consum alimentari

¿Cuál es el modelo ideal para el cooperativismo de consumo alimentario?

Desde pequeños grupos a supermercados, pasando por campos de cultivo gestionados por las consumidoras. ¿Cuáles son los pros y contras de cada experiencia? ¿Cuál es el modelo ideal?

Hace unos meses publicábamos el artículo “Grupos, tiendas y huertas. Diversidad en el cooperativismo de consumo”. En el citado texto clasificábamos la multiplicidad de experiencias en unas cuantas categorías, y describíamos sus características principales.

En esta nueva entrega vamos a ir un paso más allá, profundizando en las fortalezas y debilidades de los diferentes tipos de propuestas. Releer la anterior entrega puede ser útil para entender mejor esta que ahora comienza. Pero si preferís refrescar ideas de manera más esquemática, aquí tenéis un cuadro resumen (descargable aquí):

MODELO Número de unidades
Forma legal
Horario de apertura
Sustrato ideológico Participación de las asociadas
Pequeños grupos 3-50 Ninguna, asociación Una tarde a la semana Autogestión, economías comunitarias, decrecimiento (“lo pequeño es hermoso”) Obligatoria: turnos de reparto u otros (1 vez al mes como promedio)
Asociaciones o cooperativas medianas 50-100 Asociación, cooperativa Dos o más tardes y/o mañanas Mixto Muy variable: desde opcional a obligatoria (en este caso puede ser un turno, mensual, trimestral o anual según los proyectos)
Tiendas y supermercados >100 Asociación, cooperativa Horario comercial Economía social y solidaria Muy variable: desde opcional a obligatoria (en este caso puede ser un turno mensual, trimestral o anual según los proyectos)
Supermercados >500 Cooperativa Horario comercial Economía social y solidaria (apuesta clara por el “salto de escala”) Muy variable: desde opcional a obligatoria (en este caso puede ser un turno, mensual, trimestral o anual según los proyectos)
Cooperativas unitarias y otras experiencias ASC y ARCO <100 Diversas Una tarde a la semana Especial sensibilidad / apoyo al sector productivo.
Autogestión (en el caso de las cooperativas unitarias)
Variable. En el caso de las cooperativas unitarias normalmente la participación es intensa

Nota: la tabla es una simplificación. Pueden darse excepciones en todas las variables comparativas.

Aclarar que en este artículo no incluiremos al gran cooperativismo (Eroski, Consum), del que hablamos en un reciente artículo en Opcions. El motivo es su excesiva distancia respecto de los principios y prácticas de la agroecología y la economía social y solidaria, que sí orientan a las experiencias que analizamos en este texto.

 

Un modelo para cada necesidad y momento vital

Personalmente he participado en iniciativas diversas, y contar mi propia experiencia me parece una manera fácil y gráfica de entrar en materia mediante un ejemplo.

En 2007 vivía en Bilbao. Y un proyecto absorbía gran parte de mi energía (estaba escribiendo el libro Consumir menos, vivir mejor), por lo que necesitaba una alternativa de consumo poco exigente. Me asocié a la hoy extinta Bizigai, que abría varias mañanas y tardes a la semana, contaba con más de 100 socias y una persona asalariada, y la participación era optativa. Por aquel entonces nacían en mi barrio diversos grupos de consumo de pequeño formato, en los que la participación y la convivencia eran más intensas y se creaban, por lo general, lazos más estrechos. Dudaba por qué opción decantarme, pero mi momento vital marcó la diferencia: tenía ya bastantes amistades y espacios de relación, y necesitaba concentrar energía y cierta flexibilidad horaria para hacer la compra. Y me quedé con Bizigai (que en el cuadro anterior sería una “asociación mediana”).

