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La energía, el sector que más impacta en la emergencia climática

El sector energético es el que tiene más incidencia, si no toda, en el cambio climático. Todas las actividades económicas implican un consumo de energía

«El sector energético es el que tiene más impacto en el cambio climático. Se ha basado en quemar combustibles fósiles, y cuantos más en quemamos, más emisiones generamos. Es la razón básica de todo. El transporte, la agricultura, cualquier actividad se basa en la quema de combustibles fósiles». Es lo que asegura Pep Puig, activista ecologista y en la lucha contra el cambio climático, especialmente con el impulso de las energías renovables. También es doctor en ingeniería industrial, diplomado en ingeniería biomédica, en ingeniería del medio ambiente, ecología y gestión ambiental.

Antonio Turiel es de la misma opinión. El científico, titular en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, afirma que el sector energético tiene toda la incidencia en la emergencia climática, «la inmensa mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antrópico tienen que ver con la quema de fósiles, lo que pasa es que el sector energético no es algo desvinculado o ajeno al resto de la sociedad».

Ambos expertos coinciden en que la energía es algo instrumental, «la energía es la capacidad de hacerlo todo», dice Turiel, «todas las actividades económicas, todas, implican un consumo de energía. ¿Qué sentido tiene centrarse en quien extrae y produce energía y no fijarse en quien la consume?», se pregunta Turiel. Puig, que trabaja para un cambio de modelo energético y que ha sido, entre otros, presidente del Consejo Rector de la cooperativa de producción y consumo de energía renovable Som Energia e impulsor del proyecto comunitario de energía eólica Viure de l’aire, cree que «si la sociedad necesita energía, que necesita desde siempre, y desde siempre ha utilizado animales, fuego, leña, carbón, combustibles fósiles, quizás que lo hagamos de manera más sostenible». Puig lo tiene claro, sólo justificaría el uso de combustibles fósiles en el proceso de construir artefactos para captar energía, es decir, «durante la época de transición hacia una sociedad que no funcione quemando combustibles fósiles».

La energía es algo instrumental

Pero si lo que queremos es mantener los actuales niveles de consumo de energía, probablemente no disponemos de una alternativa energética que permita reemplazar el modelo basado en las energías fósiles. Es la opinión de Turiel, «algunos autores dicen que sí, que haciendo una transformación gigantesca que llevaría décadas sería posible reemplazar todo el consumo energético actual por fuentes renovables. Yo personalmente creo que no; yo creo que lo máximo que podemos conseguir es producir por medios renovables un 30 o un 40% de toda la energía que se consume hoy en día». Por otra parte, el científico cree que, si esta energía se utiliza eficientemente y se cambian los objetivos de la sociedad, abandonando la idea del crecimiento ilimitado, esta cantidad de energía sería más que suficiente para cubrir las necesidades de todos los habitantes del planeta, manteniendo un nivel de vida similar a la actual, «aunque con algunos cambios importantes, como, por ejemplo, no tener coche», dice. «El mayor problema y la mayor dificultad es que deberíamos emprender una transformación social sin precedentes para cambiar los objetivos de nuestro sistema económico y financiero. Estamos muy lejos de poder plantear algo así. Así que, de momento, estamos abocados a sufrir crisis económicas y sociales recurrentes y cada vez más graves, a medida que los combustibles fósiles progresen en el camino del agotamiento en el que están inmersos».

Apropiarse de la tecnología energética es posible

Sin embargo, cada vez hay más hogares que tienen contratada la energía con empresas que apuestan por las renovables. Pero no sólo eso. Algunas personas, incluso, han decidido organizarse para hacer posible nuevas plantas de generación de energía renovable, como Viure de l’aire, un proyecto comunitario que nació para instalar un aerogenerador de propiedad compartida, que permite generar electricidad limpia y verde, haciendo posible la solidaridad entre las personas que viven en zonas urbanas y las que viven en zonas rurales. «Es importante que la ciudadanía se apropie de las tecnologías que nos permiten disponer de energía sin los grandes conglomerados», dice Puig, que es uno de los promotores del proyecto y miembro de Eolpop, la empresa que lo ha sacado adelante. «Viure de l’aire quiere demostrar que, a pesar de las condiciones desfavorables que ofrece el Estado español, la gente puede llegar a crear proyectos como este colectivamente, a través de la aportación de pequeñas cantidades». A través de este proyecto de apropiación social de la tecnología eólica, dice Puig, «hemos demostrado que en Cataluña también se puede hacer. Y sin subvenciones».

El proyecto ha instalado un aerogenerador de 2,35 MW en medio de un campo de trigo del municipio de Pujalt (Alta Anoia), suficiente para alimentar a más de 2.000 familias. Una sola máquina rodeada de hasta 80 molinos de los diferentes parques eólicos de la zona. Se trata del primer aerogenerador de propiedad compartida en España, donde el sistema eléctrico está en manos de muy pocas empresas, a pesar de que el modelo colectivo de producción de energía eólica tiene un largo recorrido en Estados Unidos y en el resto de Europa.

