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5 motivos para comer menos carne

La carne está en el punto de mira. El veganismo y el vegetarianismo crecen. ¿Qué razones hay, más allá del respeto al bienestar animal, para sacar la carne de nuestros platos?

La alimentación es decisiva para tener un día a día más sostenible. Y, de todos los alimentos, el que tiene una incidencia más negativa sobre el medio ambiente es, de largo, la carne. Más exactamente, la carne procedente de la ganadería intensiva, que es la que encontramos en la mayoría de carnicerías. Sumado al transporte y a la energía, el consumo de carne supone tres cuartas partes de nuestro impacto ambiental. Así lo explicábamos en “Las FAQ del consumo consciente y transformador”.

El estudio de la Unión Europea “Consumo y medio ambiente”, del 2010 y actualizado el 2012, sostiene que aproximadamente la mitad de la huella ambiental derivada del consumo alimentario es causada por las granjas de vacuno y que el consumo de carne y productos lácteos es responsable del 24% de los impactos de todo el consumo (no sólo el alimentario). Estos impactos incluyen la pérdida de recursos, acidificación, eutrofización, pérdida de biodiversidad o adelgazamiento de la capa de ozono, entre otros.

Además de los factores ambientales, que recomiendan reducir el consumo de carne, hay también motivos sociales o relacionados con la salud. ¡Los repasamos todos!

 

1. Para mitigar el cambio climático

El consumo de carne contribuye al calentamiento global. Su cadena productiva es responsable de un 14,5% de todas les emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según estimaciones de la FAO del 2016. En concreto, también según la FAO, las emisiones que genera la producción de carne provienen, en un 45% del cultivo, procesamiento y transporte del pienso, en un 40% de los gases digestivos de los rumiantes y en un 10% de la gestión del estiércol. El animal que genera más emisiones es el vacuno: un 55% del total de las carnes, que asciende hasta un 64% si añadimos el destinado a la obtención de leche.

Así, simplemente reducir el consumo de productos animales ya hace disminuir mucho nuestro impacto ambiental. El 2017, en el Estado español, se consumió un 5% menos de carne que el año anterior. Greenpeace calcula que esta reducción corresponde a un ahorro de dos millones de toneladas de CO2eq. Ahora bien, la producción cárnica del Estado español, que se destina en gran medida a la exportación, sigui creciendo: los sacrificios de ganado se multiplicaron por 13 entre el 2005 y el 2015. Greenpeace calcula que el incremento entre 2016 y 2017 supuso emitir 0,9 millones más de toneladas de CO2eq. Es decir, reduce a la mitad el ahorro procedente del consumo. 

 

2. Para no acaparar terreno agrícola

Un tercio de las tierras agrícolas del mundo se destina a producir alimentos para el ganado (cereales y oleaginosas, principalmente soja), y la proporción asciende a las tres cuartas partes si le sumamos elementos que se añaden al forraje, como paja o colza. Este es el cálculo que hacía el 2014 el Atlas de la carne, de la Heinrich Böll Foundation, que también estima que un 57% de la producción mundial de varios cereales se utiliza para alimentar a los animales que luego nos comeremos. Hace ya muchos años, la OMS calculaba que un campo de una hectárea alimentará 22 personas en un año si se cultivan patatas, 19 si se cultiva arroz, 2 si se usa para alimentar corderos y 1 si alimenta terneros.

La cría de ganado usurpa el territorio y los medios de vida a las comunidades de las regiones en las que se cultivan piensos para la exportación, en especial de América Latina, y se extienden los suburbios en los que malvive la ciudadanía amontonada. Se puede encontrar un reportaje sobre el terreno de este fenómeno en el artículo “Soja tour: yo me bajo, ¿y tu?”.

 

3. Para evitar la desforestación

Según cálculos del Instituto Nacional de Investigaciones del Espacio del Brasil, basados en imágenes vía satélite, el 62,2% de la superficie del país desforestada se usa como prados de pasto. Es decir, la selva tropical más grande del mundo está siendo destruida, principalmente, para alimentar ganado.

