Vivimos en un sistema económico, pero también político y cultural, que ha declarado la guerra en la vida, como nos recuerda a menudo Yayo Herrero. La gravedad del panorama nos pide actuar con urgencia para poner freno y revertir la situación; pero, sobre todo, porque cuanto más tardemos a actuar, peor será y más sufrimiento habrá generado y estará generando entre un mayor número de personas y de territorios.
De emergencias y precariedades: lo que el momento actual nos pide
Pero no solo se trata de actuar con urgencia, sino que tenemos que poderlo hacer sin dejar nadie atrás, con justicia, para no provocar más desigualdad ni dejar para una minoría la posibilidad de vivir dignamente.
Cuando hablamos de crisis ecosocial lo hacemos para apuntar las graves consecuencias para la vida de las personas y de los territorios que el sistema socioeconómico en el cual vivimos ha provocado y para poner de manifiesto que es un sistema que, de por si, genera desigualdad y la falta de las condiciones materiales básicas para una vida buena para todas las personas del planeta.
Nos atraviesan diferentes crisis: la ecológica, que incluye en sí misma múltiples crisis (energética, de materiales, climática, de pérdida de biodiversidad, etc.), pone en peligro la vida humana y el resto de vidas en el planeta Tierra. Pero también la crisis económica y social que lleva a un aumento de las desigualdades (de género, de clase, de procedencia, de edad, etc.) y que hace todavía más difícil la posibilidad de vidas dignas para todo el mundo. Desde el análisis ecofeminista, decimos que nos encontramos en un momento de emergencia climática, pero también social, en que las condiciones para la reproducción y sostenimiento de la vida son puestas en entredicho.
El mantra del crecimiento capitalista, amparado y reforzado por el patriarcado, extiende su dominio, no sin violencia, sobre la naturaleza, las mujeres y las identidades disidentes, las comunidades y territorios del sur global, la clase trabajadora, las personas diversas e, incluso, las generaciones futuras. Superarlo no pasa por soluciones tecnooptimistas o de enverdecer de la economía, sino por cuestionarnos si realmente todos los sectores de la economía tienen que crecer. La emergencia ecológica pide poner encima de la mesa el paradigma del crecimiento, que correlaciona consumo y felicidad, y que ha configurado un imaginario social desde donde resulta muy difícil desvincular el crecimiento de cualquiera de las posibles opciones de futuro.
Ante este escenario, el decrecimiento nos propone abandonar la promesa del crecimiento ilimitado, del desarrollo y bienestar asociados al consumo, y orientar la vida hacia la generación de bienestar individual y colectivo. Se trataría de ir hacia una reducción planificada del uso excesivo de energía y de recursos para volver a poner la economía en equilibrio con el mundo viviente de una manera segura, justa y equitativa, y hacerlo al mismo tiempo que acabamos con la pobreza, incrementamos el bienestar humano y garantizamos vidas dignas para todo el mundo.
Las diferentes caras de la crisis ecológica
La crisis ecológica se compone de múltiples crisis. La crisis climática, la de materiales, la de energía y la de especies serían cuatro de manifiestas, pero no sabemos exactamente dónde nos puede llevar el contexto de degradación ecosistémica y si pueden desencadenarse otras situaciones irreversibles.
En cuanto al aumento de la temperatura global, la comunidad científica nos pide actuar con urgencia para frenar tanto como sea posible el aumento de temperatura. Según el IPCC la temperatura global se encontraba, ya en 2017, 1 °C por encima de la temperatura de la era preindustrial, y al ritmo de emisiones actual se calcula un aumento de 0,2 °C por década. Todo ello lleva a afirmar que si las emisiones continúan al ritmo actual, entre el 2030 y el 2052, llegaremos a un calentamiento global de 1,5 °C. Según las estimaciones, la trayectoria de calentamiento nos sitúa al entorno de los 3,5 °C de aquí al 2100, con un margen de error de entre 2,2 °C y 3,5 °C en función de las políticas públicas aplicadas. El gráfico siguiente nos muestra el cambio de temperatura global desde 1850, y la previsión en caso de mantener el ritmo actual de emisiones:

Tenemos que tener en cuenta que el aumento de la temperatura pone en entredicho toda una serie de elementos clave del sistema Tierra y que, cuanto más supere esta subida los 1,5 °C, más imprevisibles serán las consecuencias y los efectos. La comunidad científica nos explica que, aunque la temperatura se estabilizara a 1,5 °C, tendría efectos sobre estos sistemas naturales y humanos años después de la estabilización, y las consecuencias, evidentemente, serían mucho más elevadas en el caso de llegar a los 2 °C, tal como se muestra en los gráficos siguientes:

La crisis de biodiversidad nos habla del elevado ritmo de pérdida de especies. El año 2019, la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) explicaba en un informe que el ritmo de extinción de especies se está acelerando a una velocidad mucho por encima de l oprevisto y, si no hay un cambio profundo, no se darán las circunstancias necesarias, no ya para restaurar el patrimonio natural, sino ni siquiera para proteger el que ahora queda. Según el’Índice Planeta Vivo de WWF, desde el año 1970, la dimensión de las poblaciones de fauna silvestre se ha reducido en un 73%.