En 2008 me trasladé a vivir a Cataluña, y formé parte de l’Almàixera de Manresa. Era un proyecto más pequeño, formado por unas 40 familias o “unidades de consumo”, obligaba a realizar turnos frecuentes, y abría sus puertas solo una tarde a la semana. Encaja en lo que hemos denominado como “pequeños grupos de consumo”. Para mí fue una ocasión ideal para cubrir una necesidad entonces muy básica, recién llegado a una nueva comarca: conocer gente y hacer nuevos lazos, algunos de los cuales mantengo hasta hoy. Y es que los grupos de consumo son un espacio ideal para acercarnos a personas afines con las que compartir inquietudes y procesos de cambio (en aquel entonces a varias familias socias de l’Almàixera nos unía vivir procesos de embarazo o crianza).

Años más tarde, con mis necesidades relacionales más cubiertas, con nuevos proyectos personales o laborales demandando más energía, y con cada vez más opciones comerciales de compra local y ecológica a mi alcance, he vuelto a optar por opciones de consumo más cómodas y flexibles (comercio local -y cooperativo en algún caso-, en alguna etapa cestas a domicilio…).

Marc Montaner, socio trabajador de l’Economat Social, cooperativa de Barcelona sostenida por sus profesionales, cuenta que “muchas familias procedían de grupos de consumo, pero tuvieron que abandonarlo principalmente porque tenían hijos y no podían seguir con sus labores de voluntariado, quedaban excluidas del circuito”.

Como hemos visto en dos ejemplos diferentes, una misma situación importante, como la ma/paternidad puede, en situaciones o momentos distintos, influirnos a la hora de elegir uno u otro modelo según nuestras necesidades. Ya sea por la búsqueda de convivencia más intensa o por la de mayor flexibilidad.

Otra necesidad que cubren iniciativas profesionalizadas como el mencionado Economat Social -o El Cabàs de Sant Cugat- es el autoempleo. A la vez que ofrecen a sus socias consumidoras un espacio de compra y convivencia, para sus socias trabajadoras es también una alternativa laboral. Entre consumo y trabajo hay un nexo de unión: la cooperativa como un espacio que nos facilita vivir y relacionarnos de manera más cercana a nuestros valores.

Como he explicado en otras ocasiones, los factores ideológicos también influyen (ver “sustrato ideológico” en el cuadro anterior). Volviendo a mi ejemplo, en la primera década del nuevo siglo estaba más influido por las ideas del decrecimiento y la autogestión, más cercanas a las iniciativas comunitarias de pequeña dimensión. En los últimos años, en cambio, me atraen más las propuestas basadas en la profesionalización y “salto de escala” y en la generación de alternativas de mayor alcance, lo que me ha acercado a la promoción de nuevos proyectos de supermercados cooperativos.

En resumen, a la hora de elegir el tipo de iniciativa en la que participamos influyen factores y necesidades diversas: personales, laborales, familiares, sociales, ideológicas…

Ventajas e inconvenientes de los diferentes modelos

La siguiente tabla (descargable aquí) desgrana las características típicas de cada modelo, desde un punto de vista eminentemente práctico. Tanto desde la “experiencia de consumidora”, como atendiendo a aspectos socioeconómicos y ambientales.

Hay pequeñas diferencias entre las tipologías elegidas en el cuadro anterior y las usadas en este. Se deben a que en el anterior realicé la clasificación basándome más en factores ideológicos (“salto de escala”, “responsabilidad compartida”), mientras que en este cuadro la línea divisoria es el tipo de “experiencia de consumidora”.

Resumiendo: amplitud y apertura vs profundidad e innovación

Para facilitar el análisis, podemos resumir las variables anteriormente descritas en dos ejes:

1. Apertura/comodidad/alcance. El grado de participación exigida por el proyecto o la amplitud de oferta y horarios pueden facilitar o dificultar que el proyecto llegue a un mayor número de personas, y que perfiles con menor motivación o disponibilidad se integren en él.

Aunque no son del todo asimilables a los casos hasta ahora analizados, hablando de apertura y alcance convendría analizar experiencias cooperativas de escala en el campo alimentario. Como la francesa Biocoop, con con más de 400 tiendas y formada por 4 tipos de socias (productoras, tiendas, trabajadoras y consumidoras). Otro caso interesante es el de Molsa, cooperativa que agrupa a 16 tiendas en Cataluña y estudia cómo incorporar a las consumidoras en su gobernanza.

