El Cuaderno 66 de Opcions, Consumo de natura, lo abre una entrevista a Núria Burgada. Se define como hija, madre y abuela y amante de la natura, especialmente de las montañas. Maestra durante más de treinta años de escuela rural, ha acompañado niños desde una mirada holística. Actualmente, está vinculada a diferentes colectivos que defienden la naturaleza, la soberanía alimentaria y energética y el bienestar comunal.
Como sabes, dedicamos este cuaderno a la naturaleza y, sobre todo, al consumo que hacemos de esta. Te propongo una conversación donde nos expliques qué entiendes tú por naturaleza y a partir de ahí vamos estirando del hilo…
Pienso que la clave de todo es que nos hemos desconectado de lo que somos. La naturaleza no es algo externo a nosotros, sino que nosotros somos naturaleza. Y hasta que no restauremos esta conexión, no solucionaremos los problemas, porque así la naturaleza será siempre algo externo a nosotros de lo que disponer cuando tenemos necesidad y aprovecharnos como humanos.
¿Cómo sería este somos naturaleza que comentas? ¿Qué debemos hacer para restaurar esta relación vivenciada?
Una parte importante del trabajo a hacer es con niñas y niños; debemos lograr que no se desconecten de la naturaleza. La otra parte la tenemos las personas adultas y es más compleja porque todas llevamos nuestra mochila. Para volver a la naturaleza, debemos ir a ella, debemos conocerla. Sólo cuando conoces algo puedes amarlo. La palabra es amor; a partir de la estima, cuidaremos de lo que amamos. Ahora tocaría dar el siguiente paso: tejer una red con todas estas personas, superar el aislamiento, la sensación de estar picando piedra… y juntarnos para animarnos y compartir cómo de dura es esta piedra que llevamos tiempo picando. Pero somos gotitas de agua que, a fuerza de caer encima de la piedra, la agujereamos.
En este ir a la naturaleza de que hablas hemos tenido un problema… ¡y es que, en efecto, hemos ido!
Descontroladamente. Porque no existe este conocimiento, esta sensibilidad. Vamos a la naturaleza para salir de este ahogo que vivimos, para desbravarnos.
Casi como un fast food de montaña.
Sí. Consumir y marcharse. Consumir y tirar. Sin sensibilidad. La pandemia hizo que la gente se diera cuenta de las limitaciones y, en cuanto pudo salir, la cosa estalló, pero sin el conocimiento y la sensibilidad necesarias. Por eso el trabajo que tenemos ahora es ir acompañando. Yo tengo mucha esperanza en la infancia y en la gente joven. Creo que debemos acompañarlos para que sean una generación más sensible. Porque los necesitamos.
Has hablado de la pandemia, ¿pero no crees que esto viene de antes?
¡Por supuesto! Creo que la revolución industrial fue el primer paso hacia la desconexión con respecto de la naturaleza. Nos creímos que éramos superiores y que podíamos dominarla y aprovecharla. Todo para buscar mayor comodidad y eso que llamamos bienestar, pero que ha resultado no serlo tanto, sin darnos cuenta de que a la larga se nos volvería en contra. Es el caso, por ejemplo, de la agricultura.
Para volver a la natura, tenemos que ir, lo tenemos que conocer. Solo cuando conoces una cosa la puedes querer.
Explícame esto.
Con la revolución industrial pasamos de una agricultura de subsistencia ‒para la propia comunidad, la tribu, el entorno cercano‒, a una agricultura con grandes extensiones de tierra, de una sola especie, con el objetivo de comercializar con el de aquí, el de allá, y ahora ya con el del otro lado del mundo. Pero la tierra tiene un proceso de regeneración, y como no estábamos dispuestos a esperar y darle ese tiempo para regenerarse, lo aceleramos con fertilizantes. Hoy en día lo pagamos con nuestra salud y con el agotamiento del suelo. Y tal como hemos hecho con esto, lo hemos hecho con todo. Porque tenemos una economía basada en la extracción, una extracción que nos parece infinita, pero que no lo es. El entorno se regenera, pero necesita su tiempo. Nos hemos pensado que con la tecnología podríamos superar esta necesidad de tiempo para la regeneración y que podríamos acelerar los procesos.
