Mucho se ha hablado, y escrito, sobre los beneficios de la lactancia materna, de lo bueno que es para el bebé y también para la mamá, sobre cómo fortalece el vínculo entre ambos. Sin embargo he leído poco sobre los beneficios que conlleva para el medio ambiente. Si miramos la lactancia materna con las gafas de la sostenibilidad, dar la teta es lo más ecológico: no genera residuos, no contamina, no consume recursos naturales y, además, sale gratis.
Amamantar implica una alimentación de calidad, segura y adecuada y es accesible incluso en momentos de gran adversidad, ya sea económica o climática. Además, todas las mujeres tienen leche, por regla general. Lo que necesitan es información, apoyo y un buen acompañamiento al principio de la lactancia. También es fundamental respetar sus decisiones, tanto si optan por la lactancia materna exclusiva, la mixta, la artificial o si continúan amamantando cuando sus pequeños ya no son bebés.
Dar la teta puede considerarse una práctica subversiva y anticapitalista, ya que se sitúa fuera del mercado y al margen del sistema capitalista. Lo teoriza la antropóloga Ester Massó en varios de sus trabajos. La criatura que lacta no paga por ello, la mujer que amamanta no espera cobrar, todas esas madres que donan su leche a un banco de leche para que otros recién nacidos puedan alimentarse lo hacen sin querer ni pedir nada a cambio. Aquí, reside la esencia antisistema de la teta.
Además, dar el pecho requiere tiempo, calma y tranquilidad. Valores antagónicos al capitalismo. De hecho, uno de los principales problemas con los que se topa la lactancia materna exclusiva, recomendada por la Organización Mundial de la Salud hasta los seis meses, son las ridículas y escasas 16 semanas de baja por maternidad en el Estado español, de las más cortas en Europa.
La alternativa a la teta es el biberón, todo un negocio en manos de fabricantes de leche en polvo, farmacéuticas y distribuidoras. Obviamente, se trata de un gran invento para alimentar aquellos bebés que por un motivo u otro no toman leche materna, pero las grandes empresas del sector no han dejado pasar la oportunidad para sacar el máximo beneficio. Solo es necesario repasar su historia a lo largo del siglo pasado, de la que nuestras madres son el mejor ejemplo. A cuántas de ellas se les dijo que la teta no alimentaba, que lo mejor era el biberón, que así sus criaturas crecerían más gorditas, bonitas y hermosas.
O las agresivas campañas de marketing y promoción de la lactancia artificial de los años setenta en los países del sur, repletas de mentiras y datos falsos, con consecuencias dramáticas para las criaturas. La introducción, y generalización, del uso de la leche de fórmula en un continente como África, según la Organización Mundial de la Salud, provocó el aumentó de la mortalidad infantil, debido a las pocas garantías higiénicas y de potabilidad del agua con las que se preparaban los biberones. Un drama que dio lugar a una de la campañas de boicot más relevantes a nivel internacional: la que tuvo lugar contra Nestlé en 1977, la empresa número uno del sector.
Y no olvidemos el negativo impacto medioambiental de la producción y la distribución de la leche, que tiene unos costes energéticos importantes. Hacen falta ingentes cantidades de tierra y agua para alimentar a las vacas y petroleo para transportarla. Además, la industria ganadera es una de las principales responsables de la generación de gases de efecto invernadero. En particular, la industria de carne de vacuno y la lechera, debido a los eructos y las flatulencias de las vacas, que desprenden gas metano.
Por otro lado, la leche artificial necesita para ser preparada y suministrada de varios accesorios, como biberones, medidores y tetinas, la fabricación de los cuales requiere la extracción de recursos naturales. Instrumentos que se tienen que comprar, de fácil contaminación bacteriana y hasta hace poco, y aún algunos hoy, elaborados con sustancias químicas como el Bisfenol A (BPA) y los ftalatos, con el consiguiente daño para la salud infantil. Y un último detalle: la leche hay que calentarla, con lo cual necesitamos más energía, mientras que la leche materna sale a la temperatura ideal.
No hay duda, la teta, mamá, no es solo lo mejor para ti y el bebé sino también para el planeta.