Otro ejemplo cercano a tener en cuenta es Abacus. Es una cooperativa especializada en papelería, libros y juguetes que cuenta con cientos de socias de trabajo, un millón de socias de consumo y una cincuentena de tiendas. Pese a no ser del campo alimentario, y a la importante distancia de buena parte de su oferta de productos con los principios del consumo consciente, es una experiencia interesante en diversos aspectos. Y conviene tener en cuenta su dilatada experiencia a la hora de imaginar alternativas de consumo cooperativo capaces de llegar más allá de minorías sensibilizadas.

(Abacus y Molsa forman parte de la oferta de ventajas de consumo de Opcions)

2. “Profundidad transformadora” de la experiencia y prácticas “alternativas”. Los proyectos más “exigentes” también tienen sus ventajas.

La participación más intensa y el mayor trabajo en común ofrecen a cambio aprendizajes mayores y lazos humanos más estrechos. Y la estrechez de horarios y el menor tamaño de la iniciativa también fomentan “el roce” (que, como es sabido, “hace el cariño”).

Las iniciativas no abiertas al público operan a menudo en los límites de la legalidad, facilitando ciertas prácticas. Desde retornos de envases que no permitirían las normas sanitarias, hasta el aprovechamiento de locales en desuso (okupados, compartidos con otros colectivos), pasando por la venta de productos “caseros” (fruta de los árboles de una familiar que vendemos sin CIF, IVA ni sello ecológico, y que si no acabarían tirados; o las hamburguesas vegetales que elabora bajo pedido una socia). Asimismo, el compromiso con productoras concretas, especialmente con aquellas de menor tamaño, puede resultar difícil para iniciativas que tienen que dar servicio a miles de socias.

En el caso de las cooperativas unitarias, los “domingos verdes” ofrecen una experiencia de convivencia y trabajo en el campo, especialmente enriquecedora para “los muy urbanitas”.

 

Expresado gráficamente, en la siguiente imagen encontraríamos:

Arriba el mayor alcance/amplitud y abajo las iniciativas más minoritarias.

A la izquierda estarían las experiencias personal y grupalmente más transformadoras y a la derecha las más convencionales.

Como podemos observar en la tabla, cada apuesta presenta fortalezas y debilidades. Y suele ser difícil simultanear “soplar y sorber”, así como una atleta campeona en los 100 metros lisos normalmente no es buena en el medio fondo, o en el marathon. Y viceversa.

Simplificaciones, paradojas, tensiones y debates

Las tablas que acabamos de ver son útiles para simplificar un poco y ayudarnos a analizar experiencias complejas. Pero, como toda simplificación, presentan importantes limitaciones. Son muchas las excepciones, paradojas y debates que nos encontramos. Veamos algunos ejemplos:

En los pequeños grupos suele ser más central el compromiso con pequeños productores concretos. Aún así, el reducido número de miembros (que a menudo se van de vacaciones en agosto cuando la huerta más produce) puede ser un factor que haga más pesada la venta y distribución (necesidad para el productor de tener más clientes, hacer más entregas y facturas de menor volumen…). En algunos casos, la venta “de una sola vez” a una iniciativa con 3000 socias como Landare (aunque esta diversifique su compromiso entre decenas de pequeñas productoras para poder abastecer sus necesidades) puede resultar más favorable para quien produce.

Como demuestran el Food Coop de Brooklyn (16.000 socias) o la Louve de París (6.000), el trabajo obligatorio de las consumidoras y el consumo permitido solo a personas socias no siempre son impedimentos para que una iniciativa llegue a mucha gente. Quienes promueven este tipo de iniciativas defienden que el trabajo es un factor de fidelización de las consumidoras y de abaratamiento de los precios, siendo precisamente la clave de su crecimiento y sostenibilidad como oferta diferencial en un mercado cada vez más competitivo. Así lo entienden proyectos como La Osa de Madrid, Supercoop de Manresa y Food Coop Bcn que han decidido basar su primera experiencia (todas ellas de próxima apertura) en este modelo que hemos bautizado como “supermercado comunitario”.
Por otro lado, las voces críticas con este modelo apuntan a su escasa replicabilidad fuera de contextos muy concretos (como grandes ciudades), señalando al hecho de que Food Coop no parece haber sido capaz de generar muchas “hijas” en cuarenta años de exitosa experiencia.

