Imagínate entrando en un centro comercial en el que puedes cambiar el contrato de tu móvil a Somos Conexión, probar un Fairphone, o elegir entre diversas ofertas de ordenadores de segunda mano ‒recuperados por una iniciativa como Circula‒. O comprar champú a granel, que no encuentras en tu barrio. ¿Y si pudieses de paso tomarte una cerveza artesana o un café de comercio justo, y llevarte a casa un queso eco y de proximidad? ¿Y si los viernes pudieses acudir a ver conciertos, teatro, o una charla interesante, y luego quedarte a tomar unas tapas y echar unos bailes?
En Roma y Pamplona ya existen experiencias de (mini) centros comerciales, surgidas de la intercooperación entre diversas iniciativas, que ofrecen algunas de estas posibilidades. En el País Vasco y Asturias podemos encontrar grandes superficies especializadas en productos de segunda mano. Y en Barcelona existen dos nuevos proyectos intercooperativos: el primero de ellos abrirá sus puertas en 2020, mientras que el segundo se encuentra todavía en fase de diseño.
De todos estas iniciativas os hablaremos en este artículo, pero antes reflexionaremos sobre porque ahora encontramos unidos dos conceptos, “centros comerciales” y “consumo consciente”, tradicionalmente «peleados» entre sí.
¿Por qué un centro comercial?
Se trata de hacer más fácil y accesible el consumo consciente, especialmente para las personas menos militantes, permitiéndonos así llegar a nuevas consumidoras, y fidelizar una mayor proporción del consumo de las más sensibilizadas. Y es que es muy difícil comprar ropa sostenible o de segunda mano cuando la escasa oferta en una ciudad se encuentra dividida en varias tiendas lejanas entre ellas. Porque además la variedad de modelos y tallas en este tipo de tiendas a menudo no es muy amplia. Algo parecido nos puede suceder cuando buscamos un libro concreto en las librerías “comprometidas”. Y la cosa se complica si pretendemos comprar a la vez una camiseta, un libro y un par de zapatos.
A las más entusiastas, el consumo consciente puede ayudarnos a pasar tardes haciendo ejercicio por la ciudad de tienda en tienda. Y, reconozcámoslo, a desesperarnos en muchos casos. Pero la mayoría de las personas, a menudo, acabamos optando por la opción más cómoda (sea Amazon u otro comercio online, cualquier híper o supermercado local o, en el mejor de los casos, un comercio de proximidad sin especial sensibilidad social o ambiental). Principio de realidad.
De hecho, las alternativas de consumo que están siendo capaces de alcanzar a capas más amplias son las que ofrecen servicios más o menos homologables a los de sus competidoras convencionales (muchas veces “a un clic”). Es el caso de la cooperativa eléctrica Som Energia, con más de 100.000 contratos. O del banco ético Triodos Bank, con más de 200.000 clientes, un 0,5% de la población española (como alternativa bancaria de economía solidaria contamos con Fiare).
Además, las pequeñas tiendas pueden fácilmente pasar desapercibidas entre el tejido comercial. Un espacio de mayor tamaño, en cambio, aporta mayor visibilidad, confianza y potencial comunicativo. Y facilita que el público potencial que se acerca por una motivación concreta, como puede ser la alimentación, pueda conocer oferta e iniciativas afines en otros campos –ropa o tecnología, por ejemplo–. Es sabido que el hecho de agrupar diferentes tiendas en un espacio o área, incluso ofreciendo productos similares, no les perjudica sino que suele reforzarlas, al generar un polo comercial más atractivo.
A este hecho tenemos que sumar que varios de los proyectos de los que hablamos en este artículo son fruto de la colaboración de diversas entidades de economía social y solidaria (ESS), guiadas por lógicas más cooperativas que competitivas. Así, una apuesta coherente es que cada empresa no tenga que mantener su tienda (resulta más ineficiente, especialmente para iniciativas pequeñas), sino que diversas empresas gestionen espacios de venta comunes, en los que convivan los productos y servicios de diferentes proveedores. De hecho, otra potencialidad de un proyecto de estas características es la de generar mayores lazos entre las entidades del sector, potenciando las posibilidades de nuevos proyectos de intercooperación.