Nuria, siento que tenemos que remontar esta conversación (reímos). El diagnóstico es duro a muchos niveles, pero… ¿qué hacemos?
Hacerlo significa renunciar a muchas cosas. Y como especie, ante un peligro o nos escondemos, o nos paralizamos, o nos enfrentamos a él. Y por el momento no nos estamos enfrentando; hay toda una serie de gente que sigue adelante creyendo que la tecnología ya nos lo solucionará, pero también tenemos toda una parte de la población joven que vive encerrada y que no quiere saber nada. Debemos ser mucha más masa crítica para poder realizar estos cambios. Yo, que ya tengo varios años, veo que la olla está hirviendo: hay mucha gente que se mueve, cada vez hay más colectivos, tenemos la comunidad científica levantando la voz…, y creo que llegará el punto de inflexión. ¡Esperemos que el momento llegue antes de que sea demasiado grave y el batacazo no sea demasiado grande!
Diriges y coordinas la acción educativa de la Fundación Kilian Jornet, cuyo principal objetivo es preservar la montaña y su entorno. ¿Cómo enfoca la fundación el trabajo con la juventud?
Trabajamos para preservar los entornos de montaña desde la conciencia, por un lado con todo el colectivo outdoor, pero también con las niñas y niños y con la población general. Una de las cosas que hacemos y que más impacto genera es organizar la recogida de desperdicios del entorno. Es alucinante darse cuenta de la cantidad de desechos que provocamos los humanos y que abandonamos en el entorno. Cuando organizamos una recogida de desechos nos damos cuenta, y la gente sale muy impactada. Y este impacto es un primer paso hacia la toma de conciencia: nos damos cuenta de que las acciones que hacemos tienen impacto y esto provoca cambios.
Volvemos a la naturaleza y a esta manera que tenemos de relacionarnos con ella…
Necesitamos tener contacto con la naturaleza, pero la forma en que ahora llegamos a ella no es buena. Esto ocurre porque vivimos en grandes ciudades. El problema no es la naturaleza, sino esa necesidad que tenemos, porque significa que vivimos de una manera que nos aleja de ella. Y esto nos lleva a la raíz del problema, que es el sistema en el que vivimos. Necesitamos un cambio de modelo económico.
¿Por qué vamos todos a los mismos lugares?
Porque nos dicen que lo hagamos así –y las redes sociales lo han acentuado mucho– y porque seguimos con esa necesidad de huir de las cadenas que nos atan, de esa sensación estresante. Pero lo hacemos desde la fuga, no desde el disfrute real.
Necesitamos tener contacto con la natura, pero la manera como ahora llegamos a ella no es buena
¿Podemos regular los accesos?
Sí. Pero no se trata sólo de eso. Cierto es que la regulación de los accesos es, ahora mismo, muy importante. Si analizamos lugares que se han regulado y los comparamos con lugares que no, podemos ver el fruto. Por ejemplo, hace ya un tiempo se cerró la pista de Lles en Aransa y desde entonces la gente llega en bicicleta, andando, con los autobuses… y no funciona mal. En otros lugares que no han tomado estas medidas la llegada de gente es más desordenada, con coches aparcados por doquier, masificación, etc. Por eso digo que todas estas medidas de control de accesos y de regulación deben ir acompañadas de educación ambiental, de sensibilización, etc.
A veces me pregunto si acceder a la naturaleza, a cualquier precio, a cualquier lugar, es realmente un derecho.
Sí, por supuesto. Pero de naturaleza hay en todas partes…, excepto donde hay bloques de pisos. Debemos darnos cuenta de ello y encontrar la naturaleza que nos rodea. La naturaleza está en todas partes y debemos acceder a ella desde la humildad, desde el sentimiento que nos suscita llegar a un espacio abierto y reconocer su belleza y su inmensidad a la vez. Mucha gente no llega desde este punto, sino para “consumirla” y a su alrededor existe toda una industria para sacarle rédito.
¿El hecho de que la Cerdanya sea el patio de Barcelona responde a una estrategia de planificación del territorio?
