada a corto y largo plazo.
En el ámbito municipal, ¿cómo se integra el apoyo al tejido comercial y, a la vez, el impulso de un consumo responsable que, muchas veces, pasa por consumir menos?
Este es uno de principales retos. Creo que hay una alianza potencial entre el mundo del comercio y el mundo del consumo responsable, pero es verdad que se debe trabajar bien porque a veces puede parecer contradictorio. Al comercio, y sobre todo al comercio de proximidad, le interesa un consumidor que sea consciente de lo que compra, que valore calidad, no solo precio, que valore tener un tejido productivo y comercial vivo, local.
Creo que hay una alianza potencial entre el mundo del comercio y el mundo del consumo responsable
El comercio de proximidad, además del valor de la proximidad en sí misma, puede dar un servicio comercial de mucha más calidad: asesoramiento, selección previa de los productos y relación calidad precio. En el tema de los productos perecederos, también se ha comprobado que la tienda pequeña de producto fresco tiene mucha más capacidad de no desechar alimentos, que es una cosa que interesa al consumidor responsable. Existen muchos elementos donde se puede generar esta alianza entre el consumidor responsable y el comercio de proximidad. Obviamente, al comercio no se le puede pedir que acepte el mensaje de consumir menos, porque precisa que la gente consuma para poder vivir, y es totalmente legítimo. Pero igual que nos planteamos la posibilidad de crecer de otra manera, también nos podemos plantear cómo consumir de forma distinta.
¿Cómo se enfocan las políticas de apoyo al sector cooperativo y comunitario?
Lo primero que debemos entender es que, en el ámbito de las otras economías o las economías transformadoras, que es una terminología que estamos utilizando, hay mucha diversidad. Sí que comparten otra forma de entender la economía, la empresa, la rentabilidad, el valor o la productividad. También la necesidad de hacer visible lo que es invisible, como la economía reproductiva o todo el ecosistema ecológico. Pero no es un universo que se conciba a sí mismo como tal y, de hecho, cuando intentas llevar a cabo una política pública que se oriente hacia aquí, una parte del proceso es transmitir la idea de que esto es un ámbito y que aquí hay unas áreas políticas y técnicas de referencia. Y generar una interlocución. Esta es una de las labores que Jordi Via [el anterior comisionado] llevó a cabo con muchas ganas y que también se refleja en el Plan de impulso de la economía social y solidaria. Aprovecho que Jordi es lector de Opcions para agradecerle públicamente el mucho y muy buen trabajo que ha hecho.
La economía social y solidaria no se puede llevar a cabo desde la administración
También debemos tener muy claro que la economía social y solidaria no se puede llevar a cabo desde la administración. Se debe hacer desde la sociedad, con entidades, cooperativas, asociaciones… La administración pública puede ayudar, promover, acompañar. Hay que dimensionar bien la intervención, que sea proporcional con el peso real de esta economía porque, si no, podemos caer en un exceso de recursos, objetivos, ambiciones, que el propio ámbito no sea capaz de asumir. Debemos hallar un punto de equilibrio, promover sin asfixiar. A pesar de que poner fronteras es complejo, el comisionado realizó un estudio del tamaño de la economía social y solidaria en la ciudad y se llegó a unas cifras de alrededor del 7% del PIB de la ciudad.
¿Cómo se integra la apuesta por la economía social con las políticas económicas tradicionales?
Partimos de un modelo económico que se sustenta sobre tres pilares: el sector público, elsector privado, con toda su diversidad, y el sector cooperativo o comunitario. Y pensamos que es mejor no generar burbujas. El sector público puede ejercer un liderazgo importante para hacer cambios en el modelo económico. Por ejemplo, aplicando ciertos criterios de contratación pública. Por lo que respecta a la economía convencional, creemos que puede “contaminarse” de los valores y de algunas prácticas del sector cooperativo o comunitario como, por ejemplo, el gobierno de las organizaciones. Pero también la economía social y solidaria puede contaminarse de elementos de la economía convencional e integrar sin complejos conceptos como la rentabilidad, la meritocracia, la productividad o el marketing. Por lo tanto, creo que mezclar más los mundos y dejar que se produzca una contaminación mutua positiva será una ganancia para los dos ámbitos. Lo ideal sería que, en algún momento, resultase difícil diferenciar qué es la economía social y solidaria y qué es la economía convencional. Porque, al final, lo que nos interesa es que cada vez haya más actores económicos, más empresas, más entidades con actividad económica que estén imbuidos por los valores de la economía social y solidaria. La llamen o no la llamen economía social y solidaria.