Además, un espacio que combine la actividad comercial con oferta de ocio y propuestas culturales tiene un importante potencial como espacio de relación. Por ello, si los proyectos son capaces de incorporar la dimensión social y comunitaria (mediante mercados de intercambio, conexión con el tejido social del barrio, actividades de formación…) puede resultar un interesante espacio de encuentro y dinamización comunitaria.
Otra potencialidad de un centro comercial cooperativo puede ser la de visibilizar juntas las diferentes opciones de consumo consciente, ofreciendo una sensación de constituir una alternativa más completa y potente.
¿No son “consumo consciente” y “centro comercial” conceptos antagónicos?
Los centros comerciales han sido, hasta la llegada de Amazon y el comercio electrónico, el referente más inequívoco del consumismo y de sus impactos sociales y ambientales más nocivos. No debe sorprendernos que la propuesta de centros comerciales del consumo consciente pueda ser, en muchos casos, recibida con razonables dudas y críticas.
Pero en el caso de Barcelona, donde se está gestando un proyecto de estas características, en los primeros contactos la buena acogida supera ampliamente a las desconfianzas. Algo semejante sucedió cuando diversos agentes impulsamos la propuesta de los supermercados cooperativos.
Y es que, como explicábamos en este artículo sobre la profesionalización y el salto de escala de las alternativas de consumo, el punto de vista dominante ha cambiado bastante en muy pocos años (diría que en paralelo a la veloz desdogmatización de parte de la izquierda social y política, al calor del 15M y sus derivadas electorales). Podríamos titular esta evolución como “de las economías comunitarias a la apuesta socioempresarial”. De la creación de pequeños grupos de consumo o redes de intercambio a la apuesta por proyectos socioempresariales de mayor escala, capaces de generar empleo y con propuestas comerciales más alejadas de exigencias militantes.
Es en este contexto en el que toma cuerpo la propuesta de los centros comerciales cooperativos. Las economías alternativas apostamos por salir de los márgenes y ganar espacio en el mercado y en las políticas públicas. (Lo que no quiere decir que las iniciativas con mayor acento comunitario no tengan ya sentido, pues cada modelo, como explicábamos en este artículo, aporta diferentes ventajas e inconvenientes.)
Otra barrera cultural se ha ido disolviendo con el paso de los años. Me refiero a la visión que considera a las empresas, el consumo o la banca como actividades tendentes a “malignas” o “pecaminosas”. O como mínimo poco compatibles con la justicia y la transformación social. Es una mirada que acompaña a la izquierda desde los tiempos de los esenios y de Jesucristo. Pero en las últimas décadas ha ido siendo erosionada por la extensión de experiencias de banca ética (¿cuántas veces habremos oído decir que banca ética es un oxímoron?), comercio justo, consumo agroecológico o mercados sociales. Son experiencias que demuestran que actividad económica y compromiso social y ambiental pueden ir de la mano.
Todo ello sin olvidar que el consumo consciente comienza por reducir nuestro consumo, máxima que no debe dejar de tener presente cualquier proyecto comercial comprometido.
Razonables dudas y desconfianzas
Son varias las desconfianzas que puede generar una propuesta innovadora como la de los centros comerciales del consumo consciente ¿Un proyecto así puede perjudicar al ya amenazado comercio de proximidad del barrio en que se ubique? ¿Puede legitimar actitudes consumistas vistiéndolas de “consumo alternativo”? ¿Puede fomentar un excesivo “centralismo” atrayendo hacia sí parte de la oferta alternativa de otros barrios? ¿Puede un comercio comprometido –en casos como la ropa o los libros– mantener su tienda preexistente –y un nivel de ventas aceptable– y a la vez implicarse en un nuevo proyecto más amplio y, quizás, más atractivo?
Las dudas son muchas y razonables, pero la intuición es que los beneficios pueden ser mayores que los perjuicios. Y que un espacio de estas características puede ayudar a reactivar el tejido comercial local del barrio en que se ubique. Para los inevitables efectos secundarios habrá que, cuando sea posible, buscar fórmulas compensatorias. Un ejemplo podría ser establecer acuerdos de colaboración con el comercio del barrio y el comercio alternativo de la ciudad (como una tarjeta de fidelización común o acuerdos de mutua promoción).
