Quiero solidarizarme con María, la madre que hace unos días tuiteó esto en la red: «Mi hijo no sabe lo que es una galleta. Él es feliz desayunando garbanzos.» Madre mía, lo que han llegado a decirle. Más de novecientos comentarios, la gran mayoría despectivos o de burla, y la cifra sigue subiendo.
Muchos se escandalizan de que una madre dé a su hijo un plato de legumbres para empezar el día. Pero si le hubiese dado un par de Donuts o un paquete de galletas acompañadas de chocolate o de un zumo industrial, alguien le habría dicho algo? Seguramente les habría parecido lo más normal del mundo. Pero, ¿qué es más saludable?
Un par de Donuts de chocolate contienen el equivalente a 8 terrones de azúcar, siete galletas Oreo casi 11, un botellín de zumo de naranja 8 y uno de Nesquik un poco más de 14 terrones, como informa el web Sinazucar.org. Sin ser conscientes de ello, nuestros pequeños pueden llegar a ingerir, si sumamos lo que lleva un producto de bollería industrial y una bebida procesada, alrededor de 20 terrones de azúcar (80 gramos) solo con el desayuno.
La industria alimentaria añade ingentes cantidades de azúcar a la comida, muy perjudiciales para nuestra salud, y que no tienen nada que ver con los azúcares saludables que los alimentos, en especial la fruta, contienen de forma natural. Donde esté un buen plato de garbanzos, ¡que se quite la comida basura!
Mi hijo, hasta hace poco tiempo, tampoco quería saber nada de galletas ni pasteles, y teníamos una parte de la familia escandalizada. Cuando cumplió un año y cuando cumplió dos, no quería probar el pastel de cumpleaños. A él, que le dieran un buen trozo de pan, a más sencillo mejor, y de calidad. A los adultos, les resultaba increíble, se escandalizaban. En una ocasión, hasta llegaron a intentar meterle el pastel en la boca por la fuerza. ¿Cómo podía no gustarle el chocolate?
Pero, ¿dónde nos lleva este modelo de alimentación altamente procesada, con tantos azúcares y sal añadida, aditivos y grasas saturadas? A un incremento de los problemas de salud y a la adicción a este tipo de comida. En el caso de los niños, la situación es aún más preocupante porque son los adultos del mañana. Uno de cada cuatro menores en el Estado español tiene un problema de obesidad o sobrepeso, según datos del Ministerio de Sanidad, el cual puede desembocar, con el paso del tiempo, en una serie de enfermedades asociadas como la diabetes, problemas cardiovasculares o cáncer. La obesidad infantil hoy está considerada un problema de salud pública mundial.
Muchos padres no son conscientes de esta situación. Como explica la misma María Merino, la madre autora del polémico tuit, que para mayor inri es diplomada en nutrición y dietética, un 70% de los progenitores no ve ningún problema con el sobrepeso que sufren sus hijos. ¿Quién gana con todo esto? La industria agroalimentaria que, haciendo uso a menudo de una publicidad engañosa, con eslóganes del tipo «sin azúcares añadidos», «bajo en grasas», «fuente de fibra», nos venden las bondades de unos productos nada beneficiosos para la salud.
Es necesaria más educación alimentaria, y no solo por parte de las familias, sino también en la escuela. El aumento de los huertos escolares son un paso en esta dirección, también los comedores escolares ecológicos con la recuperación de la cocina propia en algunos centros. Debemos empezar, mayores y pequeños, a valorar qué nos llevamos a la boca (de dónde viene, cómo ha sido elaborado, en qué condiciones laborales…) porque, en definitiva, somos lo que comemos.
No hace tantos años, algunos familiares, en las Navidades, instaban a los más pequeños de la casa a hacer un sorbito de cava. «Venga, que un poco no hace daño», decían. Ahora quizá una imagen así nos parecería un escándalo. ¿Qué dirán en el futuro de lo que desayunaban nuestros niños? Para cuándo un hashtag solidario con María que diga: #MiHijoTambiénDesayunaGarbanzos?