En Pujalt (Cataluña) hay un aerogenerador que puede alimentar a más de 2.000 familias

El coste de la instalación y la puesta en funcionamiento del aerogenerador se cubre con la participación de la gente. Actualmente, hay más de 600 personas físicas y jurídicas que forman parte del proyecto, que viven en entornos urbanos o rurales y que tienen algo en común: la voluntad de dejar de depender de las eléctricas y contribuir a la democratización de la energía. El funcionamiento del aerogenerador supone un ahorro de entre 5.000 y 6.000 toneladas de emisiones de CO2 al año, si lo comparamos con la electricidad generada en una central térmica.

¿Estamos más cerca de la nacionalización de las centrales hidroeléctricas?

Una sentencia de la Audiencia Nacional podría modificar el mapa energético español a medio plazo, según un artículo publicado la semana pasada en El Salto, que explica que el Tribunal determina que avala la reversión al Estado de la central hidroeléctrica de Lafortunada-Cinqueta, una de las más grandes de los Pirineos, después de llegar al plazo «máximo improrrogable» de 75 años para su explotación. Tanto esta sentencia, como la de hace dos años dictada por el mismo tribunal que apoyaba la reversión al Estado de la central auxiliar de Campo (Huesca), hasta entonces gestionada por Acciona, señalan un límite máximo de 75 años para su explotación mediante concesión por parte de compañías privadas, un periodo que nunca puede ser ampliable.

«A veces se nos olvida que toda instalación tiene una vida útil», apunta Turiel, «en el caso de una central hidroeléctrica, con el mantenimiento adecuado, puede superar los 100 años, pero generalmente está más cerca de los 75». Según Turiel, «las empresas simplemente tenían un permiso de explotación que expira y la reversión de la concesión al Estado, cuando las centrales están al final de su vida útil y están más que amortizadas, me parece que tiene un impacto netamente nulo en estas empresas «. El científico prevé que «lo más probable es que el Estado vuelva a hacer otra concesión, se desmonte la presa vieja, se drague el valle (no olvidemos que, durante décadas, los pantanos se colmatan con sedimentos hasta reducir la capacidad los embalses a cero) y se construya una nueva con una empresa concesionaria que puede ser la misma de antes, y con una licencia nuevamente por 75 años. Visto así, no hay ningún impacto».

Actualmente hay 26 concesiones emitidas a compañías privadas, principalmente durante el franquismo, que habrían expirado, mientras que 19 lo harán antes del 2024, una decena de las cuales, en los próximos meses.

COVID-19 y energía

Hay quien asegura que sectores como el de la energía han sacado partido de la actual crisis sanitaria, pero las cifras no dicen lo mismo. De entrada, las petroleras pierden ingresos por la caída del consumo de petróleo a nivel mundial (un 30%, según Turiel) y la bajada del precio, que está en torno a los 20 $ por barril, frente a los 50 $ de hace dos meses. «Ha sido también un desastre para ellas», dice Turiel, «y las enfrenta a muchos problemas de difícil gestión».

Por otra parte, las refinerías tienen el problema de que la demanda de combustibles es desigual: «se necesita más diesel que gasolina, pero los procesos de refinado dan más gasolina que diesel, y el consumo de otros productos, que inevitablemente se producen, como el queroseno, es prácticamente inexistente «, dice Turiel. «¿Qué se hace con el combustible sobrante? Se almacena, pero los almacenes ya están casi llenos, y entonces, ¿qué haremos? Algunos yacimientos de petróleo y de gas no pueden dejar de producir, porque ya están en una fase de madurez tal que si se deja que baje la presión la roca se consolida y luego no hay manera de recuperar la producción y quizás parte del petróleo o gas que se podría haber extraído ya no se podrá extraer «.

Para las eléctricas, «la baja demanda supone una merma de ingresos y el mantenimiento en activo de los ciclos combinados, para compensar la intermitencia de las renovables, acaba suponiendo un gasto mayor. Y así, un largo etcétera. No, aquí nadie gana a priori, aunque lo que sí puede pasar (y siempre pasa) es que alguien le quiera endosar sus pérdidas a otro (en este caso, al Estado o los consumidores)», asegura Turiel. 

Lo que está claro es que la situación actual nos ha enseñado algunas cosas, también a nivel energético. Pep Puig las clasifica en tres grandes ámbitos. Por un lado, «hacen falta políticas que apliquen el principio de la prevención, por otra, que es necesaria la participación activa de la gente; y, por último, que la descentralización es mucho mejor que la centralización «, es decir, un modelo distribuido, también aplicable a la energía.

La situación actual nos ha enseñado algunas cosas

Según Puig, «hemos heredado un modelo centralizado donde los consumidores somos pasivos, y la energía ni se puede ahorrar, ni se puede consumir, sólo se transforma». Durante el siglo XX hemos identificado la energía con materiales como el carbón, el uranio, el petróleo o el gas, «pero es cuando los quemamos, que generamos energía. O la aprovechamos, o la tiramos o la desperdiciamos, también. De una térmica convencional sólo se aprovecha el 30% de la energía que se genera. Vale la pena aprovechar la energía de la biosfera «.

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