Pero, no nos engañemos, toda nueva fórmula puede tener algún tipo de impacto –también en ocasiones negativo– sobre las previamente existentes. Se trata, como en el caso de cualquier otra decisión, de valorar pros y contras de las diferentes opciones, de tratar de minimizar en la medida de lo posible los efectos indeseados y, sobre todo, de aprender de la experiencia. No hacer una buena tortilla por no querer romper ningún huevo no parece la mejor opción.
Experiencias inspiradoras
No conozco de ninguna realidad de economía social y solidaria que se ajuste a la idea de un centro comercial “completo” tal y como lo he descrito al inicio de este artículo. Pero sí existen varias experiencias que cuentan con una oferta plural. Vamos a conocerlas.
La Città dell’altra Economia (Roma)
La Città dell’altra Economia, inaugurada en 2004, es un laboratorio ciudadano que cuenta con 3.500 metros cuadrados dedicados a la promoción de las prácticas económicas alternativas. Con exposición, venta (una librería infantil y un restaurante de productos ecológicos y de comercio justo), y una oferta cultural y formativa permanente.
«DSCF6886» de arbobo con licencia CC BY-NC-SA 2.0
La rehabilitación y acondicionamiento del espacio necesitó de una importante inversión municipal. La gestión corre a cargo de una consorcio entre el Ayuntamiento de Roma y la Mesa de la Otra Economía (integrada por cooperativas de economía solidaria, inserción sociolaboral y producción y distribución ecológica), que debe autofinanciar su actividad.
Ekocenter y otras experiencias en productos de segunda mano
Los EkoCenter del Grupo Emaús Fundación Social son grandes superficies (entre los 1.500 y los 2.000 metros cuadrados) que ofrecen productos de segunda mano a precios reducidos, asequibles para economías vulnerables. Venden desde ropa y complementos de moda hasta muebles, electrodomésticos, libros o artículos de bazar. Podemos encontrar Ekocenter en Donostia, Irún, Avilés y Arrasate. El primero de ellos, el de Donostia, abrió sus puertas en 2006.
En la Emaús Social Faktory de Donostia –otra iniciativa del mismo Grupo–, podemos, además de comprar, tomarnos un café o acudir a una visita guiada sobre moda sostenible. O visitar su Gauzateka, una “biblioteca de las cosas” (en Barcelona se acaba de inaugurar otra) en la que se prestan por unos días objetos de uso poco frecuente (como herramientas, muletas…) que no necesitamos tener en propiedad.
Los Ekocenter y la Faktory son solo un ejemplo de las decenas de tiendas y rastros de segunda mano de las decenas de empresas recuperadoras de economía social y solidaria existentes en España (una sola entidad como Koopera gestiona una treintena de establecimientos). Si resalto los Ekocenter en este texto es porque son las experiencias de mayor tamaño de las que tengo conocimiento. Bienvenida, como siempre, cualquier aportación en los comentarios del artículo.
Geltoki Iruña
Geltoki Iruña, de la que os hablamos a mediados de 2018, poco después de que abriese sus puertas, se parece al proyecto romano antes citado en su espíritu intercooperativo y en el perfil de sus entidades impulsoras. Que son entidades tan representativas en Navarra como la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS), el sindicato agrario EHNE, Traperos de Emaús, el Consejo de la Producción Agraria Ecológica (CPAEN) y la Asociación de Elaboradores de Alimentos Artesanos.
Geltoki es un local de 900 metros cuadrados dedicado a la promoción de la economía solidaria, la soberanía alimentaria y el arte y la cultura alternativa. Cuenta con un bar-restaurante y tres espacios de venta: alimentación, artesanía y productos de segunda mano. Dispone también de áreas para la lectura, para acoger teatro o conciertos, además de acceso a instalaciones municipales contiguas como una sala de actividades y un espacio amplio que acoge ferias y eventos de mayor dimensión.
Cabe destacar su ubicación, en la antigua estación de autobuses de Pamplona. Tanto por ser un lugar muy céntrico, como por su carga simbólica, ya que está muy cerca de El Corte Inglés de la ciudad. Todo un contraste de modelos.
Es además un proyecto participativo, al contar con una treintena de entidades colaboradoras. La gobernanza del proyecto recae en las entidades impulsoras, y estas se coordinan con la cooperativa sin ánimo de lucro que gestiona el local, que emplea a once trabajadoras.