 

4. Para ahorrar agua y energía

La Water Footprint Network es una plataforma global que agrupa empresas, organizaciones y personas con el objetivo de avanzar hacia un uso más justo e inteligente del agua como recurso natural y para prevenir futuras crisis. En su web, facilita las siguientes cifras: para producir 1 kilo de carne son necesarios 15.400 litros de agua si es de ternera, 10.400 si es de cordero, 6.000 si es de cerdo y 4.300 si es de pollo. Respecto de los lácteos, nos encontramos que, detrás de 1 kilo de mantequilla hay 5.500 litros de agua, 3.200 si es un kilo de queso y 1.000 para 1 litro de leche. Para producir 1 kilo de pan (de trigo) se necesitan 1.600, detrás de 1 kilo de patatas hay 300 litros de agua y detrás de 1 kilo de tomates, 200.

Por lo que respecta a la energía, un estudio publicado en la revista Earth Interactions calculaba hace unos años que la diferencia en consumo de energía entre una dieta rica en productos cárnicos y  una vegetariana durante un año equivale a 10.000 km conducidos, que es lo que circula de media una persona del Estado español en un año.

 

5. Para cuidar nuestra salud

Los alimentos de los animales –que, por cierto, pueden ser transgénicos, sobretodo en el caso de la soja– pueden contener restos de plaguicidas que se les pueden acumular en el tejido graso. Además, en las granjas intensivas, se les administra una gran cantidad de antibióticos y otros fármacos ya que, debido a la inmovilidad y la masificación, tienen una salud débil. Todo esto provoca que la carne que nos comemos pueda contener residuos de substancias tóxicas, sobre todo en las vísceras. Hay que decir, sin embargo, que los ganaderos han de respetar un tiempo de espera antes de sacrificar un animal que haya tomado antibióticos.

Por otro lado, y según la OMS, comer demasiada carne, especialmente la más grasa (cordero, cerdo) lleva a un exceso de colesterol y de grasas saturadas que se acumulan en las venas y causan enfermedades cardiovasculares (arteriosclerosis, hipertensión, infarto…), diabetes de tipo 2 y algunos tipos de cáncer (colon, páncreas o estómago, éste último relacionado, sobre todo, con los embutidos y la carne salada).

También, la carne acidifica la sangre. El cuerpo neutraliza este efecto robando calcio a los huesos y esto incrementa el riesgo de osteoporosis. Esto también pasa porque la carne es muy rica en fósforo.

 

No toda la carne es igual

El impacto del consumo de carne puede variar mucho en función del tipo y del origen. Cuanto más grande es el animal, más recursos se necesitan para criarlo. Por ejemplo, como hemos visto antes, una ternera necesita el doble de terreno agrícola que un cordero y el triple de agua que una gallina.

Tampoco es lo mismo comer carne que provenga de una importante empresa del sector que de una explotación familiar. Las grandes industrias cárnicas acumulan mucho poder, con grandes concentraciones, tanto en horizontal (absorciones o fusiones empresariales dentro del mismo eslabón de la cadena productiva), como en vertical (grandes empresas que poseen o controlan tota la cadena, incluyendo también la distribución y la venta al por menor). El artículo La pelota es mía y yo decido quien juega da detalles sobre esta concentración.

Ahora bien, también existe la ganadería extensiva, que tiene una huella ambiental infinitamente inferior. Los animales –que suelen ser de razas autóctonas y, por lo tanto, adaptadas al territorio– pastan por el campo, comen poco pienso industrial y el forraje se suele cultivar cerca. Además, el tamaño de los rebaños se limita para que los purines y excrementos puedan adobar sin problemas los campos de pastura. Gracias al ejercicio y a la dieta de los animales, la carne procedente de esta ganadería tiene una proporción de grasas saturadas/insaturadas más saludable que con la cría intensiva.

También está la ganadería ecológica que, además de ser extensiva, obliga a que los piensos y forrajes sean de cultivo ecológico, reglamenta el tratamiento veterinario del ganado y cuantifica los límites para el tamaño de los rebaños, de las pasturas y de las instalaciones, entre otras cosas.

Estas formas de criar el ganado son minoritarias, presentes solamente en áreas rurales o, incluso, de alta montaña en algunos casos, si bien ya hay una cierta expansión. Y es que su viabilidad económica, aunque es difícil, no es imposible, tal y como nos muestra el artículo “Soja, chalets y mala leche”. El consumo consciente puede jugar un papel fundamental.

 

Nota

Este artículo es una actualización del que se publicó en el número 19 de Opcions, escrito en 2006 por Álvaro Porro a partir de investigación propia.

Este artículo es posible gracias a personas que colaboran con OPCIONS

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