Sí. Cuando yo llegué hace muchos años era una comarca ganadera. Había vacas de leche y todavía muy pocos caballos; el mosaico agrario era mayor, con menos bosque del que existe ahora. Y con estos años ha cambiado por completo. Hoy casi todo es sector terciario, es decir, construcción y turismo. Construcción de segundas residencias, evidentemente, lo que hace que la gente de la Cerdanya no tenga sitio donde vivir y tenga que irse. Todo ello se basa en un modelo de turismo de la nieve, que cuando no es natural es artificial, una nieve “mejorada”, si es necesario, para que se derrita a mayor temperatura. No es esto lo que necesitamos, sino fomentar otro modelo más diversificado, centrado en los pueblos y las comunidades que viven en él, que fomente que sean más soberanos.
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FRAGMENTO EXTRAÍDO DEL CUADERNO
La plataforma Stop Jocs Olímpics hicisteis muy buen trabajo en este sentido.
Sí, la acción trae cambios. La manifestación que hicimos en Puigcerdà fue algo nunca visto; vino gente de todo el Pirineo e hicimos una red de apoyo mutuo que sirvió para detener los juegos, pero es una red que sigue y seguirá. Ahora estamos también con la campaña para salvar Canal Roya, pero habrá más cosas porque es un movimiento muy esperanzador. Nosotros somos los que queremos que la vida vuelva al Pirineo, que la soberanía vuelva.
¿Cómo?
Con una diversificación económica, con un turismo amable y consciente, con una agricultura regenerativa y no extractiva…, facilitando, por ejemplo, que existan centros de investigación del entorno natural vinculados a nuestro territorio. La plataforma Stop Jocs Olímpics fue una semilla y ahora tendrá que ir germinando. La esperanza está ahí, porque la red de personas y colectivos que nos movemos es grande.
¿Y qué hacemos con los deportes de montaña? Porque, puesto que estamos hablando de consumo de naturaleza, una de las grandes industrias vinculadas a la montaña y a la naturaleza es la deportiva.
Es como todo. Si los practicamos desde una mirada antropocéntrica, buscando riesgo, aventura…, todo esto son formas de sacar la adrenalina y la tensión acumulada y, además, con una especie de competición con los demás y no contigo mismo… Yo, cuando era joven, corría por las montañas y ahora es un deporte, un deporte de masas. Es como todo: encuentras a mucha gente, cada uno con sus dilemas morales y contradictorios. La clave es desde dónde lo practicas, cómo y con qué mirada. Pero en este dilema nos encontramos todos los que practicamos los deportes de montaña. En este sentido, la Fundació Kilian Jornet intentamos investigar los impactos que provocamos sobre el terreno, las poblaciones locales, hacerlo en clave de justicia social, etc.
Otra cosa que quiero preguntarte es sobre los refugios de montaña. Estuviste mucho tiempo llevando uno… ¿Qué papel juegan hoy los refugios de montaña? ¿Se han convertido en hostales?
O en restaurantes depende de cuál y si está muy a pie de carretera o tiene un acceso fácil. De hecho, los refugios han evolucionado muchísimo; hoy en día tienen todas las comodidades y a precios de hostal. Al final, como todo, depende también de la gente que los cuida. Si son personas que aman el entorno, que buscan soluciones ecológicas, por ejemplo, para el agua, y tienen una mirada de cuidar la naturaleza, entonces será diferencial. El problema es la presión. Antes en los refugios los guardas que vivían allí casi se morían de hambre y la suya era una opción muy romántica. Las grandes rutas de montaña, como por ejemplo la de Cavalls al Vent o de Carros de Foc, sirvieron para vincularse entre sí y sentirse cerca, pero el capitalismo lo ha convertido en consumo de naturaleza, con caminos masificados y refugios saturados. ¿Cuál es la solución? Que la gente entienda que hay naturaleza en todas partes y que no hace falta que todo el mundo vayamos a los mismos lugares.
Así pues, supongo que de lo que se trata es de tener la capacidad para saber ver y encontrar naturaleza en cualquier lugar, en el entorno más cercano…
Es exactamente esto. E igual que pasa con la naturaleza, pasa con todo. También con los alimentos: escojamos los que son de nuestra zona. Tenemos que volver a lo cercano y vivir con menos.