La representatividad de las entidades impulsoras y colaboradoras ha permitido un importante apoyo municipal: una inversión de casi 700.000 euros en obras de acondicionamiento del espacio, y unas condiciones de alquiler muy favorables: un canon mínimo de alquiler de solo 2.000 euros anuales y una cesión hasta 2024.
Proximamente, Barcelona
La Comunal de Sants es un proyecto de intercooperación impulsado por ocho cooperativas. Abrirá sus puertas durante el 2020 y, además de albergar los espacios de trabajo de diferentes entidades, incorporará una oferta comercial compuesta de librería, ropa de comercio justo y clases de idiomas.
En la línea de proyectos veteranos como el Kafe Antzokia de Bilbao, La Comunal contará con un espacio de encuentro –La Deskomunal–, que ofrecerá cocina de mercado y una programación cultural regular y de calidad, contando con una sala de conciertos totalmente insonorizada.
El edificio ha sido rehabilitado bajo la dirección de una de las cooperativas impulsoras –La Col– teniendo en cuenta criterios de sostenibilidad.
Además de las experiencias mencionadas, que son ya una realidad, merece la pena conocer otra ambiciosa iniciativa que se está cociendo en Barcelona, aunque tardará todavía unos años en abrir sus puertas. Es un proyecto impulsado por el Grup Ecos (que agrupa a 18 cooperativas) y Abacus (que gestiona 48 tiendas y cuenta con 900.000 socias de consumo y 500 de trabajo), con la colaboración de Opcions.
Estas entidades llevan unos años planteándose la conveniencia de impulsar un centro comercial del consumo consciente y la ESS con una oferta completa que incluya ropa, librería, alimentación, restauración, programación cultural… (aquí una breve presentación). Desde 2018 han puesto manos a la obra, redactando un proyecto y un estudio de viabilidad, y abriendo la propuesta a las cooperativas y entidades del sector.
Entre las iniciativas mencionadas, la propuesta del Grup Ecos y Abacus para Barcelona es la más asimilable a la idea de un centro comercial con una oferta amplia y diversa, como la que describíamos al inicio del artículo. Pero también es la única que de momento es solo un proyecto.
Destacaría también de este proyecto la alianza, deseable aunque no tan habitual en experiencias socioempresariales concretas, entre las “subfamilias” de la economía social –Abacus– y de la economía solidaria –Grup Ecos–. Este texto explica las diferencias entre las citadas tradiciones.
El papel de las administraciones
En casi todas las experiencias mencionadas el apoyo de las administraciones ha sido clave en el nacimiento de los proyectos. En esta línea, Barcelona espera poder contar en un futuro con un espacio público dispuesto a acoger un proyecto de estas características. El Plan Director de la reforma de la antigua prisión de La Modelo contempla esta posibilidad, solicitada por la ciudadanía en el proceso participativo que precedió a su elaboración.
La Model se convertirá en un polo de equipamientos públicos y espacio verde. Mientras que el anterior plan para la cárcel contemplaba 18.000 metros cuadrados para usos terciarios y hoteleros, el actual gobierno municipal ha preferido priorizar los servicios de interés público. Entre ellos se prevé un espacio de aproximadamente 2.000 metros cuadrados para la oferta comercial de economía social y solidaria, con el objetivo de “hacer fácil y atractivo el consumo de productos y servicios de consumo responsable y ESS”.
Además, el Ayuntamiento expone en el citado Plan Director, en línea con su apuesta por la contratación sostenible, que también los otros siete equipamientos del proyecto de La Model se abastezcan preferentemente de productos y servicios de consumo responsable y economía social, lo que puede suponer también una importante demanda para el futuro espacio comercial.
Pese a que es previsible que este equipamiento tarde unos años en ver la luz, sería deseable que durante el actual mandato se pudiesen concretar características y plazos para este espacio.
En 2018, desde Opcions ayudamos a extender el debate sobre los supermercados cooperativos (y con él cuestionamos la idea de que “lo pequeño (siempre) es hermoso”). Comenzamos 2020 intentando romper otro esquema, la tradicional oposición entre consumo consciente y centros comerciales. ¿Cuál será la siguiente propuesta en estos tiempos veloces que vivimos? Una buena y ambiciosa propuesta sería un Amazon de la economía social y solidaria, ya sea un nuevo proyecto o la ampliación de experiencias existentes como la de El Mercat Social.