Finalmente, tenemos que hablar de la crisis energética y de materiales. En la base del progreso material y al crecimiento económico experimentado durante los últimos decenios hay la energía fósil, que propulsó la intensificación y la expansión de la industrialización. Pero esta energía barata y de alto rendimiento, de base fósil, ha topado con límites físicos claros: la finitud de los materiales y la incapacidad para asimilar y procesar todos los residuos que genera.
La cuestión es que las energías de origen renovable (incluso sumando la nuclear) no podrían llegar a generar lo mismo que se genera con la energía de origen fósil. El modelo energético sobre el cual se despliega la sociedad es, pues, totalmente inviable si queremos mantener la posibilidad de vida. Tenemos que poder hacer un uso menos intensivo de los recursos. Y no se trata solo de sustituir la base energética y de transitar hacia energías de origen renovable, sino de empezar a hacer un uso diferente a la energía, adaptado a la disponibilidad de recursos que tenemos y de los cuales podemos disponer sin poner en entredicho la viabilidad de la vida al sistema Tierra.
- CUADERNO RELACIONADO
FRAGMENTO EXTRAÍDO DEL CUADERNO
Sacar el crecimiento de la ecuación
Es evidente que, en un mundo finito, la necesidad ilimitada de crecimiento con una base material, por fuerza tiene que sobrepasar todos los límites. El crecimiento económico de los dos últimos siglos se ha producido por la extracción y explotación de los recursos naturales que han llevado a la superación de estos límites y también por la fuerza de las personas y de las comunidades. Crisis tras crisis, el capitalismo se transforma y muta para adaptar su necesidad de crecimiento, hoy, ya, hipotecando la posibilidad material de vida de las generaciones futuras y saltándose cualquier regulación que lo había intentado contener. Es un crecimiento, pues, hecho a base de la precarización de la vida de las personas y la pauperización del entorno.
Prosperidad humana: entre la riqueza económica y el bienestar
Partimos de la constatación que, una vez superado el umbral de la pobreza en cuanto a ingresos, y una vez tenemos las condiciones materiales que nos garantizan la cobertura de las necesidades fundamentales (alimentación, hogar, salud, educación, etc.), los incrementos en la riqueza personal no suponen casi ningún beneficio en términos de bienestar o felicidad. Numerosos estudios muestran que no sentimos más satisfacción con nuestra vida ni disfrutamos de mejor salud mental cuando ganamos más dinero u obtenemos más bienes materiales. Así mismo pasa con los países y su PIB: la mejora en el bienestar de las personas no tiene que ver con si un país tiene un PIB más elevado o más bajo, sino con el nivel de acceso a los bienes y servicios esenciales y en cómo se reparten los ingresos, los bienes y las oportunidades. De hecho, los países con sistemas más sólidos de protección social tienen superiores índices de felicidad: esto quiere decir que aspectos como la atención sanitaria universal, las prestaciones por desocupación, las vacaciones y bajas remuneradas, el sistema de pensiones, la vivienda asequible, el cuidado de personas dependientes o los salarios mínimos elevados están en la base de vidas más felices y entregadas al arte de vivir y no al de compararse y querer igualar quien más tiene.
La importancia de garantizar derechos básicos para todo el mundo
Podemos llamarle decrecimiento, transición ecosocial, postcrecimiento o de otras muchas maneras, pero de lo que hablamos es de vivir dentro de los límites planetarios, adaptando la vida a la disponibilidad energética y garantizando que todas las personas y comunidades tengan acceso a los bienes y servicios necesarios para desplegar vidas dignas. Por eso esta es una propuesta transversal que va de la mano de diferentes luchas y reivindicaciones encaminadas todas ellas a garantizar los derechos fundamentales: alimentos sanos y nutritivos, hogares confortables, atención de los procesos de salud, educación, saneamiento, participación, apoyo comunitario, etc. Y hay que hacerlo yendo de la mano de la reducción de formas de producción menos necesarias y seguramente más tendidas a los países de más ingresos para bajar el nivel de recursos que se destinan y poderlos dedicar a otros fines más democráticos y justos. Y es que, para garantizar los derechos básicos para todo el mundo, hay que poner ciertos límites a algunos: límites a los que más consumen, más contaminan, más extraen y menos devuelven.
Un nuevo imaginario más allá de la trampa del crecimiento
Para mirar de dar respuesta a la actual crisis ecosocial y hacerlo con criterios de justicia y democracia, tenemos que pensar más allá de la necesidad de crecimiento que tanto tenemos incorporada. Y desde aquí podremos también pensar en el papel que el consumo tiene en todo ello, no como motor de desarrollo del mercado, sino como vía de satisfacción de las necesidades y de provisión de los bienes y servicios que necesitamos para esta vida digna.
Imaginar una economía organizada para dar respuesta a las necesidades humanas y ecológicas es el primer paso para cambiar de paradigma.
Explorar cómo lo podemos hacer, ponerlo en práctica en nuestro día a día, ver cómo se materializa en políticas locales, etc. son pasos que nos acercan y que hemos explorado al largo del Cuaderno 67.