Mientras que algunos pequeños grupos de consumo ven la propuesta de los supermercados cooperativos como una amenaza a su actual espacio y una desnaturalización de la idea de que “lo pequeño es hermoso”, otras iniciativas se implican en el impulso a proyectos de mayor dimensión.
Es el caso de l’Economat Social, que ha apostado por el crecimiento y la inversión recaudando 70.000 € mediante títulos participativos. Y que ha cambiado de local pasando del formato de “cooperativa mediana” al de “tienda cooperativa”. Otro ejemplo de la apuesta de l’Economat por la intercooperación y el crecimiento es su participación en Quèviure, una distribuidora mayorista que da servicio a cooperativas de consumo, que son socias del proyecto. Además, l’Economat, al igual que otros pequeños grupos de consumo y cooperativas de tamaño medio, está participando activamente en el impulso a proyectos de supermercados cooperativos. Diana Amigó, de l’Economat y Quèviure, defiende además que los supermercados cooperativos podrían servir como “centrales de compras” a los pequeños grupos de consumo cercanos, que se podrían incorporar a los nuevos súpers como “socios de servicios”.

También sucede que los proyectos sostenidos por profesionales suelen ser más duraderos en el tiempo. A cambio, la existencia de personas asalariadas suele reducir en algún grado el sentimiento de pertenencia al proyecto y la sensación de necesidad de aportar trabajo voluntario. Otra contradicción que podemos observar es que pese a verse liberadas las socias consumidoras de la obligación de hacer turnos, esta liberación no redunde en una mayor participación en el proyecto o en el desarrollo de iniciativas “hacia afuera” (educativas, activistas…). Esto puede deberse a que puede que las iniciativas más cómodas atraigan precisamente a perfiles menos militantes. O quizás a perfiles más sobrecargados -ya sea por cuestiones personales, familiares, o por participación en otros proyectos.

Ecosistemas diversos y proyectos adaptados a cada realidad

Como he comentado, tanto mis motivaciones actuales como mi lectura del momento que vive el consumo consciente me hacen inclinarme por la apuesta por la profesionalización y el salto de escala de las alternativas. No obstante, esta posición personal no condiciona mi respuesta a la pregunta que da título a este artículo (“¿Cuál es el modelo ideal?”).

En mi opinión, dado que todas las propuestas analizadas tienen pros y contras, fortalezas y debilidades, la conclusión es clara: a mayor diversidad de proyectos en un mismo barrio o pueblo, más riqueza y mayor capacidad de satisfacer necesidades e inquietudes diversas, y de incluir a perfiles diferentes en alternativas de consumo agroecológicas y cooperativas. Siempre que el territorio pueda sostener varias experiencias, claro. De lo contrario estas podrían, en lugar de retroalimentarse, desgastarse compitiendo por sobrevivir dirigiéndose a las mismas personas.

Teniendo en cuenta que en el éxito de una iniciativa es esencial el factor humano, el modelo ideal para cada nuevo proyecto será diferente en muchos casos: aquel que consiga despertar la motivación y responder a las necesidades tanto de su grupo promotor, como del resto de posibles participantes, y del territorio en el que se ubique.

Por tanto, más que esforzarnos en averiguar “¿cuál es el modelo ideal?”, podemos asumir que la respuesta siempre será “depende”. Dependerá de dónde, cuándo, para quién, para qué objetivo… Más que encontrar el modelo perfecto, lo ideal seguramente será caminar hacia “ecosistemas de alternativas”, basados en la diversidad y la cooperación.

Este artículo es posible gracias a personas que colaboran con OPCIONS

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