Muntanya de residus tecnològics | Autor: Emmet

La tragedia de los residuos electrónicos

El documental de Cosima Dannoritzer que destapa qué pasa con nuestros residuos electrónicos.

Los llamados países desarrollados generamos, cada año, 50 millones de toneladas de residuos electrónicos. Un dato que, si en sí mismo ya es alarmante, se vuelve aterrador cuando lo completamos con los siguientes: dos terceras partes de este tipo de residuos generados en Europa no llegan a ser tratados en una planta de reciclaje homologada. El resto es desviado del circuito oficial y una parte importante acaba ilegalmente en vertederos del Tercer Mundo.

En La tragedia electrónica, la directora Cosima Dannoritzer muestra cómo funciona el sistema oficial de reciclaje y cuáles son las grandes grietas por donde cantidades ingentes de aparatos se escapan del control oficial. En Europa, las exportaciones de este tipo de residuos son ilegales desde 1989. Ese año se firmó la Convención de Basilea, primer tratado internacional que prohibía la exportación de residuos tóxicos. Y en el año 2012 el Parlamento europeo aprobó la Directiva de residuos electrónicos con los objetivos siguientes:

  • Facilitar el retorno de aparatos usados (los precios de los aparatos incluyen una tasa de reciclaje, de manera que, en el momento de tirarlos, el propietario ya no debe asumir ningún coste adicional).
  • Incrementar su reciclaje para aprovechar sus componentes y reducir el impacto ambiental.
  • Evitar que los residuos abandonen el territorio europeo a través de controles portuarios más estrictos.

Por su parte, Estados Unidos, que es el primer productor de residuos electrónicos, no ha prohibido su exportación (es uno de los dos únicos países del mundo que no han firmado la Convención de Basilea). Allí, el sistema de reciclaje se organiza alrededor de las denominadas empresas recicladoras que, en realidad, son empresas exportadoras de residuos.

Pero, volviendo a Europa, ¿qué mecanismos permiten que los residuos electrónicos salgan del circuito oficial? El documental muestra desde pequeños robos en los mismos centros de recogida a redes delictivas internacionales, que se apropian de las tasas de reciclaje mientras abandonan aparatos, más o menos desguazados, en almacenes o vertederos.

La tragedia electrónica también denuncia la existencia de un negocio a escala global, que ya mueve más dinero que el de la droga. Montañas de residuos electrónicos salen en grandes contenedores de los puertos norteamericanos y europeos (en este segundo caso, escapando de los controles aduaneros). El destino final son países africanos, sobre todo Ghana y Nigeria, y asiáticos, especialmente China. Acaban en el mercado de segunda mano, en procesos de reciclaje sin ninguna medida de seguridad para la salud ni el medio ambiente y, en definitiva, siempre, todos o algunos componentes, en vertederos incontrolados. El documental empieza y acaba precisamente con imágenes dantescas de uno de estos vertederos. Grandes extensiones de deshechos provocados por nuestro estilo de vida que acaban deteriorando el paisaje, el suelo, el aire y el agua de otros países.

Podemos ver el documental en TV3 a la carta [en catalán] y en La Marea encontramos una entrevista del año 2014 a la directora, que tres años antes había dirigido Comprar, tirar, comprar, sobre la obsolescencia programada.

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